La Navidad. Cada año llega queramos o no. Tengamos más ánimo o menos. Nos haya ido bien o mal el año. Haya desaparecido algún ser querido. Tengamos más dinero o menos. Hayamos perdido el trabajo o no. Nos haya dejado nuestra pareja o continúe a nuestro lado. Sí, siempre llega. Y con ella afloran las emociones. Los sentimientos están a flor de piel. Tal vez, porque todo el mundo parece feliz menos nosotros; o al menos, parecen mostrarse más felices que nosotros. Se estrenan coches pomposos y ropas caras. Se eligen los mejores restaurantes para almorzar o cenar con los compañeros de trabajo, con la familia, con los amigos. Luego, hay que mostrar siempre un semblante alegre y feliz, mucho más estando, como están, los sentimientos a flor de piel.
Yo, como cualquier mortal, he experimentado todo eso y más. Pero me gusta la Navidad, no puedo remediarlo. O me gusta la idea de la Navidad. Sí, más bien eso. Me gusta la Navidad que he vivido de niño, aunque en casa no se celebraba de manera espectacular, pero había concordia y recogimiento en el hogar, en las calles del barrio. Y eso es, creo yo, lo que retengo de la Navidad. Otra cosa es que la hayamos prostituido con tanto pose y tanto consumo. Y es que todo lo que tocamos lo solemos destruir.
En fin.
Sin embargo, yo un buen día decidí escribir sobre lo que me parecía la Navidad. Relatos. Y me salían unos alegres y otros tristes. En algunos había conflicto y en otros no. Y en los más, siempre había algún recuerdo pretérito de mi idea de la Navidad. Los publiqué en periódicos, en revistas y, finalmente, publiqué un libro, cuya portada está arriba. Ahí están contenidos la gran mayoría de los relatos y cuentos navideños que he escrito.
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