Años atrás -cuando este blog introducía crónicas sobre el noble deporte de correr-, aludíamos al sano ejercicio de trotar en una mañana como ésta, en la mañana de Nochebuena. Y a esa acción le denominé Mañanabuena. He corrido sólo y he corrido en grupo, y en todos los casos he disfrutado haciéndolo. Además, por lo general, si uno de mis cuentos de Navidad ha sido seleccionado en el especial que publica el periódico Ideal, también he solido aderezar la entrada de ese día con él. Y de todo salía una crónica especial.
Hace unos meses -por decisión propia- este blog ya no dedica crónicas y entradas a correr, a excepción de lo que escribo en el margen derecho sobre carreras y entrenamientos, pero eso no quiere decir que no siga existiendo la Mañanabuena. Sí, sigue existiendo. Y, aunque este año, la ruta la deba hacer en bicicleta por propia prescripción facultativa, habrá disfrute por los campos de la Vega, que en este día tienen una impronta especial. Esa era y es la esencia de la llamada Mañanabuena.
Porque es vital para interpretar estas fechas seguir con las tradiciones deportivas, en este caso....y con los cuentos navideños, porque uno de ellos vuelve a aparecer publicado hoy, en el especial que el diario Ideal publica cada día de Nochebuena. Por si no tenéis cerca la publicación en papel, ahí va:
CENA DE NAVIDAD EN DOS BREVES ACTOS
Primer Acto
Nada más asomar la cabeza en el amplio hall de la
casa ya se aprecia ese agradable olor que vaticina una cocina a pleno
rendimiento; incluso, la temperatura es ya bastante alta en toda la vivienda
debido a los elevados grados de los fogones. Una elevación que se va agravando
por la cada vez mayor presencia de miembros de la familia que, para
celebrar la Nochebuena, se reunirán, al menos, una vez al año.
Curiosamente muchos de los hermanos, cuñados y sobrinos apenas se han visto a
lo largo de los trescientos sesenta y cuatro días anteriores; y no sería
exagerado afirmar que sobre una hipótesis teórica todos estos parientes tienen
pocas cosas en común, pero la tradición es la tradición. Al menos, mientras
vivan los progenitores. Lo haremos por ellos, es la frase más utilizada
por todos.
Preparadas las viandas, comienza la cena para trece
personas, entre adultos y niños; y con ella asoman con cuenta gotas las
primeras conversaciones, que a simple vista podrían parecer forzadas, según
observaría un testigo imparcial.
Segundo Acto
Rompe el hielo la madre y abuela. Mujer de bastante edad, la
experiencia le ha enseñado que es ante una buena mesa donde pueden ocurrir las
mejores y las peores cosas. Consciente de ello comienza a hablar nada más
sentarse todos a la mesa para dar buena cuenta de las viandas.
-Bueno, ¿qué tal vuestras vacaciones de Navidad? -hace la
pregunta genéricamente a grandes y pequeños, sobre todo para romper el hielo
que ya se está empezando a formar-.
Los niños son los primeros en contestar con respuestas simples, llanas y
directas, que es patrimonio que aún conservan éstos: ¡ya no tenemos cole hasta
enero! es la frase más utilizada; pero los adultos siguen guardando silencio.
Así que la madre y abuela cambia la estrategia, sabedora de que la mayoría de
sus descendientes y respectivas parejas apenas se han saludado.
-¿Y qué tal el trabajo? -pregunta, ya dirigiéndose a los adultos-.
-¿Qué trabajo mamá? ¿No sabes que lo perdí hace nueve meses? -contesta
secamente el hijo mayor ante la inquisitiva mirada de su esposa-.
-Pero los demás sí lo conservamos. Siempre piensas que las preguntas solo
van dirigidas a ti -le reprende con dureza el segundo de los hermanos-.
-Sí, claro que lo conservas. No todos pudimos disfrutar de tus
privilegios -se defiende el hermano mayor-.
-¿A qué privilegios te refieres? -le pregunta molesta la esposa del
segundo de los hermanos-.
-Nadie ignora en esta casa que, al enfermar nuestro padre, yo me tuve que quedar atendiendo el pequeño
negocio familiar para que tu querido esposo pudiera continuar su carrera de Veterinaria
-contraataca a la cuñada el mayor de los hermanos-.
-Sí, claro. Yo no tuve que joderme, quedándome en casa a cuidar de papá
cuando tuvo la trombosis cerebral -apuntó dolida la hermana, la menor de la
familia, dolida por el vacio que se le estaba insuflando-. Por si no os
acordáis tuve que dejar la carrera de Derecho en segundo, ya que el cerebrito
tenía que acabar su carrera de Veterinaria -añadió, con un claro deje de ironía
despectiva-.
-Que yo tenga más inteligencia que vosotros dos juntos, no es culpa mía
-dijo con malicia y mordacidad el veterinario-. Jamás pudisteis aceptar
eso.
-Siempre has sido un miserable, un engreído y un mal educado
-terció de nuevo el hermano mayor-.
-No te
permito ese tono....-dijo a su vez el segundo de los hermanos, haciendo ademán
de levantarse de la silla-.
-¿Vas a agredirle, en vez de estarle agradecido? -le preguntó amenazante la
esposa del hermano mayor-.
-Te dije que era mejor no venir a cenar esta noche -le reprendió el joven
esposo a su esposa, la hermana menor-.
-No hubiera sido mala idea, de todas formas nadie te hubiera echado
en falta -le arrojó con intencionada maldad la esposa del segundo hermano, que
jamás tragó al joven esposo de su cuñada, desconocemos por qué-.
El
padre que no podía articular palabra desde que sufriera la trombosis cerebral,
comenzó a emitir dolientes gemidos y a hacer grandes aspavientos con ambos
brazos, hasta el punto de volcar la sopera. Tal era su enfado ante el
espectáculo que estaba presenciando desde su posición inválida. Mientras tanto,
la madre, que con tanta ilusión había preparado la cena para la reunión
familiar de Nochebuena, no pudo evitar abandonar la mesa llorando, dejando caer
la silla al suelo con estruendo al levantarse enérgicamente.
No ajenos a la situación, los niños
perdieron progresivamente el interés por sus juegos y la sopa dejó de pintar en
el aire sus anárquicos hilillos de vapor que presagiaban un exquisito y cremoso
sabor.
Mientras
tanto, en la tele, el aspirante a ángel de primera clase, Clarence,
saltaba desde el nevado puente a las heladas y turbulentas aguas del río,
emulándole inmediatamente un atormentado George Bailey.
En la calle ya se escuchaban
con nitidez telúrica las secas y torvas detonaciones de los petardos.
Y nada mejor que condimentar esta extensa entrada con una de las obras de música clásica de impresión navideña que más me gusta -y espero que también a vosotros, estimados lectores-. Se trata de la Pastoral de Corelli, sublime movimiento perteneciente al Concierto de Navidad del compositor italiano de música barroca.
Feliz Navidad a todos.
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