En la tarde del lunes, 5 de septiembre, a eso de las 18,30 hacia la ruta que acabo de bautizar como "ruta de los gansos". Son muchas las rutas que hago por la Vega -todas son diferentes-, la zona del Pantano, Caparacena, Búcor, Tiena, etc., etc., y a todas las bautizo con algún nombre o hecho. A veces se trata de algo que destaca o bien alguna anécdota acaecida, que es lo que contaré en esta entrada.
Hace unos días acababa de leer "El viaje a la Alcarria", de C.J. Cela y de entre todas las cosas que contaba el escritor me quedó grabada una muy surrealista.
Visitaba el escritor gallego Paredes, uno de los pueblos más pequeños de la ruta cuando al entrar en una fonda o pensión un ganso se le abalanzó y sin dudarlo le dio un fuerte mordisco en el culo. Cuando leí esa escena pensé que seguramente se debía a la imaginación del escritor, siempre dado a citar anécdotas escatológicas. Además, me parecía inverosimil que un tranquilo ganso pudiera tener esa actitud tan agresiva. Pero sí, efectivamente, la dueña del establecimiento le advirtió al escritor de la mala uva que gastan estas, aparentemente, plácidas aves.
Uno tiende a pensar que un ganso es inofensivo, probablemente influenciado por la puesta en escena de otras aves parecidas tales como la gallina y el gallo o, incluso, el pato, siempre tan escurridizo y tan pacífico. Pero no, no es exactamente igual un ganso que un pato, y mucho menos que una gallina o un gallo, según me he informado en Internet.
Resulta que cuando un corre con mucha frecuencia es habitual que le ocurran anécdotas, al menos como mero cumplimiento de la ley de probabilidades.
Hasta el momento había sido perseguido por canes -acuérdense los más antiguas del lugar del caniche que casi devora mi talón de Aquiles o de la rata que, involuntariamente, corrió despavorida y asustada durante mucho tiempo conmigo-, pero jamás había sido increpado por ave alguna. Hasta esta tarde. La tarde del lunes 5 de septiembre.
Llevaba casi cuatro kilómetros de ruta entre algún punto de Pinos Puente y el cruce de Fuente Vaqueros, cerca del cruce de Sierra Elvira, cuando al pasar por uno de los muchos cortijos que te encuentras a lo largo del camino de tierra, a lo lejos observo que en mitad del camino dos grandes aves se pavoneaban a lo largo y ancho -poco ancho- del camino. Aprovechaban el fresco de éste, recién regado por el dueño del cortijo y se resistían a salir del mismo. Imaginé que al pasar yo estas aves se echarían a un lado como he contemplado que ha ocurrido cientos de veces con gallinas, gallos, ovejas, cabras e incluso perros. Pero no, estas aves -enormes he de decir, casi un metro de altura calculé- se mantuvieron firmes y encaradas, siendo yo el que tuve que echarme a un lado cuando pasé junto a ellas. No soy un experto en aves, pero no se trataba de gallos, gallinas ni incluso patos. Así que por la osadía que mostraban debían de tratarse de ganso, como he podido comprobar posteriormente. Además he visto cientos de patos en mi vida y éstos alzan pocos centímetros del suelo y es más común verlos en agua. Sin embargo estas aves -como decía, casi tenían un metro de altura y andaban de forma palmípeda, sí, pero al mismo tiempo con buena disposición y dominio del terreno.
Eran dos exactamente iguales, pero una de ellas no sólo no se apartó sino que me hizo cara. Se dirigió hacía mi con actitud agresiva y no pude remediar evocar la imagen que me sugirió la anécdota que contaba Cela en su viaje a la Alcarria. A él le llegó a morder en el culo y a mí también estuvo a punto de hacerlo y sólo el improvisado sprint hizo que el feroz ave desistiera.
Cuando miré hacía atrás el ganso aún me miraba desafiante, disfrutando de su victoria y de su terreno conquistado.
Cuando me alejaba del agresivo animal no puede evitar la película "Sopa de Ganso", de los Hermanos Marx.
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