22 septiembre 2021

UNA CHARLA SOBRE LECTURA Y DEPORTE (SOBRE CORRER PRINCIPALMENTE)

 


El jueves, 30 de septiembre, la Biblioteca Pública de Granada me ha invitado a una charla para que hable sobre la alternativa de los libros, la lectura y el deporte (el correr en mi caso) a otros "ocios" más nocivos. Está pensado que acudan jóvenes, que son los más necesitados de ideas estimuladoras, pero no se descarta que acuda gente adulta porque la invitación se envía a los lectores de la biblioteca.

¿Y de qué hablaré? Básicamente de mi experiencia; de cómo yo he intentado (creo que a veces he conseguido) hacer de la lectura y el deporte, de correr en particular, dos de las principales alternativas de ocio que no solo me placen sino que han sido fronteras infranqueables de otros ocios menos saludables. Porque no pensemos que por muy bien amueblada que supongamos tengamos la cabeza no podamos caer en cualquier momento en ocios que inicialmente nos parezcan placenteros pero que al poco se convierten en insalubres. En una sociedad como la nuestra las opciones de caer en pozos profundos atraídos por alegres y cautivadores cantos de sirena son más que probables. Y eso es así porque nuestra sociedad está en permanente venta y compra. En una sociedad sometida al consumo de todo, ni los sentimientos escapan a él. De ahí que el individuo deba de buscar sus rincones de ocio saludable, buscar esos espacios de tiempo libre que le permitan desarrollarse como individuo, hacer lo que le gusta, pero que lo que le guste sea al mismo tiempo saludable; que le haga crecer y no menguar. Luego, pocas cosas hay como la lectura y el deporte para crecer; lectura como ansia de conocimiento y diversión y deporte como estímulo físico y espiritual, que puede ser competitivo, pero competitivo con uno mismo.

Y si tiene sentido para alguien encontrar esos espacios saludables, nadie mejor que para la gente que está en periodo de formación a nivel profesional, educativo y personal. El joven que crece leyendo o haciendo deporte será un adulto mejor que, además, estará revestido de un fuerte armazón que le alejará de otros insalubres.

Pues un poco de todo eso voy a hablar. Hablar, pero no intentar convencer a toda costa. 

He dado un buen número de charlas y conferencias a lo largo de mi vida y siempre he buscado la pureza. De nada sirve ni para ti ni para quien te escucha que te prepares un tema muy bien, pero que no creas en lo que dices. De ahí que cuando me invitan a dar una charla tengo que comprender que se trata de algo de lo que pueda hablar desde el corazón y desde el conocimiento.

Y es eso lo que pretendo hacer el jueves, 30 de septiembre. 

13 agosto 2021

¡VAMOS A LA PLAYA!


Sí, estar unos días en la playa está muy bien. Tiene su encanto. Sobre todo poder mirar al mar de noche y descubrir su misterio. Pero todo eso lo afea la masificación. La abundante gente con sus ruidos, su suciedad, sus soeces varias, su vulgaridad. No todo el mundo tiene esos atributos, pero sí demasiada y todos a la vez en gran cantidad. Además, existe un esnobismo social de acudir a la playa que se palpa en lugares de interior, como si quisieran decir los esnob que quien no lo consigue aunque sea durmiendo en una pensión de media muerte o hacinado y por la cara en un piso de un pariente, que se convierte en patera en estas fechas, se trata inmediatamente en un apestado social. Luego llegó el boom de la segunda residencia y todo el mundo quiso tener su pisito o apartamento en la playa porque pasar julio y agosto en la ciudad, en el piso en el que resides todo el año no es más que pertenecer a esa clase desclasada de ciudadanos que no ha sabido sacar unos euros aunque sea arruinándose en una nueva hipoteca para poder comprar un trozo de habitáculo que permita escapar de la calina que emite el alquitrán de las ciudades que no disponen de mar. ¡Ay, las apariencias de riqueza y burguesía! Hay que huir como de la peste de estas ciudades, que tan solo son útiles para vivir el resto del año. Lo glamuroso, lo realmente chulo es irte a tu apartamento de la costa y contar tan solo lo bueno de ello (que lo hay, por supuesto) pero no lo negativo, lo desagradable: las enormes colas en tiendas y restaurantes, normalmente concebidos para una población más normalizada y no masificada, la imposibilidad de plantar la sombrilla en primera línea de playa a no ser que reserves el lugar a las siete de la madrugada y, digo yo, si estás de vacaciones para levantarte a las siete de la mañana qué tipo de vacaciones son estas, suponiendo que el fin de uno sea tostarse en la playa, que es el caso (eso sí, me gusta leer en la playa a partir de las ocho de la tarde, cuando esta se suele quedar quieta y exenta de masificación, que no siempre es así ni a esas horas vespertinas. Además, hay otros muchos inconvenientes que pocos nos cuentan como pueda ser, por ejemplo, las fiestas en pisos aledaños al tuyo, que has pagado no ya con los ahorros sino con otra hipoteca, en ocasiones coetánea a la principal del piso en el que resides. Y si no hay fiestas, que las habrá porque para eso estamos de vacaciones (dicen muchos) y cada vez se respeta menos al prójimo, encontrarás que te pisa en el piso de arriba familias muy numerosas y alborotadoras y las que vienen a visitar parientes descarados cargados también con familias inmensas y alboratadoras, por lo que ese adorado apartamento que te compraste con tus esforzados ahorros se convierte en un verdadero suplicio y que ni tan siquiera está en primera línea de playa porque los que están en primera línea de playa se construyeron en los años setenta y los nuevos ya van por la quinta línea y nos ves ni un centímetro de mar. Comprarte un piso en la playa y no ver un centímetro de mar es, quizá, lo más dramático de todo.
Sí, claro que me gusta el mar, nada es tan estimulante para la mirada y la imaginación, pero está ocupada, sí, totalmente ocupada por la zafiedad y el mal gusto. No quedan apenas paraísos porque los han ocupado las hordas.
Al hilo de lo que decía sobre la opinión que se suele tener de los que nos solemos quedar en las ciudades en julio y agosto, esgrimiré en mi defensa, que pocas cosas más agradables de ver que una ciudad totalmente vacía, sobre todo en la mayoría de los días de agosto. Una ciudad para ti en la que las terrazas de los bares no invaden ni hacen ruido porque, en muchos casos, son inexistentes, donde no hay apenas ruido de niños chillones ni de gente vulgar que da voces o ensucia, donde no hay ruido apenas de vehículos porque, sencillamente,  casi son inexistentes. Sí, podría decir que es el aspecto que más me gusta de la playa, que se pueble de gente para que los pringados, esos que no acuden a la playa por decisión propia casi siempre puedan disfrutar de la ciudad como no es posible hacerlo el resto del año. 



29 julio 2021

MATADEROS DE CRISTAL



                                                  Por José Antonio Flores Vera


Hasta hace bien poco no solían programar en televisión imágenes de animales agónicos en mataderos y granjas industriales. Era, y sigue siendo en gran parte, un mundo cerrado en el que las prácticas abusivas y terribles a animales, que luego serán comida para las personas, son muy frecuentes, sino inherentes a la actividad. En la intimidad y nocturnidad (literalmente) más absoluta se perpetran horribles atrocidades propias de un campo de concentración a aves, cerdos, terneras, becerros, bueyes, toros (cuando no sirven para la lidia), conejos, corderos, chotos…la lista es tan amplia que da verdadera congoja, tan solo enumerando a los mamíferos vertebrados porque hay un sinfín de prácticas similares o más perniciosas a otras especies (por ejemplo a las cigalas y otro tipo de crustáceos se sumergen vivos en agua hirviendo o son asados aún con vida en planchas y barbacoas para poder ser servidos como alimento ante la vista de los comensales en muchos casos). Millones de estos animales y otros (porque hay culturas que también sacrifican otras especies que no suelen sacrificar otras, como el caso de los perros y gatos en algunos países orientales, práctica que ya va cesando) son sacrificados cada día en todo el mundo. Pero no se trata tan solo de que sean sacrificados, sino que son maltratados desde que nacen, en su inmensa mayoría, humillados, haciéndolos entrar por su propio pie en el matadero (es tan cínica la legislación, que si no entran por su propio pie en el matadero no son válidos para consumo humano), y lo hacen a empujones, sino agredidos, punzados, apaleados, para después, en muchos casos, ser encerrados en mínimas jaulas o chiqueras donde enferman muchos de ellos de estrés o de ansiedad, de miedo en definitiva, como la imagen que pude ver en televisión hace muy poco de un cerdo que casi desfallecía de ansiedad y de miedo dentro de una ínfima jaula e intentaba llamar la atención con una de sus patas al cámara que lo grababa. Todo eso lo sabemos porque algunos empleados con alma lo han confesado y porque muchos investigadores lo han podido grabar de manera furtiva con sus cámaras. Admiro mucho a esos investigadores porque se trata de gente adscrita a movimientos animalistas, gente que dedica parte de su vida a la defensa de los derechos de los animales y tragan sus nauseas, su rabia, su compasión y sus lágrimas para que el mundo pueda ver lo que ocurre tras esos gruesos y tristes muros. Gracias a esa labor mucha gente está abriendo los ojos y habrá gente, por supuesto, que no los abrirá jamás porque la humanidad es muy diversa en cuanto a sentimientos y pensamientos. Hay gente que piensa que estos animales nacen para nuestro consumo, pero no es cierto en absoluto. 

Ha dicho el escritor sudafricano John Maxwell Coetzze, premio Nobel de Literatura en 2003 lo siguiente:  «Si hubiera un matadero de cristal en medio de la ciudad, un matadero al que la gente pudiera acercarse a escuchar a los animales chillar, a ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiarían de idea» (Conferencia del 30 de junio de 2016 en el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid). Es una frase tremenda y sobrecogedora que ha repetido en sus conferencias por medio mundo; una frase que no muestra barroquismo alguno y nos da a entender que determinadas ramas industriales (la cárnica en este caso, pero tal vez más de las que pensamos) no mostrarán jamás qué ocurre puertas adentro porque en ese anonimato, en esa opacidad se encuentra la razón de ser de su negocio, a pesar de que existen inspecciones, rutinarias las más de las veces. 

Lo que dice el escritor Nobel es algo que todo el mundo supone pero que le cuesta ver porque la imaginación o el pensamiento jamás tendrán la acción testimonial de la visión y como eso es conocido por quienes llevan a cabo esas prácticas, bien porque es su trabajo o bien porque es su negocio, la manera más directa de evitar que el mundo conozca nada de lo que ocurre es dejar que sigan imaginando sin llegar a ver. Sin embargo, como decía al principio, las cámaras de televisión y la irrupción de las redes sociales (que algo positivo han de tener) cada vez penetran con  más facilidad en estos lugares y denuncian con imágenes lo que no basta denunciar con palabras. Y eso está generando cambios legislativos en muchos países (sobre todo los más avanzados), así como la forma de alimentarnos, sobre todo las generaciones más jóvenes, porque no está justificado ni es moral ni ético, muchos menos compasivo, que la gente no conozca, en realidad, qué ocurre cuando un filete llega a su mesa. 

Y, por supuesto, aquí no estamos hablando del efecto invernadero que provoca la ganadería industrial intensiva, ni de sus perversos efectos para el medio ambiente, ni de su escasa sostenibilidad, nada de eso, porque eso habría que dejarlo para los especialistas, sino de algo tan elemental y común como es la humanidad y la compasión hacia otros seres vivos que por el mero hecho de que no hablen o no piensen (o al menos eso creemos) no merecen el castigo que se les infligen para poder servir de consumo humano, pudiendo (como podemos) comer otros alimentos más éticos y sostenibles como la ciencia nutricional más avanzada o la ONU o la FAO no cesan de aconsejar.



04 julio 2021

EL RETO DE LLEGAR A ONCE KILÓMETROS

Mi reinvención como corredor apasionado y habitual comenzó hace muy poco. Una lesión de esas paralizantes me dijo al oído que iba a acabar con mis días como corredor. Pero no la escuché. E hice bien porque de haberlo hecho ahora estaría lastrado y probablemente deprimido, aunque uno no es muy dado ni a una cosa ni a la otra. El caso es que, como ya he contado, desde enero, tras varios intentos fallidos de fisioterapia en fisioterapia, encontré la adecuada (profesional, Cristina) y la lesión comenzó a remitir aunque no a curar del todo porque pocas lesiones serias se curan del todo. Lo importante es que aproximadamente sobre el mes de febrero comencé a dar los primeros pasos tras muchos meses sin darlos.
   Los primeros entrenos no fueron de más de seis u siete kilómetros hasta comprobar al poco que podía asumir alrededor de ocho. Llegaba a casa y aunque parecía que el dolor (se trata de una tendinosis aquilea crónica) no aparecía, a la mañana siguiente nada más salir de la cama sí aparecía, pero ya no se trataba de aquel de unos meses atrás que me impedía casi andar; se trataba de una molestia permanente más que de dolor en sí. Por tanto, me atreví a seguir sumando kilómetros, que se iba calmando con el paso del día. En los ocho estuve durante bastante tiempo porque, hay que decirlo, el estado de forma había caído lo suyo y me costaba llegar a más. Comprobaba que la lesión seguía ahí, claro que sí, pero por entonces ya había incorporado una rutina exigente de estiramiento diario (estirar, siempre estirar, aunque no haya lesión alguna), ejercicios específicos y me había hecho con una pistola de masaje. Todas estas cosas juntas comenzaron a ayudarme de manera espectacular tras las seis o siete sesiones de ondas de choque en fisioterapia.
Al poco ya no eran ocho los kilómetros acumulados por sesión (no más de dos a la semana), sino que podía asumir perfectamente nueve y diez kilómetros. Al mismo tiempo, con sorpresa para mí, ya podía hacer tres sesiones a la semana y lo que es más importante dos sesiones en dos días continuados, algo que era casi imposible meses atrás.
Hasta que ayer conseguí llegar a los once kilómetros, sin dificultad aeróbica y a un ritmo ya algo superior de cinco minutos y cuarenta segundos el kilómetros (en mis sesiones anteriores era difícil bajar de seis minutos el kilómetro). El resultado ha sido que esta mañana tenía la zona del Aquiles inflamada como suele ocurrir siempre, pero es algo normal porque a medida que pasa el día e inicio estiramientos y automasaje, comienza a bajar la inflamación. Lo importante es que aunque aún exista inflamación el dolor postsesión de entrenamiento ya no es paralizante. Por supuesto sé que aumentar a doce kilómetros o más aún no es posible, pero llegar a los once (que antes de la lesión era bastante rutinario para mí) ha sido un reto conseguido importante. Y en esa distancia seguiré, alternando con nueve y diez kilómetros.
Las lesiones son muy jodidas, amigos, pero si se consigue gestionarlas con cabeza, paciencia y sentido común son superables.


18 junio 2021

ACERCA DEL PRIMER BORRADOR DE UNA NUEVA NOVELA DE TÍTULO PROVISIONAL: UN MENSAJE DESCONOCIDO

Ayer, día 17 de junio, escribí la mágica palabra «FIN» a una de las novelas en las que estoy trabajando, de título aún provisional Un mensaje desconocido.

Esta novela comenzó a fraguarse hace algunos años y pretendía ser una novela corta continuadora del relato de mismo título publicado en mi libro Conversación en la taberna y 41 relatos. Fue creciendo, extralimitando los muros de lo que podría considerarse una novela corta, para convertirse en una de tamaño medio: cuenta en su primera redacción con cerca de 72.000 palabras, que para un libro de tamaño estándar supondría unas 350 páginas. 

Se trata de una novela que aborda elementos sobrenaturales y misteriosos, impregnados de la cotidianidad normal de que me gusta impregnar mis relatos y novelas.

Como es preceptivo, ahora reposará algún tiempo antes de comenzar el trabajo, desde mi punto de vista más importante: la reescritura. 

Me considero un autor que suele ser bastante fiel a la redacción original de un texto literario, pero es inevitable que sufra modificaciones, muchas de las cuales serán importantes. En una primera escritura no es conveniente detenerse demasiado en estructura y posibles incoherencias, así como en un desarrollo no completo de los personajes, entre otras muchas cosas. Todas estos elementos quedan para esa reescritura, que sufrirá una segunda antes de ser enviada a un grupo selecto de escritores cero y, posteriormente, a revisión profesional. Si, finalmente, acaba en una editorial es inevitable que pase por el matiz y filtro de ésta; de lo contrario, si se publica en Amazon de manera independiente, que es como estoy publicando mis últimos libros, ese filtro se detendrá, además de lo que se admita como válido de las sugerencias de los escritores cero, en la revisión profesional a la que será sometida. Un proceso arduo que suelo asumir con bastante tranquilidad. Son pasos muy estrictos y delicados que hay que dar para que el producto literario cuente con la calidad suficiente en el mercado literario. 

Por lo pronto, queda el disfrute de haberla escrito y del que vendrá, junto a grandes rasgos de sufrimiento, en la reescritura. 


17 junio 2021

RELATO: LAS CUATRO ESQUINAS (INCLUIDO EN EL LIBRO PÉRDIDA Y OLVIDO)

Siempre suelo decir que mi creación literaria no bebe de la memoria, y esto es cierto por lo general, aunque no siempre. Por ejemplo este relato sí bebe de aquélla o, al menos, de lo que mi memoria actual conserva. Este relato se titula: 

LAS CUATRO ESQUINAS*


Aunque la taberna Las Cuatro Esquinas no abría hasta las cinco y media de la madrugada, era habitual que Andrés ya tuviera amarrada su vieja mula en la fuerte argolla de hierro incrustada en la fachada encalada, a las cinco. Encendía el tercer celtas cortos y ordenaba mientras abría el zurrón, en el que portaba los aperos de labranza y el almuerzo, que no era más que un trozo de tortilla de patatas que había sobrado de la cena, que su mujer le guardaba, añadiendo si acaso unos trozos de queso en aceite y pan. Sabía que era dado a la comida frugal porque, Andrés, siempre había preferido beber. Es por eso por lo que estaba ansioso y comenzaba a mirar el reloj, cada vez con más insistencia, porque era raro que Manuel abriera la taberna después de las cinco y media. Manuel ya sabía quién le estaba esperando, tras repetirse esa escena casi todos los días, hasta el punto de preocuparse si algún día llegaba a la calle solitaria para abrir su establecimiento, pero no estaba Andrés esperándolo. Por suerte, llegaba a los pocos minutos, mientras él encendía las luces, conectaba la cafetera y abría la otra puerta que daba a la calle más ancha. En varias ocasiones, Andrés no apareció, pero era su mujer, Rosario, la que, sin entrar, asomaba la cabeza a la puerta de la taberna, aún casi vacía, y anunciaba a Manuel que su esposo había pillado la gripe, pero aun en esos días febriles, Andrés sacaba fuerzas de aquel cuerpo pequeño y brioso y acudía a la taberna, a eso de las ocho de la mañana, una hora intempestiva para él. No obstante, eso ocurría muy poco; acaso, un par de veces cada dos o tres años, porque lo habitual era que ya estuviera tomándose su primera copa de anís fuerte a las cinco y media de la mañana, que él mismo se servía, casi siempre, mientras Manuel llevaba a cabo todos esos preparativos para poner el negocio en marcha.

Solía decir a todos los clientes (en realidad, todos amigos), sin dejar la copa en la barra ni un segundo, que esa mañana tenía que regar alguna de sus hazas en la vega, quitar las malas yerbas, escaldar la tierra o abonar, en función de la época del año; y si era verano, mas valía que lo hiciera antes de las once de la mañana, porque después sería imposible, cuando el sol estuviera por encima de su cabeza, abrasándole con los casi cuarenta grados que acostumbraban a marcar los termómetros en aquella parte del sur de la Península. Pero, daban las siete de la mañana, y Andrés aún seguía asido a su enésima copa de anís, viendo cómo entraban y se marchaban raudos todos los campesinos y la- bradores, clientes habituales de Manuel, que tomaban el café de un sorbo y se llevaban dos o tres medidas de aguardiente o coñac, en botellas de cerveza de un quinto de litro. En ocasiones, les pedía a sus vecinos de predio que le fueran abriendo la compuerta de la acequia, para que se fuera regando su haza, que él llegaría en unos minutos. Pero casi nunca llegaba. Y como ya lo conocían, era habitual que sus propios vecinos de finca regaran por él. Sabían que, cuando volvieran al bar de Manuel a tomar unas cervezas o unos vinos, una vez concluidas sus tareas agrícolas, él aún estaría allí; no ya con una copa de anís en la mano, sino con un vaso de vino para el que rechazaba la tapa, y agradecido por la labor de sus vecinos en su haza, los agasajaba hasta cansarlos, no dejándoles pagar ninguna de sus consumiciones ni dejándolos marchar. Incluso, era habitual que alguno más piadoso, acarreara con la mula y la llevara al establo de Andrés, para que el pobre animal no tuviera que sufrir la penuria de las muchas horas atada, dócil y silenciosa, a la argolla de la fachada de la taberna, sobre todo, en los meses del estío. Pero eso se solucionó fácilmente, cuando Andrés cambió la anciana mula, que pasó sus últimos días en un picadero, por una mobylette, ciclomotores eficaces y útiles, que estaban comenzando a llegar al pueblo y que era como una bicicleta con motor. Entonces, ya no había razón para que no pudiera estar en la taberna de Manuel todo el tiempo que quisiera, refiriéndose sin parar, con una copa de anís o un vaso de vino perenne en la mano, a las muchas tareas que tenía que hacer en el campo esa mañana y para las cuales madrugaba cada día.


* Las cuatro esquinas está incluido en el libro de relatos cortos Pérdida y olvido, disponible en Amazon. Puedes acceder desde aquí a la página del libro. Disponible en eBook y papel.


14 junio 2021

«ESO ES MUY MALO SUDANDO»

-¡Eso es muy malo sudando!
Yo dejaba caer el agua de la fuente sobre mi cabeza, mientras escuchaba esa frase de advertencia. Siempre lo hago con temperaturas altas. Nada hay más placentero que estar en la mitad de una ruta de entrenamiento y poder sentir cómo el agua fresca recorre tu cabeza y se desliza a través del cuello apagando el fuego de la alta temperatura. Ese agua se va fundiendo con el sudor y los primeros metros tras reanudar la ruta son también deliciosos al percibir el frescor del agua. 


Estaba en algún punto de la vega y me faltaban unos tres kilómetros para acabar mi entrenamiento y llevaba ya recorridos casi el triple de esa cifra. Eran más de las doce del mediodía y el termómetro en plena ola de calor debía estar en los treinta y cuatro grados, sino más. Por tanto, tenía sentido lo que me decía ese hombre de campo, de edad avanzada y con una sabiduría popular muy certera. Le expliqué que lo era, pero no si se hacía bien: refrescando los centros de refrigeración del cuerpo: nuca, frente y muñecas, y bebiendo poca agua y a pequeños sorbos. Se tranquilizó. «Una vez vi a un corredor que bebió agua y se mareó», me dijo a modo de título de  la explicación. Posteriormente se detuvo y fue más detalloso: iba el hombre por un camino y vio cómo un corredor iba perdiendo el conocimiento, y con esa pérdida el equilibrio, tras beber agua en abundancia en una fuente. La bonhomía del hombre hizo que se acordara de aquel suceso y me quiso advertir. Podía haber hecho caso omiso, seguir su ruta sin más, pero decidió prevenirme. E hizo bien, porque cuando un corredor es novato, cuando hemos sido novatos, cometemos esas imprudencias y, quizá por eso, dejamos de cometerlas cuando somos veteranos. Y así se lo expliqué, asintiendo el hombre con la tranquilidad de a quien se le ha aclarado muy bien alguna duda que albergaba. 
Correr tiene este tipo de cosas; correr cuenta con estas anécdotas humanas y especiales. Es una de las facetas que siempre más he admirado cuando me han ocurrido y es por ello, tal vez, por lo que me empujé a escribir mi libro Corriendo entre líneas, el cual está plagado de ellas, y así las conté (la mayoría de ellas) en este blog con anterioridad a plasmarlas en el libro.
¿Y me preguntáis por qué me gusta correr? Entre otras muchas cosas, por las grandezas que se viven en ruta.

02 junio 2021

UNA SOCIEDAD CADA VEZ MÁS HEDONISTA

 Cuando el virus se cebaba con todo el planeta o eso nos dijeron, llegué a considerar en serio que la humanidad iba a dar un importante vuelco hacia la sensatez, pero me asomo a mi terraza y veo la del bar de enfrente y concluyo que no, que nada ha servido para que el humano hiciera autocrítica. Veo a hordas de gente vociferante ansiosos de consumir, pugnando por encontrar una mesa y sentarse en mitad de la vulgar acera intentando imaginar paraísos que solo tiene en su imaginación. No hay más.


sería injusto si considerara que lo que veo desde mi terraza es el resumen del comportamiento de la humanidad. No en absoluto, porque de ser así estaríamos más que perdidos, aunque es un ejemplo bastante representativo, que se extiende a lo largo y ancho de cualquier punto geográfico, confirmándose que el hedonismo mal entendido ha cogido las riendas de la existencia de muchas personas. Por el contrario, hay gente muy decente que ha sabido tomar nota de la situación del planeta; que ha comprendido que el planeta, como órgano vivo necesita lo que le dimos en los primeros meses del confinamiento. La mala noticia es que esa clase de gente es poca en comparación con la que ha decidido hacer de este mundo una especie de uso tangible, sin importarles el medio ambiente, los animales o, sencillamente, el respeto a los demás.

Los vociferantes de la terraza de enfrente se complementan con los gritos de sus hijos a los cuales les han colocado unos parques infantiles la mar de cómodos junto a la terraza del bar. Y aquí habría que considerar también la ineficacia municipal, el no saber considerar que existen otras personas ajenas con derecho, sencillamente, al descanso o, simplemente, a no estar contaminado de ruído. Ayuntamientos que facilitan el caos.

Y es que la sociedad está a una letra de denominarse suciedad. Una suciedad que creamos los humanos por pensar que somos lo únicos dueños de la creación. Pero para crear hay que tener valores y reflexionar. No es posible ser responsable de nada sin valores y sin reflexión. Ese es uno de nuestros principales déficits. 

Creer que el ser humano, por serlo ya es garante del orden y la preservación del planeta es el principal error (inducido, en mi opinión) que históricamente ha cometido la humanidad. Tras la pandemia o aún saliendo de ella, yo ya tengo claro que la humanidad ha dado un paso atrás, se ha vuelto aún más egoísta e inconsistente, ha interpretado que es posible que el futuro no exista y ha decidido arrojar a la alcantarilla lo poco que vislumbra de él. Lo creo firmemente por lo que observo a mi alrededor. Cada vez interesa menos la reflexión, la lectura, el arte, el silencio o sencillamente una vida consecuente con lo que nos rodea, principalmente, el medio ambiente y los animales. Sí, lo creo firmemente porque lo veo cada día. Pocas personas escapan a ese aciago futuro.



30 mayo 2021

AGOTAMIENTO (DIARIO IDEAL, 30/5/2021)


Hay agotamiento. Los ciudadanos dan muestras de agotamiento en su comportamiento. También las Administraciones Públicas ofrecen lecturas nada disimuladas de agotamiento y se arrojan los trastos a la cabeza las unas a las otras. Las Comunidades Autónomas recriminan al Gobierno central que haya eliminado el toque de queda, dejándolas inermes; y los municipios critican a las Comunidades Autónomas por los cierres perimetrales, que consideran caprichosos. Todo el mundo ya está agotado y la poca luz que se ve al final del túnel provoca que el agotamiento se convierta en ansiedad.
Lo ves en las calles, en las terrazas, en las playas; lo deduces de los discursos de los políticos cuando un día afirman lo contrario de lo que afirmaron el anterior. Todo el mundo está agotado.
Y con ese agotamiento en el cuerpo y en el alma la gente se agarra a lo que puede, ya sea la vacunación o el alcohol. Porque los políticos están preocupados por el excesivo consumo de alcohol que beben los jóvenes, que beben y beben como si no hubiera un mañana. Porque eso es también síntoma de agotamiento. Y de desesperanza. No es nada nuevo, ya se decía en la antigua Roma.
Desesperanza en el futuro, que ya era oscuro antes del virus. Y eso también forma parte del agotamiento. Y si una sociedad da muestras de agotamiento no dispondrá de energía suficiente para afrontar el futuro.
Aunque es posible que el futuro, tal y como lo concebimos, ya no sea más que un producto de la imaginación. Eso ya lo advirtió Henry David Thoreau en su obra Walden al decir que «cuando un hombre reduzca un hecho de la imaginación a un hecho de su entendimiento, preveo que todos los hombres establecerán su vida sobre esa base».
Y es que la clave está en entender cómo saldrá de todo esto la sociedad, es decir, en qué situación quedará el mundo tras una pandemia universal; la primera pandemia universal moderna. Entender si seremos mejores seres humanos o, por el contrario, agotados y desesperados, mucho peores.
Cuando en los primeros compases del confinamiento se alzaron voces sobre lo necesario que era que el mundo se detuviera por un tiempo, mucha gente comenzó a albergar esperanza. No eran voces mesiánicas, sino contrastadas. De gente con discursos serios, con empleos serios, con libros escritos serios, con estudios serios. Gente solvente. Asimismo, los amigos del medio ambiente y de los animales se felicitaban por la vitalidad que estaba adquiriendo el planeta. Incluso las grandes agencias espaciales publicaron fotos con las pruebas de esa vitalidad de la tierra, que parecía sonreírnos desde esas fotos y decirnos: «seguid así, chicos, lo estáis haciendo bien». Animales salvajes se acercaban a los núcleos urbanos y a las costas, y especies que se presumían no existían comenzaron a pasear cerca de los humanos. Fue entonces cuando rebrotó la esperanza. Pero la esperanza no es más que un producto de la imaginación y no del entendimiento. De ahí que durara tan poco.
Porque el sistema no puede detenerse, dijeron los más interesados en que el sistema no se detuviera. No es el mejor sistema, pero es nuestro sistema, justificaron. Y la vorágine de los días, y el confinamiento que no terminaba y las restricciones que aumentaron y las mascarillas que afloraron y la desesperanza en general hicieron el resto.
Creo y creemos muchos que se perdió una gran oportunidad al no saber convertir la imaginación en entendimiento. 
El medio ambiente se ha vuelto más gris y los animales salvajes ya no pasean entre nosotros. 



26 mayo 2021

BARON NOIR (SERIE FRANCESA -HBO, 2016-2020-)

 

QUIENES en su día vimos embelesados aquella mítica serie francesa titulada Braquo, que constó de 32 capítulos a lo largo de 4 temporadas (2009-2016), descubrimos que nuestros vecinos gabachos saben hacer buenas series, además de buen cine (eso ya lo habían demostrado desde siempre).
Reconozco que, desde entonces, no había visto ninguna serie francesa más, pero sí mucho cine. Por supuesto, me arrepiento de no haberlo hecho. Y cuento esto porque hace no mucho tomé la sabia decisión de ver Baron Noir, que emite la plataforma HBO y que consta de 24 capítulos a lo largo de 3 temporadas.
Baron Noir es una serie negra sobre la alta política francesa, que no por ser ficción está alejada de la realidad, la cual seguramente es mucho más cruda de lo que la serie cuenta. Una serie negra, al más puro estilo del "noir" francés, que no se permite ni un minuto de humor (algo habitual en el cine francés, pero no tanto en las series) ni de un minuto de relajación para que el espectador no se despiste y vea cómo su adrenalina va surcando por sus venas hasta llegar a su cerebro, preguntándose constantemente si todo lo que ve ocurre en el mundo real. Pues os diré, amigos míos, que sí, que seguramente sí ocurre; lo sabemos, porque quienes vivimos muy cerca de Francia y compartimos con ellos más valores de los que suponemos y ya sabemos cómo se la juegan los creadores de la Revolución política más importante de todos los tiempos que cambió para siempre la forma de entender poder y hasta el mundo. Nadie mejor que ellos conocen los entresijos políticos y por eso son tan buenos haciendo este tipo de series. 
A diferencia de las series del mismo estilo americanas o, incluso, británicas, Baron noir supone para nosotros, sus vecinos españoles, algo muy familiar, que nos habla con un lenguaje que conocemos porque es común entre nosotros, a pesar de la diferencia de forma política del Estado: el nuestro monárquico, el suyo republicano. Partido socialista francés, de estructura muy similar al español, Unión Europea, Euro, Gran Deuda Fiscal y los ajustes y multas de la UE cuando se incumple, congresos de partido con infinitas puñaladas...
Obviamente aquí no vamos a ver a un Jefe de Estado monárquico, sino republicano, con mucho más poder (en teoría) y más conectado con el gobierno del país, formado por el primer ministro y su gabinete de ministros. En este sentido, sería fundamental que esta serie fuera vista por los muchos republicanos españoles que sueñan por ver convertido su país en una República, entre los que me cuento. Y lo digo no con velada mordacidad crítica sino como aprendizaje de lo que nos esperaría: más poder de partido a cambio de eliminar para siempre a nuestros Borbones, tan corruptibles ellos, que son (vaya paradoja en este caso) de ascendencia francesa. 
No me alargaré más. Tan solo aconsejo a los lectores de este blog que se den una oportunidad y ven Baron noir si les gusta este tipo de series o si les gusta, sencillamente, la trama de alta política existente en cualquier país. Seguramente no se arrepentirán. 

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...