CORREDORES ANÓNIMOS
Tras meditarlo detenidamente, optó por reunir a la familia y a los
amigos más íntimos y entre todos decidieron que lo mejor para él sería entrar en
ese grupo de terapia. Corredores anónimos, se llamaba.
Así
que con el nerviosismo propio del novato, se dirigió a la sede del grupo que se encontraba en un edificio de nueva construcción a las afueras de la ciudad. Enseguida comprendió que su caso no era único; de hecho había un nutrido grupo de personas que charlaban entre ellos alrededor de unas sillas perfectamente ubicadas y que formaban un perfecto círculo. Sin duda, mucha gente también necesitaba ayuda.
Todos
los allí presentes eran tipos y tipas espigados y delgados. Aparentaban un aspecto saludable y no se les veía ni una mínima protuberancia en la tripa; gente que, antes que él, también habían solicitado integrarse en el grupo.
Le
atendió un tipo alto y delgado con aspecto juvenil que vestía un vistoso chándal compuesto de pantalón
negro y chaqueta lima marca JOMA. El chándal era técnico, confeccionado con tejido de poliamida, que era el último grito en cuanto a tejido transpirable; sus colores y diseño entraba por los ojos. Me tengo que hacer con uno de esos, se dijo. Por su aspecto y su
vestimenta, debía de tratarse del jefe de grupo. Así era. Éste se presentó y le
animó a integrarse en el grupo sin reservas. ‘Ya verá cómo sale de aquí
reconfortado’, le dijo mientras le acompañaba con delicadeza al círculo que acababan de formar
los veinte miembros del grupo.
-Queridos
amigos y amigas, volvemos a encontrarnos aquí de nuevo para continuar con
nuestra terapia que tanto bien nos está haciendo. Pero antes quiero presentaros
a un nuevo miembro; o mejor que se presente él mismo:
-Hola,
me llamo Esteban y soy corredor –dijo tímidamente-
-Hola
Esteban, bienvenido –dijeron todos al unísono-
-Esteban –dijo
el jefe del grupo-, cuéntanos tu caso sin reservas.
-Bueno...yo
–intentó decir con pronunciación titubeante- comencé a correr sin ningún propósito
concreto...ahora..., perdonad....
-Tranquilo
Esteban, comprendemos tu nerviosismo, pero piensa que te encuentras ante un grupo de amigos y todos nosotros también hemos pasado por lo
mismo. Puedes expresarte sin tapujos.
-Yo...comencé
a correr sin ningún propósito concreto. Corría dos, tres...a lo sumo cuatro
kilómetros, pero en poco tiempo ya quería correr diez. Contacte con gente que
también corría y ellos me sugirieron que cambiara de zapatillas porque podía
lesionarme, y así lo hice. Luego vinieron los pantalones técnicos, la camiseta
técnica, la malla técnica....no sé cómo, pero poco a poco me sorprendí a mi mismo preparándome para correr mi primera media maratón. Dejé de salir de copas con mis amigos. A partir de
ahí todo cambió...mi pareja, mis amigos, mi familia, nadie me entiende.
-Comprendemos por lo que estás pasando Esteban. Te vendría bien escuchar otros testimonios. Permíteme que te tutee.
Inmediatamente
varios miembros del grupo alzaron la mano para exponer su caso y el jefe del
grupo moderó señalando a uno de ellos.
-Hola, me
llamo Jaime y soy corredor –dijo éste de manera resulta-
-Hola Jaime,
-dijeron todos al unísono-
-Yo corrí mi
primer medio maratón hace un año y ahora estoy entrenando para correr un
maratón. Y, sí, también algo está cambiando en mí. Soy consciente que mi cambio de rumbo no es aceptado por personas de mi entorno más íntimo, pero yo no quiero cambiar mi nueva vida.
-Hola me llamo
Carmen y soy corredora –dijo otra integrante del grupo cuando fue señalada por
el moderador-
-Hola Carmen
–dijeron todos al unísono-
-El mío es un
caso preocupante. Tengo un buen trabajo ejecutivo en una multinacional que me
obligaba a comer todos los días fuera de casa y, en ocasiones, a tener que
alternar con los clientes. La báscula era mi peor enemiga; para colmo fumaba
compulsivamente como consecuencia del estrés. El mes pasado me tuvieron que ingresar en el hospital a causa de una afección cardíaca y en el hospital un fisioterapeuta me indicó que me vendría bien correr y le hice caso; ahora estoy
a punto de correr mi segundo maratón. No fumo nada y la báscula ya es mi amiga,
pero en la empresa comienzan a mirarme mal cuando evito las comidas de empresa
y el tiempo para alternar con potenciales buenos clientes lo dedico a entrenar. Mis rendimiento comercial ha bajado y temo que peligre mi
trabajo.
-Hola, me
llamo Luis y soy corredor –dijo el siguiente-
-Hola Luis
–dijeron todos al unísono-
-Yo comencé a
correr con la ropa que buenamente encontré en mi armario, pero al poco tiempo
comencé a comprarme tejidos técnicos y zapatillas técnicas, circunstancia ésta
que provocó un cisma en mi matrimonio. Mi mujer me acusaba de gastarme
demasiado en ‘esas ropas’ como las llama ella. Desde entonces me siento un incomprendido y temo llegar a casa con un nuevo tejido o zapatillas; de hecho las introduzco a hurtadillas, como si estuviera cometiendo un delito.
-Hola, me llamo Adolfo y soy corredor -dijo un hombre ya entrado en edad-. Yo fui bastante infeliz hasta los 50 años de edad. Mi vida no tenía mucho sentido. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Las tardes las pasaba jugando al dominó en un sórdido bar con un grupo de vecinos del barrio. Me sentía un jubilado a los 50 y mi cuerpo y mi mente estaban oxidados. Pero un día, un vecino joven -quizá compadeciéndose de mi aspecto, cada vez más triste y envejecido- me invitó a que corriera con él. Al principio lo tomé a broma, pero al día siguiente me puse un viejo chándal que tenía de la época de la mili y me fui a trotar con él a un parque cercano a mi domicilio. No fueron más de dos kilómetros, pero sentí que rejuvenecía. Progresivamente dejé de ir al bar con los amigos y el año pasado me atreví a correr mi primer medio maratón. Ahora soy otra persona, pero me entristece que mis antiguos compañeros de dominó ni siquiera me saluden por el barrio y hagan comentarios entre ellos cuando paso corriendo por el bar.
-Hola, me llamo Santiago y soy corredor.
-Hola Santiago, -dijeron todos al unisono-
-He sido una persona obesa hasta el año pasado, que fue cuando comencé a correr en serio. Mi problema es que en mi familia me consideran un bicho raro. Mis padres y mis hermanos, obesos desde siempre, no comprenden que no coma los alimentos que ellos suelen comer habitualmente. Mi madre se pone histérica cuando rechazó sus grasientos guisos y sus diversos fritos. De hecho, se echa a llorar. Cada vez me siento más extraño entre mi propia familia y la situación es cada vez más insostenible.
Cuando acabó la sesión, la cabeza de Esteban le daba vueltas. Sentía que había estado en otra dimensión. Aquellas confesiones la habían hecho comprender que no era el único que tenía problemas desde que se dedicó a correr en serio. Sin embargo, salió del local con ánimo reconfortado. Comprendió que a partir de aquel día todo sería distinto en su vida y que todo lo que le esperaba en el exterior no era más que una sombra dañina de su nueva trayectoria. Sin duda, seguiría asistiendo al grupo de terapia cada tarde.