Escribía hace unos días una entrada que denominé 'Una mujer guay'. Era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y yo me encontraba en un bar tomándome una 'milnoh' (que es como le decimos en Granada a la muy sabrosa Alhambra 1925 Reserva). En fin, que prometí continuar con lo observado en aquel bar y surgió un relato, que como sabéis, siempre juega con la realidad y la ficción, intercambiando ambas.
CUANDO LAS PALABRAS SON HUECAS
Era viernes, ocho de marzo, y
yo me encontraba tomando una 'milnoh'
en una bar del centro mientras leía Ideal. Al fondo del amplio local la
televisión, de forma atronadora, como queriendo llamar la atención de los
clientes, no cesaba de dar noticias sobre los papeles de Bárcenas y el caso Nóos, en fin, toda esa cantinela
informativa con la que nos afean el día
y de la que quieren que coparticipemos todos para ver si es posible que tengamos
de una vez por todas conciencia de pueblo unido contra la corrupción política.
En algún momento de las noticias salió hablando una
tipa de un partido político -no importa cuál a estas alturas- informalmente
vestida, pero muy bien vestida, bien maquillada y luciendo su nutrida melena
que se agitaba con disimulado desorden cada vez que giraba ufana su cabeza para
atender a las formales preguntas de los periodistas. Se trataba de una
declaración oficial de esas que los partidos acostumbran a dar cuando se celebra
algo que consideran importante. Se le veía cómoda y hablaba con mucho aplomo
porque era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y ella estaba hablando
de la mujer trabajadora y sus derechos. Cómodamente sentada y sintiéndose
importante, con gesto adusto y solemne se refería a las conquistas sociales
conseguidas en torno a la mujer trabajadora y que tan sólo su partido había
conseguido hacer efectivas en este país, mientras que determinados partidos -decía-
lo único que han hecho es poner obstáculos a los derechos de la mujer
trabajadora. Yo ya estaba comenzando a cansarme porque la escuchaba más a ella
que a mí propio pensamiento interior, que intentaba ordenar la información que
leía en el periódico.
Por un momento estuve a punto de decirle a la chica joven
que atendía la barra y las mesas ella sólita que bajara el volumen, pero
observando el agobio que tenía ésta, atendiendo a los clientes de la barra, a
los de las mesas, preparando tapas en una plancha, poniendo el lavaplatos,
cobrando, y un largo etcétera, me pareció violento e inmoral interrumpirla.
Además, era el día de la Mujer Trabajadora, su día. Por tanto, lejos de
decirle que bajara el volumen, alcé mi mirada del periódico y me puse a
observar cómo aquella chica se multiplicaba haciendo todas esas cosas al mismo
tiempo y pensé que probablemente no cobrara más de 500 € al mes, si es que los
cobraba, tras muchas horas de trabajo. También pude advertir que de cuando en
cuando, en los pocos segundos de asueto que conseguía arañar de su endiablada
tarea, miraba de soslayo a la tele con gesto
de hastío o de indignación, que eso no lo pude advertir con claridad. Posteriormente
dirigí de nuevo mi mirada a la política que aún seguía hablando en la televisión
cada vez con mayor seguridad, verborrea
y solemnidad sobre la mujer trabajadora y sus derechos. Cuando acabara su
intervención le esperaría su coche oficial y, seguramente, se iría a celebrar
con sus compas de partido lo bien que había hablado. Por su parte -pensé- a la
chica del bar, con un poco de suerte, tal vez, estando ya la noche cerrada,
vendría a buscarla su novio en una desvencijada moto y, probablemente, pocas
fuerzas le iban a quedar para celebrar nada, entre otras cosas, porque nada
había que celebrar.
Y entonces es cuando estuve a punto de arrojar el
platillo de la tapa a la pantalla del televisor, pero no lo hice porque con
toda seguridad ese daño se lo hubieran imputado a la camarera y tan sólo le
hubiera faltado eso para completar el día, su día.
ACTUALIZACIÓN: ARTÍCULO -RELATO PUBLICADO EN IDEAL EL DÍA 26/3/2013
ACTUALIZACIÓN: ARTÍCULO -RELATO PUBLICADO EN IDEAL EL DÍA 26/3/2013