Como suele ocurre cada último domingo de enero de cada año, en la parte más oriental de Andalucía, el viento y el frío se clava en la piel como puñales. Por tanto, se supone que te lo piensas antes de despojarte del cálido chándal, porque sabes que si lo haces te quedas con el más mínimo de los ropajes, el adecuado para correr 21 kilómetros. Está claro que durante los primeros kilómetros echas en falta ese chándal del que te despojaste minutos antes, pero enseguida te congratulas de la decisión tomada. Quizá unos guantes técnicos de poliéster fino podrían venir bien..., es probable que hasta el kilómetro 10 de carrera, pero será a partir de ese kilómetro cuando también querrás despojarte de ellos y ya no tendrás opciones de dejarlos en lugar alguno.
Es más o menos la misma reflexión de cada año desde que vienes a competir aquí, porque curiosamente nunca recuerdas haber corrido sin frío en las otras cuantas ocasiones en que aquí corriste. Hoy no hay lluvia-nieve, como sí hubo hace unas cuantas ediciones, ni el día es tan desaliñado y frío como en otras; ni tan siquiera están cayendo esas gotas como barruntaban los agoreros –o mal agoreros- del tiempo, pero sí hace frío, bastante frío. Se supone.
Te dices a ti mismo que corriste un año lesionado. Fue a partir del kilómetro cinco cuando yendo junto a Javi de Las Verdes, advertiste que aquello no iba bien, así que le dijiste a tu compañero de ruta que siguiera él. A partir de ahí, ya sabías lo que ocurriría: sufrimiento y dolor durante los siguientes dieciséis kilómetros, pero no te detuviste, te dices con cierta afrenta.
Pero aquella absurda gesta –debiste parar como en Los Palacios- te mantuvo lesionado otro mes más. La microrotura fibrilar que iba camino de cerrarse si no hubieras corrido aquella Media Maratón de Almería de 2008 acabo por expandirse más. Algo muy parecido a lo que ocurriría hoy, sin duda alguna.
El año pasado a la altura de Sorbas, ya cerca de Almería, te detuviste en la única estación de servicio de la autovía y tomaste una infusión de manzanilla porque el cuerpo no estaba bien. Tal vez habías dormido poco y algo andaba mal en el interior del estómago. Sin embargo, las sensaciones en la prueba fueron buenas y el tiempo también. Tres minutos y pico por encima de los noventa minutos aunque te desfondaste en la amplía avenida que conduce al Estadio de los Juegos del Mediterráneo donde el fuerte viento no ayuda, pero desde hace días barruntas que este año sería peor toda vez que las molestias en la parte del gemelo derecho, contraídas el día 4 de enero, persisten. Y esas molestias probablemente harán que vayas mucho más lento y te podrías ir a la hora cuarenta o incluso cuarenta y dos, algo con lo que no contabas hace un mes, porque sería en Almería donde intentarías acercarte a los noventa minutos tras las buenas expectativas de la Media de Granada.
Cuando llegas a meta se supone que cruzas la línea del Estadio con un sabor agridulce: por fortuna llegas sin cojear –no cómo aquel año-, pero sin poder cumplir el reto planteado.
Otro año será.
No hay duda que con la imaginación también se puede correr.