He aquí el artículo que me dedica el diario Ideal de Granada con ocasión de la publicación de mis dos últimos libros, disponibles ambos en Amazon.
He aquí el artículo que me dedica el diario Ideal de Granada con ocasión de la publicación de mis dos últimos libros, disponibles ambos en Amazon.
Siempre es agradable que te seleccionen un relato para uno de los diarios con más tirada de Andalucía.
Lo diré desde ya: la novela «Alegría», de Manuel Vilas, me ha parecido una obra excelente. Posee rasgos de alta literatura y en muchas de sus frases, auténticas perlas literarias. Pero también he de decir que puedo comprender que no sea una novela para todo el mundo, que todo el mundo no disfrute con este tipo de literatura. Lo digo porque el lector podrá encontrar en Amazon comentarios del tipo: novela aburrida, plasma, no he podido acabarla, repetitiva... Y otras por el estilo.
Pero a un servidor le ha gustado. Y mucho.
Es probable que tengan razón aquellos que afirman que es un poco repetitiva, pero es perdonable porque el escritor desea centrar casi toda la trama (aunque, en puridad, trama no hay) en sus padres, es decir en la relación que él tuvo con sus padres y cómo los ve ahora, ya muertos, en ese ejercicio de autoficción. Y, claro, eso puede ser repetitivo, pero a mí no me lo ha parecido, principalmente por una cuestión: cada vez que alude a ellos es por pensamientos, sentimientos, sensaciones, vivencias nuevas. Y eso jamás puede ser repetitivo.
Se aprecia en el texto del escritor de Barbastro que es poeta ante todo, pero que también domina el lenguaje narrativo, del que se aleja formalmente las más de las veces porque es una novela que no necesita una formalidad. Es otra cosa.
Y como otra cosa que es, no será una novela que guste a todo el mundo. Por supuesto, no quiero aparentar pedantería, pero esta novela está escrita para que la lean quienes realmente aman la literatura y no solo novela histórica, negra o de otro tipo, que las más de las veces tienen muy poco de literatura, aunque hay mucha de ese género que la tiene a raudales.
La literatura es contar, por supuesto, pero sobre todo es saber trasladar a palabras sentimientos más que reflexiones, situaciones más que historias objetivas. De ahí que existan diversas formas de novelar las cosas. Y lo que hace Manuel Vilas en esta novela es saber plasmar sentimientos y también plasmar situaciones. No es necesario que cuente historias, aunque también lo haga, al menos para engarzar con el sentimiento y la situación que quiere describir...Casi siempre centrada en sus padres, pero también en sus hijos o, más bien, en cómo se intenta ver él como padre también.
No he leído aún Ordesa, que fue un fenómeno literario hace unos pocos años, por lo que he comenzado la casa por el tejado, pero Ordesa me espera impaciente.
Pero antes tendré que acabar Patria, de Fernando Aramburu, de la que también escribiré aquí.
EL HÉROE DE LA NAVIDAD
Uno tiene sus filias cinematográficas, a veces de vocación inconfesable, pero en esta ocasión he de confesarlo porque es el momento: me gusta el cine de género navideño; no es sinónimo de que me guste la Navidad o, al menos la que hemos montado entre todos a base de chequera (sería más contemporáneo decir tarjeta) y consumismo.
Llevo tiempo sospechando que me gusta este tipo de cine porque, quizá, encuentre en él otro tipo de Navidad, en el que el verdadero héroe (quítenle al cine de Hollywood el héroe y se queda en nada) no es el triunfador de Wall Strett ni el chico guapo y deportista del instituto, sino el que reivindica el espíritu navideño y lo va contagiando a los demás, a pesar de las dificultades, de la poca predisposición de los demás, del cenizo que no hace más que susurrarte al oído que para qué tanto esfuerzo, si al final todo va a salir mal; pese a la incomprensión de todo el universo. Sí, ese es el verdadero héroe de este tipo de cine, aseveración que confirmaría el mismísimo Christopher Vogler. Y es que hasta ahora lo hemos tenido fácil: llegaba la víspera de la Navidad, luego esta, y bastaba con salir a ver las luces de la ciudad, comprar, comer en un restaurante, adquirir un par de regalos para los más queridos, consumir en definitiva, y ya está. Claro, nadie se esperaba que un virus que comenzó a dar topetazos allá por marzo haya decidido quedarse el resto del año. No, nadie lo esperaba. Y como lo que no se espera está exento de planificación, nada hemos planificado. Por tanto, no queda otra que convertirnos en héroes, tanto quienes consumismo como quienes proveen para que lo hagamos. Todos tenemos que ser héroes. Como en esas películas navideñas, donde el protagonista, de la nada, sin planificarlo, sin pensar en ello ni tan siquiera, decide emprender un viaje (o las circunstancias hacen que lo emprenda) y le da un giro copernicano a su vida, dejando atrás todo aquello de lo que le parecía imposible prescindir: un buen trabajo, un sueldo con muchos ceros, un gran apartamento, un gran coche, varios viajes exóticos al año, una vida social rica de fiesta en fiesta… para acabar sus días de nuevo en la casa de sus padres, en aquel recóndito pueblecillo casi siempre nevado de donde salió por piernas porque aquello no era vida ni futuro para una persona tan joven y con hambre de mundo.
Pero vuelve al lugar que un día abandonó, precisamente, porque las circunstancias han cambiado o ha cambiado él y lo que le parecía cutre y poca cosa, ahora se convierte en lo más importante de todo; y lo que le parecía muy importante y sofisticado, ahora se convierte en algo liliputiense y exento de interés. Porque quizá sea tiempo de introspección, de disfrutar de un buen paseo al aire libre, de alejarse de grandes multitudes, de no hacer cola en la paquetería; tiempo de volver a lo ancestral, a aquella época en la que bastaba con un polvorón y una copa de anís junto a una chimenea cuyo rumor crepitante de los maderos quemados era la mejor canción. Tal vez, un momento para resetear, y como aquel héroe de la Navidad regresar de nuevo a aquello de lo que huimos, sin sospechar que huíamos de nosotros mismos.
Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París. No es...