

"Me he encontrado en una forma excelente. Correr fácil, soportando ritmos -sin proponérmelo- en la segunda mitad muy fáciles muy por debajo de los 5'. Excelentes sensaciones. Uno de esos días en los que acabas y te enorgulleces de tu afición".Esas eran las palabras que anotaba esta mañana en la bitácora del Sport Track tras hacer 10.5 kms., suaves y sencillos a las 9,30 horas de la mañana, una hora en mí inusual pero bastante cercana a mis entrenamientos matinales de los fines de semana -en otoño, invierno y primavera- toda vez que la temperatura ya se va moderando en el sur del país.Con ese lenguaje coloquial con el que me gusta hacer las observaciones en el Sport Track expresaba muy a las claras la grandeza de sentirse bien tras una sesión de entrenamiento, algo que he de reconocer me sorprendió tras los diecisiete kilómetros del miércoles y los casi cuarenta kilómetros pedaleando de ayer viernes (y hubiera ido a la prueba de 10 kms en Santa Fé, donde, incluso, me atrevería a emular mi mejor marca de hace unos años, pero, sorry, estoy de viaje vacacional).Y es que esas observaciones -que todos hacemos en nuestras respectivas bitácoras sean físicas o electrónicas- son un buen termómetro para sacar conclusiones en una expectativa temporal concreta. Yo las hago siempre, con independencia del estado en que me encuentre. Es más, si estoy mal intento ser más preciso en las sensaciones: si he corrido con mala digestión; si esa mala digestión está provocada por un alimento que no va bien para correr; si la zapatilla no ha ido bien en un camino determinado; si el pantalón me ha rozado en la entrepierna; si la nueva camiseta tenía más vocación de globo que de camiseta; si los calcetines han provocado un fatídico roce en algún dedo del pie; si ha sido imprudente tomar la tercera cerveza con los compañeros de trabajo; si he comenzado como una tortuga y he terminado como un impala; si he comenzado como un impala y he terminado como una tortuga; si la nueva zapatilla me ha rozado a la altura del espolón; si un camino se embarra con facilidad aunque caigan cuatro gotas; si una carretera local está demasiada confluida de tráfico a una determinada hora; si una nueva ruta no ha respondido a mis expectativas; si me he sentido pesado y torpe como un burro ...No sé, hay miles de argumentos para anotar, tantos como sesiones de entrenamiento se contienen en un año.Y vosotros-as ¿Qué soléis anotar tras vuestro entrenamiento -si es que anotáis algo-?
Escritos unos cuantos relatos breves dedicados al mundo jurídico, que da mucho juego, le dedicamos uno a nuestro mundo, al de correr, con tensión y resultado incierto... Veamos.
J.L, ha planificado la tarde para correr, porque no en vano es uno de esos días en los que ni el Diluvio Universal le haría desistir de su cometido atlético. Además, está en juego su libertad personal y la demostración a sí mismo acerca de su capacidad para buscar tiempo libre dentro de su apretada agenda profesional y familiar.
Por tanto, desea hacer suya la mítica frase del doctor Sheehan, cuando pronunció aquello de “dejad que me ausente”.
El principal escollo, la agenda familiar, parece que está solucionado y nada parece que vaya a trastocar su sesión de correr en ese aspecto, pero cabe la posibilidad que su jefe le llame, como hace muchas tardes, para que ajuste el informe sobre la posibilidad de vender al por mayor esa marca de dentífrico blanqueante que acaban de exportar de Canadá y necesitan introducir en el mercado español. J.L., sabe que su trabajo no tiene horarios preestablecidos, a pesar de que en el contrato una cláusula asegura que su horario será de 8 a 15 horas. La empresa, lógicamente, incumplió desde los primeros días y luego llegó la crisis, etc., etc.
No obstante, siendo ya las cinco de la tarde y habiendo hecho la digestión debidamente –porque no en vano salió de la oficina al bar de la esquina a tomar un bocata de jamón con una cerveza 0,0-, el teléfono corporativo de la empresa aún no ha sonado por lo que abriga una racional esperanza de que no suene ya en toda la tarde.
Decidido –no puede esperar más porque le caería la noche corriendo- enfunda su ropa deportiva en el bolso y se dispone a elegir las zapatillas más adecuadas para el terreno por el que piensa correr. Baja al garaje y arranca el coche, experimentando en ese momento una confortable sensación de libertad. Justo en el momento en que se está abriendo la puerta del garaje el corazón, pareciendo imitar ese movimiento mecánico, se le vuelca y acelera porque acaba de sonar el teléfono corporativo de la empresa. Se compadece de su mala suerte y la autoestima se le cae mucho más abajo que donde pisa la suela de la zapatilla e incluso mucho más abajo que donde radican los infiernos. En ese momento se siente mucho más insignificante que el mismo Gregorio Samsa cuando una mañana despierta convertido en insecto. Hundido presiona el botón de recepción de llamada y escucha nítidamente la voz de su jefe que con su tono habitual, entre jovial y solemne, le dice:
-J.L, dime exactamente a dónde vas, que quiero ir a correr contigo. Que si me va bien me gustaría que corriéramos todas las tardes.
Continuamos con los relatos breves de verano, una serie de diez basados en entorno del mundo. Vamos con éste denominado "Unos segundos de mala suerte":
Cuando la procuradora de los tribunales Marta Bermúdez salía de su domicilio a eso de las nueve de la mañana, impecablemente vestida con un traje azul marino y complementada con un bolso Tous, ni por asomo podía imaginar lo que le iba a deparar el día. Acostumbrada a la rutina diaria que consistía en andar los trescientos metros que separaban su despacho de la Audiencia Provincial, no reparó en aquel individuo que en pocos segundos tiró de su bolso Tous y cayó a la calzada tras romperse el asa del mismo –lo que dejó a las claras que era de imitación- con la mala fortuna de resultar atropellado por el autobús de la línea 9 que en ese momento pasaba atiborrado de usuarios.
Por motivos oscuros o desconocidos todos los transeúntes presentes, y algunos más que se sumaron sin estar presentes, convinieron unánimemente que aquella chica joven e impecablemente vestida, había esperado fríamente a que pasara el autobús para zafarse del bolso, acto meditado que provocó que el ladronzuelo –un ecuatoriano sin papeles- cayera de espaldas en la calzada con las consecuencias fatídicas de ser atropellado por ese autobús de la línea 9. Ya lleva veinticuatro horas en el calabozo de los juzgados y aún nadie del despacho de abogados con el que trabaja de manera asidua se ha molestado en visitarla, aunque se tratara de una visita más profesional que personal. Y lo que es más curioso, nadie de su propio despacho de procuradores de los tribunales parecía haberla echado en falta en el restaurante Dios Baco en el que habían quedado a almorzar con motivo de su veintisiete cumpleaños.
Ya está disponible mi tercera novela Mi lugar en estos mundos. La plataforma elegida, una vez más, es Amazon ; pero en esta ocasión estará...