Lo he dicho y lo he escrito en múltiples ocasiones: la literatura de José Saramago me parece única y fascinante porque la pluma del escritor luso, ya desaparecido, está dotada de ingredientes que pocos escritores, contemporáneos o no, atesoran.
Si, como dijo Kafka, un libro no te hace el efecto de un martillazo en la cabeza no será un buen libro. Y, por lo general, las novelas de Saramago, por lo general, producen ese efecto, rastrean en tu conciencia, en tu percepción de las cosas y de la vida; Saramago disecciona las ideas hasta el punto de dejarlas descarnadas y sus imagen del mundo te deja indiferente, sin necesidad de hacer proclamas moralizadoras de las cosas y de la vida misma. Incluso sostuve en un artículo publicado en Ideal, que las novelas de Saramago en ocasiones se asemejan al ensayo.
Sin embargo, como ocurre con cualquier autor, no todas sus obras están al mismo nivel, algo lógico y normal, nada criticable.
Recuerdo que cuando leí Ensayo sobre la ceguera no pude dejar de asombrarme sobre su arriesgada literatura, algo que fuí constatando con la lectura de otras obras suyas tales como La caverna, Caín...Ahora le ha tocado el turno a La balsa de piedra, una novela de 1986 que especula con la idea de la separación de la península ibérica -España y Portugal- del resto de Europa, yendo a la deriva, que es un espectacular e inédito suceso que vemos contar a través de varios personajes españoles y portugueses (se hizo una película de esta novela de producción española en 2002, que tengo la curiosidad de ver para creerme que es posible hacer una versión cinematográfica de tan inaudita novela).
Pues bien, glosado lo excelso, lo bueno, es conveniente ser sincero y decir que esta última novela leída del autor portugués no me ha logrado enganchar. Dispone de su mismo universo literario pero he ido arrastrando sus palabras hasta el final sin llegar a divertirme y, por tanto, tardar una eternidad en acabar el libro.
Son cosas que pasan. En la vida y en la literatura.