28 junio 2013

¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO? (IDEAL, 27/6/2013)

España ha vuelto a derrotar a la temible Italia, si bien en esta ocasión ha costado más. Eso está bien. Ofrece al ciudadano, si no esperanza, al menos, un rato de entretenimiento, pero sin ánimo de ser aguafiestas -para eso está ya la clase política- no debemos olvidar ni por un momento, que el fútbol no es más que una burbuja protegida y que no siempre será así. Los privilegios acabarán si no es que están acabando ya. Lo veremos muy pronto. De hecho, la investigación y publicidad del 'caso Messi' no es más que el aviso que el gobierno quiere dar. Es como si dijera: 'si podemos meter en cintura a Messi, podemos meter a cualquiera'. ¿ Pero quién mete en cintura a la rapiña política? ¿Quién pilota el cambio? Sobre ese asunto escribo más de seiscientas palabras en el periódico Ideal del día 27. Si no os fue posible leerlo en papel, aquí podéis hacerlo. 

¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO?

 Lo que parecía un incipiente rumor, una voz común ahogada, cada día toma más cuerpo. Se escucha en la calles y en los bares y el rumor va a más. Ya no se trata de una mera conjetura trasnochada, ni una silente percepción apreciada en encuestas varias: no interesa la clase política y sus cuitas; causa rechazo, indignación, impotencia. El desinterés es inversamente proporcional a la frustración.
               Lo que hace algunos lustros podría considerarse la opinión de cuatro antisistema, ahora se está convirtiendo en un clamor popular. Y cuando el pueblo manifiesta como una sola garganta su enconada cólera se suelen trastocar las estructuras. Observemos el ejemplo de Turquía, donde una inicial oposición a la remodelación del parque Gezi de Estambul está sirviendo para exteriorizar el rechazo popular hacia una forma de gobernar determinada. Aquí, en este país, no sólo se han eliminado parques, se han eliminado ecosistemas enteros, y no se trata tan sólo de una mera metáfora. Pero en España el personal parece ser más pacífico. O más conformista. O más desencantado. O todo junto.
               Fuere lo que fuere, lo que es evidente es que existe un galopante divorcio entre la clase política y el pueblo. Un distanciamiento que ya no se soluciona con el sempiterno diálogo me temo, sino con el cambio de rumbo. Y ahí está el problema. O la pregunta: ¿Quién pilota el cambio? ¿La misma clase política? ¿El pueblo con su voto en las urnas, que cada vez se torna más insignificante? ¿La Unión Europea que se está convirtiendo más en un problema que en una solución? No parece haber muchas salidas.
               O no parece haberlas, o bien, no pensaron en ellas quienes debieron hacerlo. No cayeron en la cuenta que la corrupción, pese a lo que parezca, no tiene tanto que ver con lo material ni con lo político como con la ética y la moral; en última, instancia, con todo lo relacionado con el espíritu humano. Y éste, por poco que pese, es realmente el que cuenta. En nada de eso pensaron y es probable que ahora en este país sea necesaria una transición de veras, una refundación, una catarsis. Arreglar lo que no se abordó en su día.  Aunque también parte de culpa radica en los súbditos, en el pueblo. Culpables por no mirar de frente al problema. Por ser condescendientes, manejables, crédulos. Por no dudar de todo lo que nos contaban a pie de coche oficial. Por no ser más contundentes cuando comenzó el festín. Por pensar ingenuamente que todos podríamos participar de él.
               Porque aunque parezca mentira, la clase política sigue pensando de forma interesada que todo se limpia con unas nuevas elecciones, con otro partido en el poder o con otros políticos menos salpicados, con un borrón y cuenta nueva, con una ley de punto y final, pero se equivocan: nada que concierne al espíritu se limpia con cosas triviales. Es necesaria una diálisis más contundente que purifique al sistema. O que lo cambie.
               Y llegado a este punto es cuando habría que preguntarse si todo lo que está ocurriendo, todo lo que se está pudriendo a pasos agigantados, todo lo que está salpicando a diario no sea más que el comienzo de la catarsis que está por venir. Un dejar hacer para que todo se pudra. Como negarse a retirar la manzana podrida para que se pueda pudrir toda la caja. No olvidemos que los grandes cambios siempre han venido de la mano de acciones a priori insignificantes. Lo que no está claro es si los ciudadanos estamos capacitados para asimilar todo lo que está aún por saberse, todas esas carpetas que algunos se niegan a abrir porque el hundimiento del sistema estaría asegurado, todos esos apuntes en paraísos fiscales que pugnan por salir pero que no llegan a hacerlo, todos esos sumarios sellados, todas esas bocas alimentadas que faltándoles el sustento acabarán por abrirse. 

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