ATRAPADOS EN LAS REDES
Por José Antonio
Flores Vera
Vivimos en un mundo cambiante. Y el
cambio ya no es cíclico. Es mucho más inmediato y cada vez más urgente. Un
mundo cambiante, cuya explicación teórica siempre llega tarde. Y cuando llega,
ya es el momento de volver a explicarlo porque han cambiado las reglas y los
hábitos. Arduo trabajo para los sociólogos, que supongo no darán abasto.
En todo ese cambio está jugando un
papel decisivo la irrupción de las redes sociales, las cuales cada vez ocupan
más espacio en nuestras vidas hasta el punto de parecer estar atrapados por
ellas. No solo a niveles básicos de
entretenimiento, sino también a niveles trascendentales. Quítenle a las nuevas
generaciones (y a las no tan nuevas) las redes sociales y les estarás quitando
parte de su existencia. La comunicación, la información, los hábitos de
consumo, las relaciones personales…Casi todo se sustenta en ellas. El mundo se
comprende mejor a través de ellas. Para muchos, sin su impronta, el mundo es
mucho más incomprensible, porque basan su éxito en hacernos creer que están
diseñadas a nuestra medida.
Pero, ojo, que hay trampa. Al margen
de teorías conspirativas, que se circunscriben en el ámbito del control que se
quiere ejercer sobre la humanidad a través de las redes sociales, lo que sí
parece claro es que la visualización del mundo real a través de éstas jamás
podrá ser una solución. El mundo físico, ya sabemos todos que es complejo, cambiante,
inabarcable, inexplicable casi siempre y no será el mundo cibernético de
Internet y sus múltiples efectos el que logre explicarlo. Por lo pronto, un
individuo normal como nosotros, a lo largo del día, tendrá ocasión de ver miles
de imágenes a través de los diversos dispositivos con conexión a Internet.
Imágenes que pretenden transmitir algo, ya sea ideológico, lúdico o
testimonial. Una información que nuestra mente no podrá procesar en absoluto y
que nos apartará de tareas que exigen concentración -aunque a priori no lo
percibamos- como es la lectura, el estudio o una charla íntima con los amigos o
la familia. Tal vez ése sea el efecto más pernicioso y perjudicial de todo ese
mundo digital que nos atosiga, en el que todo el mundo tiene ocasión de plasmar
sus ideas y sus gustos a través de palabras o imágenes. Toda esa vorágine
diaria, probablemente, nos aparta de lo que, quizá, no debería jamás
desprenderse el ser humano y que tantos siglos ha tardado en conquistar. Me
refiero a la lectura. En mi opinión, una de las acciones humanas más
trascendente. O, incluso, la contemplación de una obra de arte o la
visualización de una magnífica película clásica, por poner algunos ejemplos.
Sí, sin lugar a dudas, toda esta vorágine digital -que lejos de detenerse va en
aumento- nos va apartando de esos actos esenciales para la formación del
individuo como tal. De hecho, la propia literatura, el arte y el cine, por hablar
de tres elementos fundamentales en nuestras vidas, cada vez se adaptan más a
esa era digital, convirtiéndolas en otra cosa distinta a lo que eran. Una
literatura de consumo efímero y digitalizado o una contemplación artística a
través de los píxeles de la pantalla, son cosas distintas, habría que
denominarlas de otra forma, pero no de manera similar a como se denomina la
sensación que produce el tacto de un libro o la contemplación de una obra de
arte original en una pinacoteca.
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