Ver una película de Robert Redford, casi siempre supone ver una película con carga ideológica, reivindicación o mensaje. Un tipo acostumbrado a hacer cine independiente, casi siempre al margen de Hollywood -a pesar de que él brilló con luz propia en esta enorme factoría- se puede permitir contar lo que le plazca -de hecho él suele producir sus propias películas- e introducir su siempre tendencia hacia el compromiso y, ya digo, la ideología.
En La Conspiración, Robert Redford sigue esta tendencia llevándonos a un hecho real ocurrido en el siglo XIX a raíz del asesinato en un teatro de Abraham Lincoln.
Probablemente haya que tachar a Redford de demasiado volcado hacia las cosas de su país, pero es su país y, como ocurre en esta película, suele reflejar hechos que marcaron un antes y un después para el resto de la humanidad, queramos o no.
En La Conspiración todo está muy bien medido y extraordinariamente elaborado. Desde la narración misma hasta el mensaje que quiere transmitir, pasando por una magnífica ambientación de la época con un predominio impresionante de los claroscuros de la fotografía, que es muy propio del momento histórico a que se refiere la película. Además, resulta muy cuidado todo lo que rodea a vestuario, lugares, casas..., pero me ha parecido proverbial el pulso narrativo del drama judicial muy al estilo de los que estamos acostumbrados a ver en películas ambientadas en nuestra época, aunque es evidente que la justicia no es la misma ni los derechos humanos están tan desarrollados, si es que lo están en los momentos actuales. Ese tipo de pulso no ha debido ser nada fácil y gran parte de ese mérito es gracias a la presencia de un buen actor como es James McAvoy, camaleónico como él sólo y que tanto me sorprendió en X-Men: Primera Generación.
Muy importante tener presente lo que nos quieren transmitir tanto los guionistas como el director, que parecen querer decirnos que si un país en ciernes comienza su andadura con engaños y conspiraciones su futuro inevitablemente seguirá constando de esos elementos. Esa premisa se adapta muy bien a lo que las películas actuales y antiguas nos muestran de los Estados Unidos. Ese mensaje de la película, junto a la crítica visual de la pena de muerte, me parecen los aspectos más destacados de su trasfondo ideológico, pero es posible que cualquier otro espectador contemple otros trasfondos, que los tiene.
Por tanto, en mi opinión, estamos ante un gran film, que hay que ver no sólo para comprender la historia de la nación más poderosa del mundo sino para contemplar el buen cine con que casi siempre nos obsequia Robert Redford.