He hecho la cuenta por encima y creo que con este ya son cinco los artículos que he publicado en Ideal con relación al fútbol, es decir, protestando y quejándome sobre los privilegios y oscuridad de este opio del pueblo o el reactualizado 'Panem et circenses'.
Nada tengo contra el fútbol. He jugado muchos años, incluso federado, y me parece un noble deporte, pero no lo que le rodea; no con los privilegios y los oscuros e interesados personajes que lo manejan.
Porque si España está jodida y se está metiendo en cintura a tantos sectores, ¿Por qué el fútbol sigue con esas ínfulas?
Un artículo que establece un paralelismo con la España rica que fuimos y lo que es ahora, con referencia también a la selección.
Por si por lo que sea no has podido leerlo en papel, aquí lo reproduzco completo:
EL DINERO DEL FÚTBOL Y LA SELECCIÓN
Cada día
me interesa menos el fútbol, porque la nebulosa que circunda a su alrededor es
poco menos que nauseabunda por mor de la excesiva entrega al dinero que,
además, cuenta con el beneplácito del gobierno, el cual temeroso de provocar
una descomunal protesta e, incluso, una subversión ciudadana, prefiere dejarlo
estar y no someterlo a rigores presupuestarios, fiscales o, sencillamente,
contables, como sí ha hecho con otros sectores del espectáculo más minoritarios
y silentes. Pero eso no es una acción de un gobierno serio. Un gobierno serio
tiene que intervenir en el dinero poco claro del fútbol profesional y despejar
de una vez por todas las dudas que se generan en torno a este monumental
negocio, por lo general, poco transparente.
Un
gobierno serio (¿cuándo tendremos un gobierno serio?) tiene que hacer lo que
hacen algunos gobiernos europeos, es decir, imponer que las cuentas de los
clubes españoles estén totalmente claras y saneadas para evitar que no tengan
esas deudas dantescas a la Hacienda Pública y a la Seguridad Social que tienen
la mayoría de los clubes profesionales, mientras que los jugadores cobran
cantidades insultantes a la vista del resto de los ciudadanos. Nada tengo que
objetar a eso. Si las cuentas fueran transparentes y los clubes se financiaran
correctamente a través de lo que pagan el espectador en directo o el televisivo
nada objetaría, porque lo mucho que cobren otros no debe ser preocupación de
los que no tenemos ese privilegio. Pero todos sabemos que eso no funciona así.
Los clubes prefieren hacen fichajes millonarios
antes que saldar sus deudas públicas o privadas y un gobierno serio no debería
permitirlo.
Dicho
esto, contemplemos el lamentable espectáculo pesetero (esa palabra no debería
perderse de nuestro léxico costumbrista, a pesar del euro) que últimamente está
montando la selección española y que hace que vaya dejando trozos de su bien
ganado prestigio por países sin importancia futbolística. Una selección entregada al
becerro del oro gracias a la política que, en mi opinión, dicta el personaje
que preside la Federación Española de Fútbol, un tipo que parece estar
obsesionado con el dinero y el poder y que contagia todo eso a directivos, técnicos y
jugadores (el dinero es la enfermedad que más rápidamente se contagia). Porque,
de qué otra forma se pueda entender que sin sentido, sin lógica y sin ganas, en
el momento del año en el que estamos, jugadores ya de por sí riquísimos se
planten en países africanos pobrísimos a perder partidos y/o mostrar un lamentable espectáculo. Eso sólo se
puede entender si la pretensión no es otra que exprimir al máximo esa máquina
de hacer fortuna en que se ha convertido la mejor selección nacional de todos
los tiempos. Es algo similar a lo que nos pasaba a los españoles años atrás.
Como éramos ricos, no importaba el futuro. Vivir el presente, ganar pasta sin
control y gastarla sin mesura era lo importante. Porque el sol no permitía ver
los nubarrones que indeleblemente se iban formando en el horizonte.
Pero se ve
que en este país siempre hemos sido así. Es más, estoy convencido que si
volviéramos a entrar en la fiebre del ladrillo, volveríamos a repetir el mismo
esquema económico que nos ha llevado al desastre. Si perdimos un imperio, lo
podemos perder todo. Mucho más el prestigio futbolístico mundial, que no es más
que una escaramuza de la ilusión.