10 noviembre 2013

UN DILEMA SOCIAL

Hace unos días acudí a una farmacia de mi barrio y una observación me planteó un dilema social. Veamos. 
Una cliente, una chica que aún no llegaba a la mediana edad sacaba varias recetas e iba solicitando al farmacéutico distintos medicamentos. Se le veía segura y conocedora de lo que pedía porque iba recitándolos al mismo tiempo que el farmacéutico los leía. Cuando los tenía todos en el mostrador y conoció de primera mano el precio de cada uno de ellos, comenzó a objetar y a mostrar desacuerdo con dichos precios. De unos comentaba que habían subido un montón, de otros que el copago se había disparado y de otros más que, sencillamente, habían salido del sistema de receta. Con estos últimos mostró especial indignación. No obstante, no dejó ninguno sobre el mostrador y los pago todos. Pero se marchó con el gesto contrariado. Mi compra era muy modesta -¡ojalá siempre lo sea en las farmacias!- y la casualidad quiso que yo me montará en mi moto al mismo tiempo que ella se montaba en su coche. Se trataba de un vehículo enorme, de esos de gran cilindrada y luces led por todas partes y reluciente de blanco, cuya modelo se me escapa (siempre se me escapa). Creo que era un BMW. 
Y fue ahí cuando surgió el dilema, en el cual pensaba mientras conducía mi moto mecánicamente. Pensé: esta persona se ha quejado enormemente en la farmacia por la birria del sistema de salud que tenemos, cada vez más caro, pero conduce un coche que seguramente estará muy cerca de las seis cifras. Me dije posteriormente: me parece una actitud egoísta dado su evidente poder adquisitivo. Pero también pensé: es probable que tenga todo el derecho a quejarse porque, a lo mejor, paga muchos más impuestos que la mayoría, sencillamente, porque tiene talento, trabaja muchas horas y, por lo tanto, gana tanto dinero que por ello ha de pagar mucho a Hacienda y, además, puede permitirse comprar ese coche y, de camino, quejarse del sistema de salud porque contribuye poderosamente a que este se mantenga. Es una hipótesis válida. Luego, ¿es admisible que tenga más derecho a quejarse que quien paga menos impuestos a la Hacienda pública o, sencillamente, no paga impuestos? Puede que sí; o puede que no. Pero también es probable -pensé- que esa persona gane mucho dinero, de acuerdo con la muestra de poder económico de su coche, pero que todo sea en negro y que no aporte casi nada al erario público. Luego, en ese caso ¿qué derecho tiene a quejarse? ¿Hay, entonces, una actitud clara egoísta e insolidaria? Al menos, si ese fuera el caso, podría tener la decencia de no quejarse, me dije.
O pongámonos en el caso contrario: el emigrante sin papeles que llega a una farmacia y se le dispensa el medicamento de forma gratuita por ser una persona desahuciada. ¿Tiene éste más derecho o menos? Es decir, suponiendo que la del coche potente pagara sus impuestos de acuerdo a su enorme capacidad económica ¿tiene más derecho que el emigrante a obtenerlos gratuitos, toda vez que ella contribuye al erario público y el emigrante no?  ¿O tendrá menos derecho, toda vez que el emigrante no tiene nada? En fin, ya digo, un dilema que no quería dejar la ocasión de comentar aquí. Por si queréis dar vuestra opinión.   

3 comentarios:

  1. Y si era la chacha sudamericana, sin papeles del dueño bmw???

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  2. Podría ser paisano, pero hablaba muy bien el granaino.... .

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  3. A mi entender, amigo José Antonio, esa mujer y toda la de su clase o estatus social, tiene derecho a quejarse como cualquiera. Pero otra cosa es la dignidad, y de eso carecen esas clases de personas. Como dijo no se quien, detrás de cada fortuna hay un asesinato. Esa señora que protestó, igual se gasta 200 euros en una cena y otro tanto en el hotel con su amante y no rechista por ello. Pero claro, esa es otra historia. Un abrazo

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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