Esta pareja de aparatos de la fotografía es diabólica; genialmente diabólica. Juntos, y aplicados de manera correcta, son imprescindibles para el corredor que se precie.
Como decía no hace mucho, decidí comprarlos. Uno -el aparato ultrasonidos- es bastante caro; el otro -la lámpara de infrarrojos- bastante barato, pero ambos son muy precisos para cuando andamos renqueantes por mor de alguna lesión o indicio de lesión. Incluso como medida de prevención.
Comprendí enseguida que mis puntos flacos anatómicos son los gemelos. Será por genética o por los deportes que he practicado con anterioridad, pero los tengo muy desarrollados y la musculatura de ambos gemelos -mas que ambos sóleos- se me contracturan con facilidad. Esa es mi vulnerabilidad, igual que para otros corredores lo son sus isquios o sus rodillas.
Comprobé que de todos los tratamientos recibidos por profesionales, la electroterapia (tens de masaje), los ultrasonidos, el frío y el calor a través de luz de infrarrojos han sido muy efectivos y son los que me han permitido recuperarme y seguir corriendo con normalidad; eso y el conveniente reposo. Así que progresivamente, me fui haciendo de cada cosa que me beneficiaba.
Porque a estas alturas ya conozco cuando una lesión comienza a ser incipiente y sé cuando he de parar.
Lo presentí el otro día en la prueba de Órgiva -recién salido de una lesión por microrrotura fibrilar en el gemelo interno derecho-. Debido básicamente a la experimentación en la técnica de carrera -en la que seguiré porfiando-, cargué demasiado los gemelos. Fueron días de entrenamiento en subida y, para colmo, la subida de la prueba de Órgiva. Sabía que ese dolor que experimentaba -sobre todo en el gemelo derecho- iba a acabar en lesión si no hacía algo, como siempre ha ocurrido.
Pero vinieron unos días minifestivos en Granada y opté por salir de la ciudad aprovechando que se celebraban las fiestas del Corpus. En esos días, lógicamente, no corrí, pero aún así, cuando andaba, percibía ese molesto dolor en el gemelo derecho. El izquierdo me dolió en Órgiva, pero desapareció por completo a los pocos días. De manera, que cuando regresé a Granada comencé -ayer- a correr. Y para mi sorpresa e inquietud, seguían las molestias, pero de una manera extraña. En los primeros metros, sentí un inquietante pinchazo y eso determinó todo el entrenamiento de nueve kilómetros y pico. Bajé el ritmo. Al finalizar la sesión, volví a sentir otro pequeño pinchazo. Esos pinchazos breves siempre han sido la antesala de microrrotura fibrilar. No obstante, eso no me impidió acabar la ruta, pero llegué al coche algo cariacontecido. Tienes que programar un par de sesiones de ultrasonidos y infrarrojos, me dije. Y es lo que hice nada más acabar el entrenamiento. El día anterior había preparado otra y esa mejoría fue la que determinó que no me detuviera. Y lo que esperaba se ha cumplido: hoy he vuelto a hacer la misma ruta, los pinchazos han desaparecido por completo y sintiéndome tan seguro y cómodo he apretado y he logrado hacer ¡25'' menos por kilómetro! con respecto ayer en idéntico circuito ¿Qué ha pasado? Muy fácil: en esos pocos días que he estado sin correr no he perdido un ápice de forma y con la confianza de no experimentar dolor, la sesión de entrenamiento ha salido rápida y redonda. Una importante culpa de que todo haya ido sobre ruedas, se debe a esos efectos positivos que generan en la musculatura esta pareja diabólica, que aconsejo a cualquier corredor.