El director de la conocida serie Ice Age, Carlos Saldanha, nos regala una película animada magnífica, no tanto porque se trate de una obra maestra, sino por la temática elegida. Se trata de Ferdinand, que rebota de un corto de ocho minutos de Walt Disney producido en 1938, que obviamente por la época que era no se pudo emitir en la España franquista, por lo que había mucho interés en que llegara a este reino tauromaquio que hace del asesinato de animales en una plaza su fiesta grande.
Ferdinand es una película amable, a pesar de la ardua y polémica temática que trata. Hay tristeza -porque triste es siempre toda temática que tiene como fondo la muerte de una animal-, pero también mucha vitalidad y alegría. La técnica ya más que asentada -no es nada nuevo, desde luego- consistente en la personalización de los animales consigue que el espectador conozca por dentro el antes, el ahora y el después de la fiesta. E, incluso, muestra con maestría, a mi entender, el engaño en el que incurre el toro al considerar que su destino es batirse en duelo en una plaza llena de gente. Está claro que 'engaño' como metáfora que se traslada a lo que el mundo taurino quiere hacer ver al espectador, sobre todo al no taurino. En la vida real no es así, porque el toro, que sepamos, no conoce su destino, pero todos sabemos cuál es su fin y el sufrimiento al que se somete a estos pobres animales.
Sin embargo, Ferdinand, el protagonista, es diferente. De aspecto bravo y criado en el aprecio, el respeto y el amor de una familia, y enamorado como está del campo, cae en una cruel encrucijada en la ciudad de Ronda, de tradición taurina, y eso lo lleva a una odisea junto a sus amigos divertida y emocionante que el espectador disfrutará.
No obstante, lo importante no es tan solo que la película divierta y emocione sino que haya sabido transmitir bien el mensaje antitaurino, que es uno de sus fines. El cine, la literatura, la televisión y todo lo que sea multimedia hacen mucho en cuanto a hacer ver a la gente la realidad de las cosas, por lo que espero que esta película cumpla bien su misión, entre otras cosas, porque la tauromaquia, además de una salvajada ancestral, es engaño puro y duro. Una práctica oscura y gris de desalmados que no explican jamás el sufrimiento que infligen al toro y también al caballo. Solo cuentan lo que quieren contar. Por suerte, la gran mentira cada vez está más al descubierto y las nuevas generaciones no desean esa violencia y crueldad. Y ahí radica la importancia de películas como Ferdinand, contada con amabilidad y sin morbo, pero bien contada.