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18 mayo 2014

REBOSANTES LAS PIERNAS

El viernes, a eso de las siete y cuarto de la tarde, cuando el calor aún estaba dando sus incómodos últimos coletazos, salía a correr casi trece kilómetros. No sabía cómo iban a ir las piernas porque en todo lo que llevamos de año no había tocado esa distancia. Pero era necesario ir probando.
No lo pensé demasiado. No iba a hacer ninguna enumeración mental de los inconvenientes físicos por los que había atravesado desde los últimos días del año anterior. Había que pasar página si quería crecer. 
Sabía que de nada iba a valer aferrarme a los recuerdos de épicas anteriores, cuando todo iba bien a nivel físico. Eso no ayuda ni a dar un paso. Todo lo más a afrontar con más confianza los nuevos entrenos con vocación colmado de kilómetros. Así que no había otra fórmula que comenzar con un paso y a continuación dar otro. 


Me introduje por viejos caminos conocidos. Esos que siempre han estado tan presentes en mis entrenamientos permanentes. Las vastas extensiones de cultivo de la vega, las alamedas atareadas con su rumor permanente, las acequias ora rumorosas ora calladas, el Cubillas poco caudaloso, pero siempre mostrando su generoso cauce, las aves retornadas de climas más cálidos luchando por ocupar de nuevo su espacio, todo dispuesto para que nada me fuera ajeno. Tan sólo era necesario no pensar en lesiones ni en la falta de forma. Alzar las piernas lo que permita la fuerza y el empuje y disfrutar, sólo disfrutar, que para eso corremos. No para otra cosa.
Pasaban los kilómetros y las piernas respondían. En ocasiones una brisa de aire fresco ayudaba y en otras su ausencia dificultaba. Y así hasta el kilómetro diez, muy cerca ya del lugar de destino. 
Una fuente de agua en el camino y las fuerzas cada vez más justas. Tienes que acabar los trece kilómetros, me decía. No te preocupes de ritmos. Es más no mires el crono.
Son momentos críticos porque sabes que acabando la totalidad del recorrido, te vuelves a reencontrar con tu yo anterior; por el contrario, si no lo consigues, debes de comenzar a reprogramar todo (menos kilómetros y más entreno. Y otra actitud).
Pero finalmente lo consigo. Con mejor diagnóstico de los esperado. Hay esperanza. Hay futuro. 

Y con esas perspectivas en el día de hoy -domingo, 18 de mayo- me dispongo a hacer entre diez y once kilómetros. Hace calor a la hora que comienzo el entrenamiento, pero no me importa. Me siento fuerte. Y confiado. Han vuelto las buenas sensaciones. He vuelto a creer en mí. Algo ha crecido.
Me sumerjo por extraños camino de la Vega. Caminos intuidos pero aún no explorados. Me digo que es probable que corredor alguno los haya atravesado. No sé bien por dónde voy pero hay psicología. Conecto con caminos principales ya conocidos y vuelvo a entrar en caminos secundarios no conocidos. A veces veo a lo lejos Pinos Puente como una brújula. En otras ocasiones no.  Pero las piernas van. Rebosantes las piernas. Rebosante el espíritu. Rebosante todo yo. Me he reencontrado. Me siento de nuevo corredor.

02 mayo 2014

VOLVERÉIS A LOS CAMINOS

Camino de Alitaje con Piorno al fondo. Fotografía de J.A. Flores

Cuando ayer acababa mi entrenamiento pensé en escribir la entrada que ahora os relato. 
No se trata de una entrada que pretenda contar nada especial, aunque es posible que sí, depende cómo se mire.
Terminaba mi entrenamiento de casi diez kilómetros bajo un fuerte calor, inapropiado para estas fechas, y llegaba muy cansado. Me había costado subir la última cuesta, a menos de un kilómetro de la llegada, que se eleva sobre un antiguo paso a nivel. Son las única subidas que tiene la llana Vega. Sin embargo, las sensaciones al terminar eran viejas conocidas. Esas que te indican que estás muy cansado, pero que todo lo demás ha ido estupendamente. Nada de dolor, nada de vacío, nada de ansiedad por temor a alguna lesión...
Así que al llegar al coche, mientras grababa en el teléfono móvil las sensaciones del entrenamiento, como vengo haciendo desde que estoy recuperado, pensaba en la enorme capacidad que tiene nuestro organismo para regenerarse. El ejemplo más cercano lo tenía en mí mismo y por eso me pareció bueno contarlo, no sólo como autoconsumo propio, sino para que quien lea esto, y lo haga en un periodo de bajón por causa de una lesión, pueda obtener signos de esperanza. Eso siempre nos viene muy bien a los corredores. 
Siempre que me he lesionado, como nos suele pasar a todos los corredores, lo he visto todo negro. Acechan las dudas y las sombras sobre si habrá o no una pronta recuperación o, simplemente, sobre si llegará la recuperación. Pasan los días, y en ocasiones los meses, y no vemos signos de ella y ese dato nos vuelve a sumir en la negrura. Son los peores momentos por los que pueda atravesar el corredor: vislumbrar en el horizonte la posibilidad de no poder correr en el futuro. No digo correr para competir, sino correr simplemente para vivir.
La experiencia me ha enseñado que estas sombras de duda son, normalmente, exageradas. No hay base para ello. Sencillamente por una razón: aunque no lo creamos en ese momento, el organismo siempre acaba regenerándose y va apartando poco a poco la lesión, a no ser que se trate de algo crónico, que en ocasiones tampoco impide correr.
Mientras descansamos, leemos, nos divertimos o, incluso, trabajamos, el organismo sólo tiene una msión: regenerarse. Lo hace durante veinticuatro horas y sin descanso y lo hace de una forma silente, sin que nosotros lo percibamos, algo parecido a cómo crecemos o aprendemos. Poco a poco, sin prisa, pero tampoco sin pausa. Es algo mágico.
Y por mucho que le cueste siempre lo intenta. Se acaban cerrando tanto las heridas externas como las internas, aunque siempre es conveniente ayudarle en esa sin par batalla. 
Ayudarle no es nada difícil y lo menos que podemos hacer por él, aunque no nos lo exija, como si se tratara de tu mejor amigo. Respetando los descansos, preservándose en cuanto a esfuerzos, alimentándolo bien, tratándolo si hiciera falta con la ayuda de un profesional sanitario, pero sobre todo dejando que el tiempo se convierta en su mejor aliado.    
No siempre va a necesitar el mismo tiempo. Eso dependerá del alcance de la lesión. Pero a buen seguro que acabará venciendo a cualquier anomalía que se presente. 
Eso es algo que experimentamos muchas veces a lo largo de nuestra vida deportiva, pero siempre lo olvidamos. Lo olvidamos con mucha facilidad. La memoria que nosotros no poseemos la posee el organismo. Una especie de reloj interno ejerce un control exhaustivo sobre nuestras lesiones y sobre la recuperación. De ahí que en ocasiones volvamos a lesionarnos mil veces en la misma zona. Y eso es porque no lo hemos dejado recuperarse al cien por cien. La memoria del organismo es siempre infalible. Ojalá la nuestra también. 
Lo he experimentado a nivel personal infinidad de veces. Me he lesionado después de haber acabado pruebas duras, largas y complicados y en ese momento aciago no me he podido imaginar que estuve allí no mucho tiempo atrás. Pero tras un periodo corto de tiempo he vuelto a correr esas duras pruebas u otras más duras aún.  De nuevo he vuelto a lesionarme y de nuevo he vuelto. Es como una especie de espiral. 
Hace unos meses consideré seriamente que ya no podría correr más y ahora estoy planeando correr un maratón antes de acabe el año. Por eso me gustaría que esta entrada fuera un rayo de luz y esperanza para todos aquellos que están postrados. No dudéis que volveréis a los caminos.

28 abril 2014

LOS PARAÍSOS PERDIDOS


Con Mario, Paco, Paquillo y Francisco. Mucho 'pinero' junto.
Es probable que si no fuera por la importancia simbólica de la prueba que corrí el pasado domingo, no hubiera considerado escribir esta entrada. Pero tiene mucha importancia. Personal, claro.
Compruebo -porque así lo reflejo en la parte derecha de este blog- que la última vez que competí fue el día 10 de noviembre del año pasado, es decir, casi seis meses han transcurrido desde que pateé a buen ritmo los llanos de Antequera en esa fría mañana del segundo domingo de noviembre del año pasado. Se trataba de la última Media Maratón de la milenaria ciudad de los dolmenes y los molletes.
Desde entonces han pasado muchas cosas desde el punto de vista deportivo, casi todas negativas. En un mes, pasé de casi romper mi marca personal en la distancia a verme postrado por los incontables problemas musculares en ambos gemelos. Suspendí la última prueba de competición que quería hacer en 2013, que no era otra que la retomada Subida al Conjuro de Motril que tanta ilusión me hacía, y suspendí por completo los entrenamientos. No sabía qué diablos me pasaba. Probaba correr tras un par de semanas de descanso y volvía a caer con más estruendo si cabe en la misma lesión. La desesperación estaba ya rebosando.
Así que retomé la antigua idea de tratarme el problema vascular en ambas piernas. Consideré como una hipótesis que los diversos problemas vasculares se podían deber a ese problema. Total, me dije, si no puedo correr, ahora es el momento de actuar. De esa manera pasé por la consulta médica en la segunda semana de marzo y a los pocos días ya había sido intervenido.
Son esos días en los que ves muy lejanos los días de trono y gloria deportiva; aquellos en los que te podías plantear correr cualquier tipo de competición y entrenar bien siempre que te diera la gana. Lejanos pero no perdidos. Los paraísos perdidos siempre están a la vuelta de la esquina, me dije, aunque en ocasiones cueste verlos.
La recuperación fue otra travesía en el desierto, la cual ya no me inquietaba ni sorprendía. ¿Qué podía suponer un mes más o menos tras tantos postrado? Me ayudaba de la inestimable ayuda de la MBT, las largas caminatas y un fuerte optimismo y esperanza. Y así hasta ayer, en el que volví a retomar la competición. Por eso aludía al principio a la importancia simbólica de la prueba.
Una prueba que no tenía pensado correr, pero hablé con mi amigo Paco y entre su inactividad última y la mía -ambas por distintos motivos-, acabé animado a participar, inscribiéndonos in-extremis en una prueba que va a camino en convertirse en la más señera del atletismo local. Me refiero a la prueba del Padre Marcelino que ya ha entrado en su octava edición.
La idea no era competir, lógicamente. Ni tan siquiera conmigo mismo, que es como yo suelo competir siempre. La idea no era otra ver si se confirmaba la recuperación apuntada ya en los últimos entrenos, aguantar lo mejor posible el envite de los diez kilómetros por las calles más céntricas de Granada y al mismo tiempo retomar también esa idea antigua de correr juntos una prueba Paco y yo. 
Y casi lo conseguimos. O al menos, lo conseguimos hasta bien superada la mitad de la prueba. Paco percibió molestias en la pierna izquierda al paso por la mitad de la calle Recogidas, a falta de tres kilómetros y medio para acabar y a partir de ahí me sorprendí a mi mismo corriendo a ritmos similares a los que frecuentaba antes de la lesión y operación.
Si esos primeros seis kilómetros y medio fueron una delicia, corriendo y disfrutando de la compañía, del deporte, la buena mañana y la ciudad, los últimos tres y medio fueron un encuentro con las buenas sensaciones de antaño y con la esperanza de una mejoría anunciada.    

Con Paco, Francisco y Paquillo -hijo del primero-
Con Francisco y Paquillo en la línea de llegada.

21 abril 2014

PASIÓN EN LOS CAMINOS

Esta Semana Santa, tan alejada para mí de procesiones y pasos, ha sido extraordinariamente deportiva. A pesar de la convalecencia y de lo prematuro aún de comenzar a desarrollar deporte enérgico alguno, todo ha ido extrañamente bien.
Y digo extrañamente bien por lo que contaré a continuación. Si por estas fechas de hace 2014 años se produjo el milagro de los panes y los peces, milagrosa también ha sido para mí la súbita recuperación. O al menos, casi incomprensible. Pero todo puede tener una explicación -menos los milagros-.Veamos.
El pasado domingo probé correr, como expliqué en el lateral derecho de este blog, pero me encontré de bruces con la imposibilidad de hacerlo a partir del kilómetro cinco. De nuevo los sempiternos dolores que vengo arrastrando desde que acabó 2013. Así que fiel a mi filosofía, que es muy rudimentaria, consistente básicamente en tener paciencia, opté por montar en MTB, circunstancia ésta que -es probable- que ha podido ejercer algún tipo de influencia significativa de cara a la recuperación. Dos salidas -jueves y viernes Santos- que acumularon cerca de sesenta kilómetros. Nada de dolor, nada de molestias, todo a pedir de boca.
Un día antes, la doctora de cabera a la que le comenté mi dolencia, más que nada para que me derivara a un especialista, tuvo la virtud de localizar con precisión dónde tenía la rotura fibrilar, en un lugar muy aproximado al que yo suponía. 'Una radiografía no nos dirá nada y las resonancias las ha detenido por ahora el SAS', me dijo. No me sorprendí. De hecho, casi un mes antes ya había tenido yo que costearme una operación vascular porque el SAS no consideraba prioritaria la intervención.'Es probable que en unos veinte días tengamos en este centro -un nuevo centro de salud- un aparato para hacer ecografías y podamos practicar una a ver qué sale. Se verá si no es muy profunca', acabó diciéndome la doctora. De todas formas, la posibilidad de contar con ese aparato no sería inferior a veinte días.
Decía, pues, que envalentonado por los buenos resultados de las dos sesiones de bici y habiendo hecho los deberes con automasaje, crioterapia y Traumeel, el sábado -Santo- decidí probar suerte. Busque este camino de tierra para evitar el asfalto:


Y en este camino decidí comenzar a correr. 
El pasado domingo el dolor reapareció aproximádamente en el kilómetro cinco. En esta ocasión las molestias aparecieron en el kilómetro uno. Malas perspectivas, me dije. Pero eran molestias no dolor. Había esperanza. Así que continúe.
El camino era de tierra y el dolor no aparecía. Seguían las molestias, pero con éstas se puede correr. Con dolor nunca. Cuando volvía a mirar de nuevo el Polar llevaba casi tres kilómetros y el dolor no reaparecía. Seguían, eso sí, las molestias. Lo que no suponía que éstas practicamente desaparecía en el kilómetro cinco, que era el punto fatídico en el que solía recaer. Llegó el seis y también el siete y el dolor no apareció, al tiempo que las molestias casi remitieron por completo. Llegué al coche y quise besarlo pero estaba sucio, así que no lo hice. En su lugar, miré para atrás, observé el largo camino y me congracié con él. Ya casi había olvidado la dicha que supone llegar al coche con el deber cumplido.  
Más envalentonado aún, al día siguiente, domingo -Santo-, a pesar del fuerte aguacero, me fui a este camino:


Un camino de asfalto en esta ocasión para evitar el barro. E hice un total de nueve kilómetros, dos más que el día anterior. Un riesgo, me dije, pero había que probar.
Desde los primeros pasos me concentré en las molestias y en el hipotético dolor. La lluvia hacía un recorrido anárquico por mi rostro y el chubasquero iba rechazando agua como podía, pero no me importaba. Lo importante era comprobar si aparecían esas molestias o ese dolor. Pero nada apareció. No podía ser cierto, me dije. No operan tan rápido las recuperaciones, volví a decirme.
Pasaron los kilómetros: 1,2,3...hasta un total de nueve y el dolor no aparecía ni por asomo. No recé porque nunca lo hago, pero miré al cielo. Tan sólo conseguí que el agua cayera en mis ojos, pero no me importó. Las buenas notician estaban un poco más abajo, muy cerca de la tierra, en los gemelos. Sanos como lechugas.
¿Qué ha podido pasar? Se me ocurren cuatro posibilidades: 

1. Al localizar la microrrotura y trabajar sobre ella, la evolución fue rápida.
2. Al salir con la bici, mejoró el tono muscular y eso conllevó la curación de la microrrotura.
3.La recuperación estaba ya casi completada y yo no lo sabía.
4. La intervención vascular ha posibilitado un mejor riego sanguíneo, que es alimento de dioses para los músculos. (A este opción se suma la doctora que me ha visto hoy).

Por tanto, yo creo que ya si puedo decir que HE VUELTO A LOS CAMINOS.

03 abril 2014

PRIMERAS TENUES LÍNEAS DE LUZ

Fotografía de J.A. Flores









Hoy he comenzado ya a ver penetrar las primeras tenues líneas de luz en el oscuro bosque en el que me hallaba. Deportivamente hablando. 

Casi dos semanas han transcurrido ya desde que me 'arreglaran' el problema vascular que podría ser el que estuviera detrás de los diversos problemas en los gemelos. No se sabrá hasta que comience a patear caminos, cosa que en breve podría hacer, según el médico, pero que aguardaré hasta el uno de mayo probablemente. Mientras tanto, seguirán las caminatas y volveré a los lomos de la MTB. 
Está siendo una necesaria travesía por el desierto, pero ya atisbo los primeros oasis a lo lejos. Espero que no sea una alucinación.
En todo este tiempo, es decir, todos estos meses desde que comenzó el año no he perdido un ápice de ilusión y he aguardado con paciencia el momento para comenzar. La ilusión sólo se mantiene si sabes que algún día volverás a correr, sabiendo que lo que te pasa no es irreversible. 
He caminado, he subido en bici y he contactado con los mismos lugares por los que habitualmente suelo correr. Ha sido un ejercicio de disciplina, pero debo reconocer que en ocasiones me han parecido extraños, distintos a los que observaba cuando los recorría. 
Y es que la mente es acomodaticia. Puedes estar toda una vida haciendo algo, hasta el punto que forma parte de tus días, y en pocos meses puedes encontrar extraño lo que hacías con tanta naturalidad. Algo así me ha pasado en ocasiones, si bien eso no es sinónimo a perder la ilusión.
Ésta siempre se ha mantenido. Hay unas zapatillas sin entrenar; hay una camiseta técnica sin entrenar y jamás me han parecido artículos extraños, sólo silentes, puntualmente, silentes. 
Probablemente para quien no tenga el hábito de correr en sus vidas, le podría parecer exagerado todo esto que escribo, pero no tanto para quién lo tenga. Correr es algo que trasciende al mero ejercicio físico. Pasamos por una calle, un camino o una carretera, vemos a alguien corriendo y nos parece la escena más cotidiana del mundo, pero quienes corremos sabemos que la cabeza del corredor en esos momentos es toda una amalgama de sentimientos, de sensaciones.
Porque correr es algo que trasciende a lo meramente teórico también. Se entrecruza en esta actividad toda una filosofía de vida y todo nuestro ser es como un diapasón de melodías. 
Cuando andaba el otro día bajo la lluvia por un lugar de la Vega, me imaginaba corriendo y no lo conseguía. El camino se desdibujaba a lo lejos y se perdía entre las alamedas y no podía comprender que en muchas ocasiones yo mismo lo había atravesado sin apenas esfuerzo. No podía creer que eso fuera mérito mío. 
Por eso es tan necesario volver a empezar.   

15 febrero 2014

CONFIESO QUE HE CORRIDO

El 15 de febrero era la fecha prevista. Y el verbo se ha hecho carne. 

Tras una Navidad renqueante, en la que no llegaba a despegar, tras un fin de temporada muy satisfactorio, poniendo el broche de oro en la Media Maratón de Antequera el 10 de noviembre del año pasado -ahí sigue, en el margen derecho; inamovible-, el primer día del nuevo año, cuando los caminos se encontraban aún más solitarios que de costumbre, salí a hacer unos catorce kilómetros y comencé a sentir molestias en la parte alta del gemelo de la pierna derecha cuando aún me quedaban tres o cuatro kilómetros para acabar el entreno. Lo dejé durante unos días -cogí la MTB en esos días- y volví a salir a correr el día de Reyes, hallando de nuevo los caminos solitarios-. A los pocos kilómetros de iniciada esa ruta, que pretendía ser de unos catorce kilómetros, comenzó la molestia, y luego dolor, en la misma zona. Decidí no continuar.
Era el momento de tomar una decisión drástica: parar durante más de un mes. Así que con la tranquilidad y  la paciencia que ofrece el llevar bastante tiempo corriendo, apelotoné la ropa técnica en el bolso, justo encima de las zapas, y me dije que ese bolso ya no volvería a abrirlo hasta el 15 de febrero, fecha que barruntaba suficiente para recuperar la zona afectada. 
MIS NUEVAS ZAPAS.. NEW BALANCE 1080 V3Por delante, quedaba todo un trabajo de recuperación que hacer, al margen de las sesiones en MTB, que siempre es mi mejor aliada cuando estoy lesionado. MTB, infrarrojos, ultrasonidos, Compex, Traumeel y, sobre todo, mucha paciencia. Además, había un incentivo inédito: las NB 1080, aún sin entrenar, dormitando en su caja.  
La semana pasada estuve tentado de correr, pero alivié el deseo saliendo a hacer largas caminatas andando, incluso subiendo monte. Me atreví en mitad de las caminatas a correr un poco, toda vez que llevaba puestas las Salomon relax, que gracias a su gruesa suela son idóneas también para amortiguar la pisada. Y al comprobar que el dolor en el gemelo estaba ausente, sentía dicha e ilusión por la llegada de la próxima semana.
Cada día de esta semana pasada he ido contando los días. Ya no me encontraba a gusto en el mundo de los no corredores. Necesitaba patear caminos. No obstante, subyacía la angustia cuando se me representaba la fatídica idea de que el gemelo pudiera no estar totalmente recuperado. Y con esa angustia he salido a trotar esta mediodía, con una temperatura excelente, a pesar del molesto aire. 
La angustia fue desapareciendo a medida que transcurrían los kilómetros y comprobaba que el dolor no reaparecía. Por lo general, éste solía hacer aparición a partir del kilómetros dos, que es cuando el músculo acumulaba el trabajo hecho y mostraba su lastrada deficiencia. Pero hoy, tras el dos vino el tres y posteriormente el cuatro, el cinco y el seis. El dolor no ha aparecido en ningún momento. Ni tan siquiera las avisadoras y previas molestias. Así que lo dejé en seis kilómetros para no cargar la zona. Hoy habrá sesión de Compex -el programa de masaje relajante- y mañana volveré a la carga con otros seis kilómetros, que espero sean los que confirmen la recuperación total. Espero que así sea porque rondan por mi mente infinidad de pruebas  a realizar a partir de ahora.         

08 febrero 2014

CUANDO ANDAR ES SINTOMÁTICO

En una tarde  de sábado, lluviosa pero preñada de luz, andaba por una de las rutas por las que suelo correr. Es una ruta por la que pasan conocidos. Unos andando, otros en bici; la mayoría en coche y casi nadie corriendo. Así que esta tarde nadie corría, a pesar de que la tarde era espléndida para ello. Una lluvia de las llamadas 'gallega', un frío harto soportable, luz clara y poquísima gente por los caminos (cuando llueve la gente no se lanza a la calle. No lo comprendo). 


Así que andaba, disfrutando del paisaje, que es algo que no se puede hacer con deleite cuando corres. Miraba en lontananza y afloraban los recuerdos de todos esos lugares, mientras que a lo lejos se veía en todo momento la peculiar silueta de mi pueblo. Andaba en soledad, es decir, andaba con mis recuerdos y todo eran buenas sensaciones. El paseo invita a ello. El esfuerzo físico al andar es pequeño -y mucho más para quienes corremos habitualmente-, así que da tiempo a observar, a pensar, a sentir. Un pájaro que se posa en un árbol lo observas con claridad y un graznido a tu derecha lo escuchas con nitidez. El tiempo pasa más despacio y pareciera que se elongan los campos. Sensaciones muy distintas a cuando corres, donde todo se ve, escucha o aprecia a otra velocidad.
Iba introducido en mis recuerdos, cuando de pronto un conocido, al que no había visto de tan absorbido, que venía en dirección contraria, se detuvo al pasar a mi lado y me preguntó que qué me pasaba. 'No me pasa nada, ¿por qué? le respondí y pregunté. 'Como no vas corriendo', contestó. Seguí mi camino y no pude más que sorprenderme de que algo que aconsejan pertinazmente los médicos para preservar la salud sea sinónimo de estar mal o, al menos, de que te pasa algo. O sea, andar es sintomático.
Por tanto, para no preocupar a mis muchos conocidos, no tendré más remedio que comenzar a correr. Lo haré ya la semana próxima y de esa forma daré por finalizado el parón técnico.              

03 agosto 2013

UN ENTRENO MAL CALCULADO

Es fácil despistarse en un mar de olivos

Reconozco que puede haber algunos ligeros gramos de locura en la ruta hecha en la mañana del sábado, en tal terreno y por estas fechas, porque los 18 kilómetros propuestos de olivo-trail por una ruta que ya había hecho a finales de junio se han convertido en casi 23. 
Un despiste en uno de los cruces me ha llevado a hacer 5 kilómetros más no previstos, algo que no sería más que anécdota si no se tratara de un terreno de esta dificultad y un 3 de agosto, en mitad de una alerta amarilla por ola de calor.  
Cuando llegué al final de la primera parte de la ruta ya se habían cumplido 9 kilómetros. Era lo previsto. Estaba casi en la mitad de la nada y a pesar de que eran las 10 y media de la mañana el calor ya comenzaba a percibir y la chicharra ya había comenzado su monótona lenatía, a pesar de que de vez en cuando -algo propio también en los días de fuerte calor- el sol se cobijaba en alguna nube y aparecía un leve frescor que inmediatamente desaparecía. Así que me refugié debajo de un olivo y me dediqué a hidratarme lo mejor que pude, calculando que debía dejar el suficiente líquido para el regreso de otros 9 kilómetros, pero en este caso aún con más calor al ser más tarde. El sol cada vez estaba más alto y presente. 
No quería pensar en esos nueve kilómetros que me faltaban, tan sólo en qué momento debía de detenerme de nuevo para volver a hidratarme. En realidad, tampoco me sentía mal de forma para volver a un ritmo adecuado.
No recuerdo en qué momento me despisté y no cogí el desvió que me volviera a llevar a Pinos Puente entre ese mar de olivos. Tal vez iba pensando en exceso en el calor que aún me esperaba. Desde luego no ayuda que los caminos entre olivos sean practicamente idénticos. 
Al fondo de una recta, a lo lejos, percibí una fuerte subida que consideré no sería por la que debía pasar. Me parecía una subida excesiva y pensé que podría tratarse de un carril auxiliar, que suelen ser abiertos por los olivareros para poder entrar con su maquinaria. Pero pasaban los metros y no había ningún cruce que me permitiera alejarme de esa subida. Así que cuando menos lo esperaba ya me encontraba subiendola, de la cual no tenía referencia alguna en la ida. Estaba claro que me había despistado.
Cuando con mucho esfuerzo llegué a lo alto de esa especie de otero, comprendí definitvamente que no estaba en el camino correcto. Es más, al ver a lo lejos el campo de golf cercano al Pantano del Cubillas,  ya clausurado por la estulticia de la fiebre del ladrillo (algo similar los aeropuertos de Castilla-La Mancha y Castellón), sabía que me encontraba en una ruta que había descubierto a través de Google Earth. Ya no merecía la pena desandar lo andado erróneamente y seguí. 
No conocía ese trayecto pero sí sabía muy bien adonde saldría, por ser una ruta habitual en mis entrenamientos, pero ese cálculo tenía trampa: serían al menos cinco kilómetros más y eso significaba que tendría que estar corriendo hasta casi las 12 del mediodía. No llevaba apenas líquido pero sabía que en Caparacena, a 4 kilómetros de Pinos Puente, podría beber y rellenar todo el agua que quisiera gracias al activo pilar de la coqueta plaza de la aldea. Por suerte, tras esa dura subida, casi todo el terreno a su paso por el aeródromo era en descenso, o bien, en recta. Eso ayudó. 
Cuando llegaba a la pequeña aldea, a pesar de lo benigno del terreno, comprendí que ya no iba tan entero como hacía un rato. Me detuve en el pilar de Caparacena, bebí, me esparcí agua por casi todo el cuerpo -principalmente por la nuca, cuello, frente y muñecas-, rellené las pequeñas cantimploras de la correa de hidratación y a paso muy tranquilo me dispuse a hacer mis últimos cuatro kilómetros que, probablemente, hayan sido los más complicados en esa ruta que tanto conozco. En eso cuatro kilómetros también había alguna dificultad llegando a Pinos Puente, pero conocía el terreno y no preocupaba demasiado.
Finalmente fueron casi 23 kilómetros (medidos posteriormente porque el Forerunner lleva unos días inactivo, algo de lo que hablaré en otra entrada), terminados tal y como presumía cerca de las 12. No llegué para el arrastre en absoluto, pero sí reconocí que había utilizado unos gramos de locura que no vienen mal si el cuerpo lo resiste.
Cuando llegué al coche aparcado en la puerta de las instalaciones deportivas de Pinos Puente, me dije que el test serio para la prueba de trail de Fonelas de 18,5 kms. del próximo día 18 ya estaba hecho. 
A estas alturas de la tarde-noche no miento si afirmo que entre agua, isotónico, cerveza, zumos, granizada de limón y soja habré ingerido alrededor de tres litros de líquido. Queda mucha noche y aún tengo mucha sed pero, eso sí, no siento las piernas cansadas.     
      

21 julio 2013

LOS ENTRENAMIENTOS DE LOS SÁBADOS ESTIVALES

La mañana de los sábados estivales son especiales. En el resto de las estaciones suelo entrenar a cualquier hora del día del sábado por una sencilla razón: la climatología permite correr a cualquiera hora y no hay que madrugar para ello. Pero no ocurre así en verano. Así que de manera más o menos invariable suelo salir a correr a eso de las 9,30 o 10 de la mañana. Ya suele hacer calor, pero el sol aún no ha tenido tiempo para abrasar los caminos y los campos. Sé que a partir de las 12 de la mañana será imposible correr por esos caminos de Dios, y además, es peligroso hacerlo. Por tanto, en el intervalo aproximado de dos horas que hay entre las 10 y las 12 completo un entrenamiento, por lo general, largo. 
Es habitual que corra entre 17 y 23 kilómetros y que lo haga mezclando asfalto y caminos. Además, ahora que estoy iniciándome en el trail, esos caminos serán aún más complicados, solitarios, secos  y pedregosos. 
No conozco mejor manera de disfrutar de un sábado por la mañana al aire libre y a no ser que tenga algún viaje de ocio o alguna obligación externa, no lo cambio por otro plan. A esa hora, cuando me dirijo en el coche hacia el lugar en el que iniciaré y acabaré el entrenamiento veo a mucha gente que está preparándose para la playa o lugares frescos de interior y siempre tengo la sensación que actúo al contrario: ellos huyen del calor y de los caminos polvorientos, secos y solitarios y yo me adentro en ese terreno. De ahí que la sensación de libertad sea aún más absoluta.
Cuando atravieso caminos, ya sea de la Vega o de secano no es habitual cruzarse con nadie (la poca gente que queda en los pueblos y ciudades en estas fechas sale por la tarde-noche a caminar, pero nunca por la mañana), todo lo más algún agricultor esforzado en su pequeña haza, algún ciclista y, lamentablemente, muchos perros abandonados que en muchas ocasiones siguen tus pasos hasta que tienes que espantarlos para que no penetren en lugares con tráfico rodado y se pongan en peligro. Se te rompe el corazón, pero tienes que seguir adelante no sin antes maldecir en Arameo a sus animalescos dueños.
Una regla básicas es ir siempre con correa de hidratación y cada cuatro o cinco kilómetros me detengo a beber aunque no tenga sed. Y esos pocos minutos en los que me detengo alzo la vista y contemplo el enorme espacio diáfano que me rodea. No hay viviendas cerca y como mucho alguna que otra modesta construcción agrícola o un secadero. Me sitúo bajo la sombra de un árbol y tomo unos cuantos sorbos de isotónico o de agua. Ese momento es muy placentero. Sé que me quedan muchos kilómetros por delante, pero esa idea me motiva aún más y me ratifica en la idea de que estoy haciendo lo correcto. 
Pero hay un momento en el entrenamiento que me resulta particularmente motivador e interesante. Se trata del momento en el que el reloj ya casi marca las 12 de la mañana y sol está en todo lo alto. La tenue brisa que te ha ido acompañando desde el inicio del entrenamiento ya ha desaparecido y en su lugar es el bravo sol el que toma el relevo. Miras al frente y tan sólo ves una enorme recta de color amarillo intenso y el sol ya está abrasando tu piel. Es entonces cuando sientes que estás haciendo algo épico y distinto y ese recuerdo ya no se va de la mente en todo el día.            

    
    

18 julio 2013

EL VERANO, EL CORRER, LA HIDRATACIÓN Y LA NUTRICIÓN

Y aunque parezcan demasiados deberes, los corredores hemos de tener en cuenta muchas cosas si no querer claudicar en el intento. 
Por ejemplo, esta tarde. Sé que estoy en un buen momento de forma, no me cuesta correr, soy capaz de asimilar buen número de kilómetros a ritmo alegre y, lo mejor, no acabo fundido ni con dolores musculares. Luego, estoy bien. 
Pero de pronto, esta misma tarde, decía, me he sentido sin fuerzas corriendo. Sin previo aviso, como suelen despedir ahora las empresas, y por arte de birlibirloque, justo desde el principio he comprendido que en las piernas notaba ese cansancio particular que te hace suponer que no vas a poder ir al ritmo que quisieras. Además, percibía que el isotónico ingerido minutos antes y el mordisco en el plátano -como siempre hago- no iban a gozar de la simpatía de los líquidos gastrointestinales. Hacía calor, mucha calor, a pesar de ser ya las 20,20 horas y tenía 15 kilómetros por delante. Para colmo comenzó a dolerme un poco la zona del gemelo interno de la pierna derecha. Demasiadas trabas para entrenar, me dije. Consideré también que los 12 kilómetros de olivo-trail del lunes y los 10 del martes más técnica de carrera (la técnica de carrera es exigente) contribuyeron también a ese cansancio general.     
Pero ocurre que estamos en verano, las temperaturas no bajan de los 34 grados centígrados, por la noche dormimos menos y el trabajo diario se realiza en unas condiciones más difíciles, incluso para quienes trabajamos en oficinas. Además, si no nos hemos hidratado bien durante el día o hemos ingerido menos nutrientes de los necesarios (en verano se necesita menos alimento que en invierno porque el nuestro calor corporal es más bajo al no tener que luchar contra el frío atmosférico), se produce un cúmulo de despropósitos colosales que acaban por aparecer en nuestro entrenamiento y eso nos debilita. Pero eso no debe ser motivo de alarma ya que forma parte de esta época estival. 
De ahí que sea un enorme riesgo correr con temperaturas altas, ya que por lo general nuestro organismo sube un par de grados más. Es decir, si salimos a correr con 36 grados centígrados, no debemos extrañarnos que nuestro organismo se exponga a una temperatura corporal de casi 40 grados y eso es un despropósito que puede acabar por provocar una lesión o algo peor. Por tanto, en verano debemos ingerir mucho líquido durante el día y la noche y comer el máximo de fruta de temporada ya que nos aportan los carbohidratos que necesitamos y poseen mucha agua que, además, es de calidad. Y, por supuesto, no abusar del alcohol y de los alimentos demasiado calóricos. 
Por tanto, conocedor como soy de mi organismo y sabiéndolo escuchar (eso se aprende con los años), decidí recortar la distancia en unos 2,5 kilómetros. Otra opción era bajar el ritmo, pero eso no es fácil. En mi caso, ir por debajo de mi ritmo cómodo me provoca aún más problemas. Estaba marcando algunos kilómetros a 4'30''-35'' el mil (no la media, que ha sido de 4'52''), pero iba cómodo a pesar del estado de debilidad general, así que decidí apretar los dientes y dejarme llevar. Bajar el ritmo, estoy seguro, que hubiera sido peor. No obstante, ahora mientras escribo estas palabras percibo que estoy recuperando bien y mañana viernes servirá para descansar por completo y asumir el sábado por la mañana un rodaje de unos 15 kilómetros. Estoy seguro que para entonces ya estaré completamente recuperado.         

15 julio 2013

ENTRE EL RIGOR Y EL HEDONISMO

Reflexionaba ayer sobre la importancia que tiene la irrupción de la vida social en el régimen -más o menos cerrado- de los entrenamientos. Los corredores aficionados tenemos ciertas contradicciones en ese aspecto, pero hay que intentar no vivirlas como tales. Me explico. 
Por lo general, entrenamos un mínimo de tres días por semana. Y para cualquier corredor aficionado medio-avanzado o avanzado que se precie ese mínimo ha de ser sagrado. Además, se da la circunstancia que cada uno de esos entrenamientos no consiste en una mera sesión de jogging de parque de ciudad, cuatro o cinco kilómetros a ritmo muy trotón. Nada de eso. Cada sesión se habrá de convertir en un entrenamiento mínimo de diez kilómetros serios, con ritmos mínimos por encima del trotón -cada cual marcará su ritmo-, no inferior casi nunca a los 5'30'' el mil. Pero la sesión no terminará ahí ya que cada una de ellas exigirá un mínimo de calentamiento y no menos de 15 minutos de elongamiento posterior. Y eso exige dedicación.
Sumado a eso, esos 30 kilómetros mínimos semanales no serán posibles si durante toda esa semana -mucho más los días de descanso- no existe cierto orden en cuanto a la nutrición y la ingesta de líquidos varios o, en general, un estilo de vida saludable, que conllevará un mínimo de descanso y cierto orden. Y ahí es donde radica la contradicción.
Lógicamente, en unos corredores más que en otros. Para algunos esta dualidad se convertirá en un quebradero de cabeza, por la sencilla razón de que les atrae tanto el régimen cerrado de entrenos como las salidas sociales -nocturnas, por lo general-; pero para otros, eso no será un problema, por la sencilla razón que su régimen social está en un plano muy atrasado con respecto al del entrenamiento. No obstante, el asunto se estropea cuando a éstos últimos, en ocasiones, les da por dejarse llevar por el sosiego que suponen las alternancias sociales, principalmente ahora en periodo estival. Y como no es su costumbre, su rendimiento cae enteros.
Una reflexión que viene a cuenta de mi propia experiencia durante la semana pasada. Una semana dividida entre el entrenamiento y el alterne social y nocturno. Por lo general, pertenezco a ese segundo grupo de corredores que no suele frecuentar el ámbito 'farrero', pero cuando eso ocurre -y ocurre poco, lo confieso, por decisión propia- el entrenamiento se convierte en una birria. Hago la mitad de kilómetros y esa mitad nos lo hago con la dedicación y nivel que quisiera. Además, cuesta arrancar y centrarse en un ritmo normal de entrenos.
Pero comprendo y aconsejo que -como siempre digo- el corredor aficionado tiene la ventaja sobre el profesional de poder entregarse con mesura al dios 'Baco' y al Hedonismo. Lo importante es ser ecléctico y concienzudo. En otras palabras, no perder la cabeza ni en una cosa ni en la otra.      
        

07 julio 2013

XV PRUEBA DE FONDO 'RÍO DÍLAR' (7/7/2013)

Competir es divertido. Y puede ser muy divertido si el corredor aficionado acude a las citas para eso, para divertirse. Creedme si os digo que esa es siempre la opción más sensata e inteligente y a la que se llega cuando uno ya tiene decenas de carreras a sus espaldas. 
Divertirse y mantenerse en forma. Sentir que pasan los años y uno puede seguir haciendo circuitos exigentes; sentir que todo va como tiene que ir. Entrenas bien y medio te respetan las lesiones, el médico te ha dicho que estás sano y que no tienes colesterol ni triglicéridos, tu entorno te ve sano y delgado, te compraste la última camiseta técnica que te gustó....Por lo tanto, no exijas más, tan sólo disfruta. Vive el momento para cuando no sea posible hacerlo. 
Compruebo que me estoy poniendo trascendente, pero no es mi intención; y mucho menos un siete de julio en el que el sol acompaña casi hasta que te vas a la cama y se vislumbran unos buenos meses de bajada de inactividad y/o vacaciones. Pero ocurre que esto del correr ha de tener sus reflexiones y sus respuestas, ya que no se trata tan sólo de ponerse unas zapas y dar zancadas por esos caminos de Dios. Ha de haber algo más entre el cielo y la tierra.
Y lo hubo esta mañana en Dílar. O por lo menos a mí me lo pareció ya que sin proponérmelo me sentí congraciado y compenetrado con la ruta, con esos exigentes 16 kilómetros que transcurren por los municipios de Dílar, Otura, Ogíjares y Gójar. En pocas palabras: me sentí bien, muy bien. 
Seguramente había planificado bien mis entrenamientos, había descansado lo suficiente, el olivo-trail estará aportando cosas buenas, lo que fuere, pero el caso es que en pocas ocasiones me he sentido tan bien en una prueba exigente como ésta, a pesar del fuerte calor y a pesar del terreno. 
Así que consciente de ello, decidí disfrutar cada kilómetro y no echar por la borda las buenas sensaciones con cambios de ritmos innecesarios que nunca llegan a buen término. Reconozco que al entrar a meta hubo un momento de reproche: he sido demasiado conservador. He llegado demasiado entero. Debí haber expuesto más. Todo eso me dije. Pero inmediatamente deseché las dudas: había hecho la carrera que la mente me había dictado: cómoda y con buenas sensaciones. 
Porque siempre lo digo: las buenas sensaciones son las que posibilitan afrontar nuevas pruebas y entrenos con mejores perspectivas; con más seguridad y optimismo; con más motivación. 
De hecho, no es la primera vez que me ocurre en esta prueba. Recuerdo nítidamente que hace dos años fue aquí (con salida en Ogíjares) cuando decidí apuntarme a la Subida al Veleta. 

UNA PRUEBA EXIGENTE 

Decía antes que ser trata de una prueba exigente. Una prueba larga y organizada en unas fechas muy críticas. Es más, tampoco sale demasiado temprano (deberían de pensar que hay muchos corredores que necesitan en torno a las dos horas para completar la ruta). Por tanto, no considero que sea una prueba que deba hacer cualquier corredor que no tenga un mínimo de kilómetros en sus piernas. Es algo que vi en los rostros de algunos cuando yo me dirigía al coche y ellos y ellas subían los últimos metros de la última rampa para llegar a la meta. No estaría mal que al igual que ocurre en otras disciplinas aeróbicas (es común en el senderismo y en el montañismo, por ejemplo) se difundiera con antelación el nivel de exigencia de todas y cada una de las pruebas. Nadie debería de exponerse a un sobreesfuerzo que posteriormente pudiera pasarle factura. Opino.

MI CONCURSO 

Prácticamente lo expongo en las primeras líneas, ya que se puede resumir en lo que decía: buenas sensaciones. Percibía los kilómetros sin sensación de haberlos hecho y casi daba lo mismo que fueran hechos en llano, bajando o subiendo. Cuando las buenas sensaciones acompañan, el terreno siempre se distingue menos. Eso lo sabemos todos los corredores. 
Saliendo desde muy atrás, como vengo haciendo últimamente y sin el Forer -por decisión propia- en la muñeca, me complacía en la visualidad del circuito, en el paso por las calles de las localidades, de las urbanizaciones, de las zonas de arboleda y, también, por los pasos en los que el sol golpeaba como un puño de hierro. Nada era ajeno a mis sentidos porque las piernas no pesaban. Como decía antes, la opción podría haber sido el haber imprimido más velocidad a las mismas, ya que éstas claramente la exigían, pero no era una opción importante en mi esquema de carrera. Así que iba adelantando a corredores -algo que es muy habitual si sales desde muy atrás- e iba disfrutando de mi lugar en la prueba. Nada más. Y nada menos. 
Gracias a haber elegido esa opción, puedo hoy escribir esta crónica en sentido positivo; de lo contrario, podría haber sido una crónica tremebunda; o sencillamente, la podía no haber escrito.   
Nota final: siento mis piernas más frescas que nunca. 
                             

04 julio 2013

REINVENTÁNDOME

Era jueves y tocaba correr. Hay prueba el domingo y es de las más exigentes. No se podía demorar el entreno.
Ayer fueron 13 kilómetros con malísimas  sensaciones. Aún así, a medida que pasaban los kilómetros, y gracias a que  el terreno era llano, el malestar inicial se fue atenuando. Debe ser el oficio. O la costumbre. Posteriormente llegué a la conclusión que el fuerte calor había hecho mella. Salí antes de las ocho de la tarde y  esa hora el termómetro rebasaba con creces los treinta grados.
De ahí que a la tarde siguiente no me encontrara completamente recuperado. Saldría más tarde, pero lo que menos me apetecía era hacer una ruta urbana. Demasiada gente paseando por las aceras, demasiados terrazas de bares, demasiados obstáculos. Entonces fue cuando pensé en la posibilidad de adentrarme por senderos de olivos por la zona de Caparacena. Hacer olivo-trail. Me brillaron los ojos.
Por tanto, en veinte minutos me encontraba ya calzándome las zapas, dispuesto a adentrarme por esa rutas sinuosas y quebradas. Eran casi las 9 de la noche y el calor fuerte ya había atenuado bastante. 
Lo que resultó fue una ruta fantástica de 11 kilómetros anárquicos. Saliendo de caminos y adentrándome en senderos desdibujados entre olivos. 
Incluso a eso de las 9 y media me extravié y no sabía bien donde estaba. Vi unas tapias y resultó ser el minúsculo cementerio de Caparacena, del que había oído hablar pero que jamás había visto. Ahí deben estar enterrados algunos antepasados, pensé. Doblé a la izquierda y me adentré por una torrentera seca muy empedrada. Seguramente que en periodo de tormentas y lluvias irá hasta arriba de agua, consideré. 

Perderse por aquí no es nada difícil: todo parece igual
Volví a subir a una loma alta entre olivos y a lo lejos presencie lo que me pareció era el camino por el que normalmente transito. Oscurecía y no podía hacer florituras, porque a medida que se hiciera más de noche más difícil iba a tener encontrar el sendero principal que me condujera a la pequeña carretera que conduce a Caparacena. Todo parecía igual.  Crucé campo través la loma alta de olivos y, efectivamente, me topé con el sendero principal y conocido. Ya oscurecía. Confieso que experimenté cierta alegría, pero al mismo también cierta satisfacción por haber elegido libremente correr por aquel lugar en vez de hacer una anodina ruta urbana. 
Y es que en esto del correr hay que estar permanentemente reinventándose.          

30 junio 2013

¿MI PRIMERA RUTA TRAIL RUNNING SERIA?

La pregunta del título es la que me hacia el pasado sábado cuando a eso de las 12,30 de esa calurosa mañana de junio acababa de entrenar por una anárquica ruta de 18 kilómetros, entre olivos. La había hecho en MTB y me pareció ideal para este tipo de bicicleta. Un camino maltrecho, roto por la fuerza de las torrenteras, enquistado y pedregoso que, además, cuenta con las típicas subidas y bajadas del terreno de secano en el que suele crecer el olivo en esta zona del sur de Andalucía. 

Cuando hice esa ruta en MBT, me dije que algún día la haría corriendo y esa intención me causó respeto desde el principio; una cosa era hacerla en bicicleta y otra hacerla corriendo.
Pero llegaron las Cascadia y la determinación de experimentar el trail running y ya no había escusa alguna para no hacer la ruta. Así, que ayer fue el día en el que se materializó aquel anhelo de hace más o menos un año. Además, se daban las condiciones adecuadas: terreno totalmente seco y algo de calor. 
Correr con demasiada calor no es algo aconsejable, pero sí considero que lo es correr con algo de calor en verano, más que nada porque conviene ir aclimatando el cuerpo y la mente a estas nuevas condiciones atmosféricas, principalmente si de lo que se trata es de inmiscuirse a lo largo del periodo tórrido por este tipo de terrenos. La idea es también ir preparando la prueba que tengo en mente. Así que preparé mi correa de hidratación y no lo dudé.
Esta primera incursión por este tipo de terreno no se puede considerar lo que se entiende como un trail técnico, ya que éste se materializa por lugares en los que hay tramos en los que no es posible correr, pero ya digo, se trata de un terreno introductorio que encaja mucho en lo que quiero hacer, ya que descarto -por ahora- correr algo que sea más técnico. No obstante, sí profundizaré por otros lugares con más puntos técnicos ya que esto es tan sólo -ya digo- la introducción. 
Pero me satisfizo. Y mucho. Se trata de una fenomenal opción para no apalancarse en el running-running. Buscar otras opciones que posibiliten mantener viva la llama de la ilusión. 
Reconozco que me gusta mucho correr por caminos cuidados y por asfalto. Será algo que seguiré cultivando, pero ahora toca abrirse a nuevas perspectivas, a nuevas experiencias. Como lo fue correr el Veleta o la Media Maratón de Montaña de La Ragua o las dos maratones que he corrido. Hemos de renovarnos. 
Y al renovarnos conseguimos sentir nuevas sensaciones y descubrir material técnico que no conocíamos de propia mano. 

Esas nuevas sensaciones son magníficas. Verse corriendo por caminos pedregoso rodeados de naturaleza en estado puro, sin que la mano del hombre haya hecho gran cosa es algo nuevo y único. Es como volver a nuestra naturaleza más ancestral. Sentirse fusionado con el entorno del que partimos como seres vivos. Por otra parte, experimentar nuevo material técnico es también emocionante. Por ejemplo, las nuevas zapas con las que me he hecho -ya hice hace unos días su presentación-, las Brooks Cascadia 7, que gozan de una perfección técnica para este tipo de terrenos que es encomiable. Una zapatilla nacida para el trail, que se agarra a la perfección al terreno tanto subiendo como bajando. Sin duda, una experiencia nueva. Las pocas veces que había pisado, aunque fuera de forma muy casual este tipo de terreno, lo había hecho con las zapas de running más convencionales y la diferencia es cósmica. Particularmente emocionante es comprobar cómo la suela de la zapatilla de transmite a la perfección lo agreste del terreno sin que eso lo sufras en la planta del pie. Espectacular es también comprobar cómo las bajadas las puedes hacer con mayor confianza -y por tanto con más velocidad- dada la garra que tiene la suela. 
Sigo corriendo, no hay duda, pero ahora seguiré corriendo con la certeza de que introduzco una nueva opción, igual o más placentera que la anterior. Ahora seré,  probablemente, un corredor más ecléctico.      

20 junio 2013

CONFESIONES DE UN CORREDOR

Comenzó junio con la idea de incrementar los kilómetros semanales en torno a unos 10. Pero no es tarea fácil. Para tal objetivo había dos alternativas: salir un día más a la semana -jamás salgo más de cuatro- o bien hacer entre dos o tres kilómetros más por salida.  Pero ocurre que nos solemos acostumbrar a una inusual rutina (la rutina del corredor siempre es inusual) y es difícil escapar a ella. Es más, en ocasiones no consigo cumplir con la idea que suelo denominar como 'del maratón semanal', es decir, no correr menos de 42 kilómetros por semana. Para tales sumas, incluyo la competición si la hubiera.
Veamos. Hacer un día más a la semana me cuesta. Se trata de organizarte un día más a la semana para salir a correr, toda vez que cuento con que los dos días del fin de semana -sábado y domingo- siempre corro aunque para ello tenga que incumplir con otras personas. Correr es lo prioritario.
En cambio, buscar tres tardes a la semana no es tarea fácil. No suelo correr ni lunes ni martes, precisamente para descansar de la carga de kilómetros de fin de semana, lo que supone correr de forma obligatoria miércoles, jueves y viernes. Pero ocurre que si hay tirada el sábado por la mañana -siempre algo más kilómetros ese día-, es un riesgo salir el viernes por la tarde ya que no hay descanso suficiente. Ahí radica la dificultad de salir cinco veces. La única opción tendría que ser correr también el martes; o bien, incrementar los kilómetros a lo largo de esas cuatro salidas tradicionales que suelen ser con poco margen de error: miércoles, jueves, sábado y domingo. No olvidemos que somos corredores aficionados -no me gusta el concepto: populares- y esto es una afición.
¿Y qué ocurre con la calidad? Si concibo hacer series, algo para lo que soy muy irregular, le dedico el miércoles el jueves; y si se trata de fartlek, que no suelo hacer, cualquier de las salidas puede ser válida para llevarlo a cabo, toda vez que se hace en ruta. Últimamente estoy introduciendo técnica de carrera, pero no me supone ningún problema, porque cualquier día después del entrenamiento puede ser válido para ello ya que siempre encuentro algún terreno blando donde hacerla.
¿Cómo compenso la falta de calidad? Si no hago series o fartlek, que es lo habitual, lo suelo compensar con rodajes rápidos o bastante rápidos. No se trata de calidad en puridad, pero sí está muy cerca.
Sin embargo, los corredores no debemos olvidar la elongación y ejercicios complementarios. Para elongación no encuentro problema alguno, ya que después de cada sesión de entrenamiento dedico a ello entre 10 y 15 minutos; sin embargo, para abdominales, gomas y otros ejercicios hay que buscar huecos. Como no voy a gimnasio alguno, esos huecos los busco en casa. Ahora bien, como resulta que son ejercicios fácil de hacer en cualquier sitio, siempre es factible dedicarles entre 15 y 20 minutos cualquier tarde perdida, que puede ser tras el entreno o en las tardes que no suelo correr. Pero no siempre hago estos ejercicios. Craso error. 
Resulta que los corredores -y no digamos nuestro entorno- no siempre pensamos detenidamente en el tiempo que necesitamos para poder entrenar dignamente, sin restarle tiempo a otros asuntos del día a día, pero si lo pensamos llegaremos a la conclusión de que se trata de una de las actividades que más tiempo nos exige y es muy necesario dedicar ese tiempo si queremos mantener un nivel adecuado, cosa que no siempre es fácil, principalmente, cuando las tardes se acortan o el trabajo se alarga.  O ambas cosas. 
De ahí que en muchas ocasiones nuestro entorno les cueste entendernos. Que les cueste entender que no podamos acudir a un acto social, a una reunión familiar o cosas así. Casi todos estos actos o reuniones son en fin de semana y si le damos prioridad a ellos se la quitamos a nuestro entrenamiento más serio. Pero cómo explicárselo sin que te miren como a un extraterrestre. 
Al principio a mí, como a todo el mundo, me costaba y, por lo general, casi siempre sucumbía y anteponía ese acto social o la reunión a mi entrenamiento, pero ya he llegado a un punto en el que el entrenamiento es lo esencial y lo otro lo secundario. Y no suele preocuparme que lo entiendan o no.         

16 junio 2013

EL VERANO, EL CALOR, EL MATERIAL, LA COMPETICIÓN...

Me gusta competir en verano. Incluso hacerlo cuando el calor ya se va convirtiendo en un problema. Pensaba en ello cuando me dirigía al coche al terminar la prueba de Fondo de El Valle de Lecrín, bajo un sol inmisericorde ya a las 11 de la mañana.  A pesar de que no soy un corredor que rinda bien con el color. Rindo mejor con lluvia y frío. Pero, tal vez, por eso  me motiva correr con calor. En plan retador. Por esa asignatura pendiente que supone.
Dicho esto, tengo que decir que el verano es una época en la que entreno bastante. Los días son largos y hay tiempo. Por tanto, en bastantes ocasiones, el calor me ha cogido corriendo a más del las 12 del mediodía, cuando el sol deja de ser amigo para convertirse en un verdugo; o a las 7 de la tarde, horario en el que el astro rey sigue teniendo casi la misma mala leche que a las 12. 


Y es que correr por esos caminos secos, esos pedregales entre olivos en los que tan sólo se escuchan las chicharras, por ese asfalto en el que el calor hace aguas y uno cree ver lagunas, es motivador (el otro día vi mi primera culebra atropellada en la orilla de una carretera). Lógicamente, hay que tomar medidas para no llegar al colapso físico. Y nada mejor que llevar buen material técnico. El mejor, si el bolsillo lo permite. Correr con una gorra técnica -poseo tres-; no correr jamás con el torso desnudo como a tanto insensato veo hacer cuando entreno en estas fechas. Hay que ir provisto de una buena camiseta técnica tipo 'Dry', que tenga la capacidad de despedir el sudor y al mismo tiempo evitar que los rayos del sol penetren a través de ella en la piel. Siempre es preferible correr con camiseta de manga corta, pero si se opta por la de competición -tirantes- más vale llevar una buena protección solar con un buen factor de protección, que dependerá mucho de la piel. Pero de todo, lo más fundamental es la hidratación. Si corremos por una zona en la que sabemos con seguridad que hay agua potable, podremos programar nuestra ruta en función de esos puntos de agua; pero si no es así, nada mejor que portar hidratación. A mí me va bien con una correa de hidratación con dos depósitos. Uno de ellos suele ir repleto de bebida isotónica y el otro de agua y los dejo toda la noche en el congelador e intento calcular cuando es posible beberlos en ruta. En ocasiones, he calculado mal y no he podido beber hasta pasado un buen rato por estar el líquido congelado, por lo que no estaría mal sacarlos con tiempo suficiente del congelador.  
Son reglas básicas a las que se les puede añadir otras en función de los circuitos por los que entrenemos. Se pueden elegir unas zapas más transpirables e, incluso, un pañuelo para proteger el cuello tipo trail. Y si la ruta es larga, nada mejor que una mochila de hidratación tipo 'camelbak'. El problema de la hidratación estará superado si competimos ya que habrá suficientes puntos de avituallamiento y no dejarán que nos deshidratemos, lo que es muy relativo en esta fechas de crisis (recuerdo cómo en la prueba del Río Dílar de hace varios años la organización se olvidó de dar agua a la mayoría de los corredores y tuvieron que ser los vecinos residentes por los lugares de paso de la carrera los encargados de suministrarla. Se subía una fuerte pendiente en pleno julio). 

Nuevo recorrido
Pero volviendo a la prueba de El Valle de Lecrín, en Dúrcal, tras ese amplio paréntesis. 
Nos han cambiado el recorrido y ha resultado mucho más duro. Han eliminado esa segunda vuelta tortuosa por la vía de servicio y nos han derivado por un terreno más campestre, con carriles de tierra incluidos. 
Particularmente, a mí me ha gustado este recorrido. Al menos, me ha gustado más que el anterior. La distancia también ha aumentado un poco y todos los corredores hemos sufrido mucho más tanto por las rampas de esa última parte de la prueba como por el fuerte calor que ha caído sobre el Valle. Es algo que se apreciaba nítidamente en los rostros.
Por último, unas cuantas palabras sobre material. En pocos días me llegará algo novedoso que no he tenido hasta ahora, luego ¿será el principio de una hermosa amistad, como en la película Casablanca? Está por ver.  Que por experimentar y seguir avanzando no quede.   

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...