Era jueves y tocaba correr. Hay prueba el domingo y es de las más exigentes. No se podía demorar el entreno.
Ayer fueron 13 kilómetros con malísimas sensaciones. Aún así, a medida que pasaban los kilómetros, y gracias a que el terreno era llano, el malestar inicial se fue atenuando. Debe ser el oficio. O la costumbre. Posteriormente llegué a la conclusión que el fuerte calor había hecho mella. Salí antes de las ocho de la tarde y esa hora el termómetro rebasaba con creces los treinta grados.
De ahí que a la tarde siguiente no me encontrara completamente recuperado. Saldría más tarde, pero lo que menos me apetecía era hacer una ruta urbana. Demasiada gente paseando por las aceras, demasiados terrazas de bares, demasiados obstáculos. Entonces fue cuando pensé en la posibilidad de adentrarme por senderos de olivos por la zona de Caparacena. Hacer olivo-trail. Me brillaron los ojos.
Por tanto, en veinte minutos me encontraba ya calzándome las zapas, dispuesto a adentrarme por esa rutas sinuosas y quebradas. Eran casi las 9 de la noche y el calor fuerte ya había atenuado bastante.
Lo que resultó fue una ruta fantástica de 11 kilómetros anárquicos. Saliendo de caminos y adentrándome en senderos desdibujados entre olivos.
Incluso a eso de las 9 y media me extravié y no sabía bien donde estaba. Vi unas tapias y resultó ser el minúsculo cementerio de Caparacena, del que había oído hablar pero que jamás había visto. Ahí deben estar enterrados algunos antepasados, pensé. Doblé a la izquierda y me adentré por una torrentera seca muy empedrada. Seguramente que en periodo de tormentas y lluvias irá hasta arriba de agua, consideré.
Perderse por aquí no es nada difícil: todo parece igual |
Volví a subir a una loma alta entre olivos y a lo lejos presencie lo que me pareció era el camino por el que normalmente transito. Oscurecía y no podía hacer florituras, porque a medida que se hiciera más de noche más difícil iba a tener encontrar el sendero principal que me condujera a la pequeña carretera que conduce a Caparacena. Todo parecía igual. Crucé campo través la loma alta de olivos y, efectivamente, me topé con el sendero principal y conocido. Ya oscurecía. Confieso que experimenté cierta alegría, pero al mismo también cierta satisfacción por haber elegido libremente correr por aquel lugar en vez de hacer una anodina ruta urbana.
Y es que en esto del correr hay que estar permanentemente reinventándose.
Gusta hacer nuevas rutas y nuevos caminos, ciertamente. Sobre todo cuando la aventura acaba bien :-D
ResponderEliminarOlivo-trail, bonito nombre para una carrera amigo. No me cabe la menor duda que acertaste con la hora y la ruta. Un abrazo
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