Competir es divertido. Y puede ser muy divertido si el corredor aficionado acude a las citas para eso, para divertirse. Creedme si os digo que esa es siempre la opción más sensata e inteligente y a la que se llega cuando uno ya tiene decenas de carreras a sus espaldas.
Divertirse y mantenerse en forma. Sentir que pasan los años y uno puede seguir haciendo circuitos exigentes; sentir que todo va como tiene que ir. Entrenas bien y medio te respetan las lesiones, el médico te ha dicho que estás sano y que no tienes colesterol ni triglicéridos, tu entorno te ve sano y delgado, te compraste la última camiseta técnica que te gustó....Por lo tanto, no exijas más, tan sólo disfruta. Vive el momento para cuando no sea posible hacerlo.
Compruebo que me estoy poniendo trascendente, pero no es mi intención; y mucho menos un siete de julio en el que el sol acompaña casi hasta que te vas a la cama y se vislumbran unos buenos meses de bajada de inactividad y/o vacaciones. Pero ocurre que esto del correr ha de tener sus reflexiones y sus respuestas, ya que no se trata tan sólo de ponerse unas zapas y dar zancadas por esos caminos de Dios. Ha de haber algo más entre el cielo y la tierra.
Y lo hubo esta mañana en Dílar. O por lo menos a mí me lo pareció ya que sin proponérmelo me sentí congraciado y compenetrado con la ruta, con esos exigentes 16 kilómetros que transcurren por los municipios de Dílar, Otura, Ogíjares y Gójar. En pocas palabras: me sentí bien, muy bien.
Seguramente había planificado bien mis entrenamientos, había descansado lo suficiente, el olivo-trail estará aportando cosas buenas, lo que fuere, pero el caso es que en pocas ocasiones me he sentido tan bien en una prueba exigente como ésta, a pesar del fuerte calor y a pesar del terreno.
Así que consciente de ello, decidí disfrutar cada kilómetro y no echar por la borda las buenas sensaciones con cambios de ritmos innecesarios que nunca llegan a buen término. Reconozco que al entrar a meta hubo un momento de reproche: he sido demasiado conservador. He llegado demasiado entero. Debí haber expuesto más. Todo eso me dije. Pero inmediatamente deseché las dudas: había hecho la carrera que la mente me había dictado: cómoda y con buenas sensaciones.
Porque siempre lo digo: las buenas sensaciones son las que posibilitan afrontar nuevas pruebas y entrenos con mejores perspectivas; con más seguridad y optimismo; con más motivación.
De hecho, no es la primera vez que me ocurre en esta prueba. Recuerdo nítidamente que hace dos años fue aquí (con salida en Ogíjares) cuando decidí apuntarme a la Subida al Veleta.
UNA PRUEBA EXIGENTE
Decía antes que ser trata de una prueba exigente. Una prueba larga y organizada en unas fechas muy críticas. Es más, tampoco sale demasiado temprano (deberían de pensar que hay muchos corredores que necesitan en torno a las dos horas para completar la ruta). Por tanto, no considero que sea una prueba que deba hacer cualquier corredor que no tenga un mínimo de kilómetros en sus piernas. Es algo que vi en los rostros de algunos cuando yo me dirigía al coche y ellos y ellas subían los últimos metros de la última rampa para llegar a la meta. No estaría mal que al igual que ocurre en otras disciplinas aeróbicas (es común en el senderismo y en el montañismo, por ejemplo) se difundiera con antelación el nivel de exigencia de todas y cada una de las pruebas. Nadie debería de exponerse a un sobreesfuerzo que posteriormente pudiera pasarle factura. Opino.
MI CONCURSO
Prácticamente lo expongo en las primeras líneas, ya que se puede resumir en lo que decía: buenas sensaciones. Percibía los kilómetros sin sensación de haberlos hecho y casi daba lo mismo que fueran hechos en llano, bajando o subiendo. Cuando las buenas sensaciones acompañan, el terreno siempre se distingue menos. Eso lo sabemos todos los corredores.
Saliendo desde muy atrás, como vengo haciendo últimamente y sin el Forer -por decisión propia- en la muñeca, me complacía en la visualidad del circuito, en el paso por las calles de las localidades, de las urbanizaciones, de las zonas de arboleda y, también, por los pasos en los que el sol golpeaba como un puño de hierro. Nada era ajeno a mis sentidos porque las piernas no pesaban. Como decía antes, la opción podría haber sido el haber imprimido más velocidad a las mismas, ya que éstas claramente la exigían, pero no era una opción importante en mi esquema de carrera. Así que iba adelantando a corredores -algo que es muy habitual si sales desde muy atrás- e iba disfrutando de mi lugar en la prueba. Nada más. Y nada menos.
Gracias a haber elegido esa opción, puedo hoy escribir esta crónica en sentido positivo; de lo contrario, podría haber sido una crónica tremebunda; o sencillamente, la podía no haber escrito.
Nota final: siento mis piernas más frescas que nunca.