



Entramos en la primera parte de una sucesión de elecciones que alargará su sombra hasta el año próximo. Y es tan negativa la imagen del sistema de partidos y de los políticos que el ciudadano sensato no sabe si hipotecar el sistema electoral no acudiendo a votar o, por el contrario, afianzar el mismo sistema de partidos que rechaza acudiendo a votar. Es una grave dualidad, un hondo dilema.
En una sociedad democrática avanzada –y suponemos que en ese grupo nos encontramos- el protagonismo de los políticos no debería ser tan pertinaz. Una sociedad democrática avanzada debería de reflejarse en su sociedad civil, en sus universidades, en sus intelectuales, en su avance tecnológico, en el trabajo y en el esfuerzo de la ciudadanía... y, por supuesto, la clase política debería pasar a un segundo plano. O a un tercero.
Pero no pasa a un segundo o tercer plano porque nuestra clase política no es una parte más de nuestra sociedad sino una casta muy diferenciada, retroalimentada en su esencia y sostenida en ese sistema electoral que potencia las listas cerradas y los pactos tácitos y expresos entre partidos. Son ejemplares de una misma especie que porfía por mantener sus privilegios, como cualquier casta orgullosa.
La otra especie, el ciudadano, está harta de comprobar cómo los partidos políticos simulan combatir la corrupción que anida en su seno con acusaciones hacia la de los otros que siempre a sus ojos es más grande y más corrupta si aquí se acepta la redundancia. Y, claro, cabe preguntarse si el tejemaneje de los partidos políticos es algo en sí aislado en nuestra imperfecta sociedad o si, por el contrario, no es más que un reflejo y una síntesis de nuestra forma y modo de interpretar la vida. De hecho, esta segunda tesis no sería demasiado descabellada si observamos la sociedad que nos circunda.
Por ejemplo, que compruebe el hipotético lector cómo se manipula la legalidad a su alrededor. Compruebe y analice –por ejemplo- las últimas reuniones de su comunidad de propietarios y podrá deducir cómo la legalidad casi nunca se cumple y siempre prospera la propuesta o acción ilegal de algún vecino ante el escandaloso silencio de los demás. Compruebe las últimas medidas tomadas en su municipio. O la manipulación de los estatutos en su club, peña, o asociación a la que pertenece. Y si eso es así en pequeñas parcelas de poder qué no ocurrirá en las grandes, sobre todo en esas en las que, además, se entremezclan los asuntos de estado con las artimañas políticas y los intereses económicos.
Es evidente que en nuestra sociedad la ley nace con vocación de incumplimiento, que es una tradición muy latina, pero es muy moderno, muy europeo poseer leyes que regulen cada una de las facetas de la convivencia. Curiosamente, de vez en cuando, algunas de esas normas se cumplen, aunque no en vano ya que casi siempre suele haber algún interés confeso o inconfensable detrás de ese férreo cumplimiento.
Pero debemos de abonarnos al optimismo y no pensar que todo está perdido, de hecho, hay gente honesta que trabaja en la sombra cada día para que las cosas no se deterioren cada vez más. Incluso en los partidos. Incluso en los pequeños territorios de poder diarios. Sin embargo, ese descomunal trabajo en la sombra no es más que la excepción que confirma la regla o tal vez la razón de que aún podamos contarnos entre los pretendidos países democráticos.
Con la manifestación del pasado 14 de mayo en Sevilla, los funcionarios y laborales de toda Andalucía, de alguna manera, estábamos adelantando el revulsivo generado por las masivas manifestaciones del movimiento 15M iniciado por la plataforma ¡Democracia real, ya! en todas las ciudades españolas. De hecho, son dos azotes bestiales dados a la casta política en un intervalo de algo más de veinticuatro horas que todo político avispado debería advertir.
De hecho, los empleados públicos auténticos ya llevan meses atizando las conciencias de esta silente y dormida Andalucía, pero muy pocos han advertido que las reivindicaciones ya no se pueden considerar solamente profesionales porque las pancartas anuncian cada vez más lemas de denuncia contra el despilfarro, el enchufismo corrupto, el nepotismo, el desvío de fondos públicos y otras perlas recién cultivadas.
De ahí la importancia de esa decena de miles de manifestantes el pasado 14 de mayo por una Sevilla que también desea cambiar de signo político el próximo día 22.
Importancia porque ya no era tan necesaria aquella ingente cantidad de asistentes de la manifestación anterior sino una concienciada representación de servidores públicos que cada vez desean con más ahínco hacer ver a la sociedad que el PSOE está desmantelando no ya la función pública -que es algo que podría pasar desapercibido para la ciudadanía- sino todo un sistema público general para iniciar un sistema basado en el clientelismo, los privilegios y el nepotismo. De esa forma se lo explicaba a una aspirante a periodista venida desde Madrid para interesarse por este movimiento sin precedentes en España.
Efectivamente. Tras conocer todo el tejemaneje de la Junta de Andalucía - y lo que aún está por conocer- hay que llegar a la conclusión que lo que se está tejiendo en Andalucía desde hace años no es otra cosa que un "bolcheviquismo" basado en la política de partido, que superada ya la etapa del omnímodo poder de sus dirigentes busca con precipitación el acomodo de miembros del partido, familia y afines, que es una forma de actuar muy común en las dictaduras políticas que ordenan y mandan en base a los dictados del partido.
Pero es posible que todo esto lo hayamos detenido a tiempo los servidores públicos, por lo que el movimiento 15M ratifica lo que ya está barruntando una gran parte de la ciudadanía: que la casta política lleva mucho tiempo trabajando para sus propios intereses.
Quienes vivimos en democracia solemos olvidar con relativa facilidad que las libertades no son inherentes al sistema constitucional sino que es necesario trabajar a diario para mantenerlas. Olvidamos con facilidad que esta democracia se basa en un sistema de representación indirecto y en una monarquía hereditaria y que los representantes públicos nunca están a la altura de las circunstancias. De hecho, los escasos acuerdos y mejoras que se legislan siempre son las que buscan una mayor consolidación de sus privilegios.
Y es que olvidamos fácilmente que en las reglas de juego de las élites políticas, desde Roma -o tal vez desde Grecia- jamás tiene cabida el pueblo, que no es más que un instrumento para adquirir intereses. Eso se ha maquillado con los años, pero no ha cambiado.
Luego, ¿no es eso lo que vienen denunciando los funcionarios y laborales de la Junta de Andalucía? ¿No es eso lo que está denunciando la plataforma ¡democracia real, ya!?
Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París. No es...