Hoy me apetece hablar de correr. Porque he corrido entre la nieve, y entre la lluvia, y con cero grados en el termómetro.
Cuando mantenía "Diario de un corredor", las circunstancias del blog hacían que escribiera sobre el correr y su mundo la mayoría de las veces. Para mí era fácil. Simplemente corría y después expresaba lo que experimentaba en el blog. Unas veces con más acierto y otras con menos. Pero lo importante era poder escribir y hacerlo sobre uno de los asuntos que más tiempo ocupaba -y ocupa- en mi vida.
Pero suprimí aquel blog porque quería contar otras cosas, si bien no quise desengancharme por completo de escribir sobre el correr y las sensaciones que esta actividad reporta. Valoré la posibilidad de incluir algunas entradas al estilo de las que incluía en "Diario...", e incluso os consulté a través de una encuesta, cuyo resultado fue favorable a escribir de vez en cuando sobre correr. Y es que, sinceramente, me agrada hacerlo de cuando en cuando. Porque forma parte de mi vida. Como los libros, el cine, el escribir...Y es que resulta que hoy ha sido uno de los días en los que apetece escribir sobre correr.
Comenzó a nevar en Granada. No de manera violenta, pero sí era posible apreciar con nitidez la voluptuosidad de la nieve cayendo despacio sobre las aceras y los árboles. Ya tenía programado ir a correr, antes del almuerzo, buscando aún la luz del día, evitando, en definitiva, la comida del mediodía para que ésta no dificultara el entrenamiento. Un tentempié suave y a los caminos. La naturaleza, siempre tan caprichosa quiso que a la hora en la que me disponía a comenzar mi entrenamiento, entre el Pantano del Cubillas y Pinos Puente, estuviera nevando. Al principio no era perceptible y era factible afirmar que, incluso, sólo fuera lluvia. Pero enseguida el agua se tornó nieve y los copos se iban quedando en las recién estrenadas mallas largas Asics. Subía la dura cuesta de la Urbanización de Los Cortijos, en dirección a Caparacena y la nieve no dejaba de rebotar en mi cara. Iba bien abrigado, pero la nieve siempre encontraba rincones del cuerpo por los que penetrar. Sencillamente era delicioso.
Uno cuando corre no se siente nada importante de cara al exterior. Corremos porque nos place y porque nos sentimos bien, pero esta tarde mientras subía esa empinada cuesta, sabiendo que tenía por delante dieciséis kilómetros me sentía todo lo importante que es posible sentirse cuando se hacen cosas "contra natura". A esa hora y con ese tiempo, es fácil imaginarse a la mayoría de la gente, arropada junto al televisor o leyendo un buen libro, o al menos eso es lo que creía adivinar en los rostros de los conductores que se cruzaban conmigo. Insisto que en esos momentos no existían sentimientos especiales por llevar a cabo una actividad más dura o con más arrojo, sencillamente disfrutaba de estar haciendo algo distinto, a título individual. Y es que, como le comentaba a Mati por la noche, hay tan pocas cosas que me gusten de la sociedad, que cada vez disfruto más corriendo. Buscar un rincón lejano, silencioso, no demasiado transitado y patearlo es de lo que más me place. dejad que me ausente, dijo el Dr. Sheehan ¿ Será ese un elemento común entre, nosotros, los corredores?
Corría entre la nieve y posteriormente entre la lluvia, que en ocasiones se disfrazaba de copos y en otras su atuendo no era fácilmente identificable. Pero no dejó de acompañarme en todo el recorrido. Las manos protegidas por guantes técnicos, las mallas arropando las piernas, el gorro de lana cubriendo las sensibles orejas y la respiración convirtiéndose en vapor cada vez que exhalaba el aire.
Diecisiete kilómetros. En soledad. Con la única ayuda de las piernas, el corazón y los pulmones. Tras ese disfrute sabía que tendría que volver a la sociedad, a mezclarme con la gente, pero ese recuerdo me acompañaría a lo largo del día, quedando siempre la impagable posibilidad de poder repetirlo un día y otro, siempre que las lesiones respeten como están respetando últimamente. Pasa el tiempo y se lleva muchas cosas. Pero queda el correr.
Cuando mantenía "Diario de un corredor", las circunstancias del blog hacían que escribiera sobre el correr y su mundo la mayoría de las veces. Para mí era fácil. Simplemente corría y después expresaba lo que experimentaba en el blog. Unas veces con más acierto y otras con menos. Pero lo importante era poder escribir y hacerlo sobre uno de los asuntos que más tiempo ocupaba -y ocupa- en mi vida.
Pero suprimí aquel blog porque quería contar otras cosas, si bien no quise desengancharme por completo de escribir sobre el correr y las sensaciones que esta actividad reporta. Valoré la posibilidad de incluir algunas entradas al estilo de las que incluía en "Diario...", e incluso os consulté a través de una encuesta, cuyo resultado fue favorable a escribir de vez en cuando sobre correr. Y es que, sinceramente, me agrada hacerlo de cuando en cuando. Porque forma parte de mi vida. Como los libros, el cine, el escribir...Y es que resulta que hoy ha sido uno de los días en los que apetece escribir sobre correr.
Comenzó a nevar en Granada. No de manera violenta, pero sí era posible apreciar con nitidez la voluptuosidad de la nieve cayendo despacio sobre las aceras y los árboles. Ya tenía programado ir a correr, antes del almuerzo, buscando aún la luz del día, evitando, en definitiva, la comida del mediodía para que ésta no dificultara el entrenamiento. Un tentempié suave y a los caminos. La naturaleza, siempre tan caprichosa quiso que a la hora en la que me disponía a comenzar mi entrenamiento, entre el Pantano del Cubillas y Pinos Puente, estuviera nevando. Al principio no era perceptible y era factible afirmar que, incluso, sólo fuera lluvia. Pero enseguida el agua se tornó nieve y los copos se iban quedando en las recién estrenadas mallas largas Asics. Subía la dura cuesta de la Urbanización de Los Cortijos, en dirección a Caparacena y la nieve no dejaba de rebotar en mi cara. Iba bien abrigado, pero la nieve siempre encontraba rincones del cuerpo por los que penetrar. Sencillamente era delicioso.
Uno cuando corre no se siente nada importante de cara al exterior. Corremos porque nos place y porque nos sentimos bien, pero esta tarde mientras subía esa empinada cuesta, sabiendo que tenía por delante dieciséis kilómetros me sentía todo lo importante que es posible sentirse cuando se hacen cosas "contra natura". A esa hora y con ese tiempo, es fácil imaginarse a la mayoría de la gente, arropada junto al televisor o leyendo un buen libro, o al menos eso es lo que creía adivinar en los rostros de los conductores que se cruzaban conmigo. Insisto que en esos momentos no existían sentimientos especiales por llevar a cabo una actividad más dura o con más arrojo, sencillamente disfrutaba de estar haciendo algo distinto, a título individual. Y es que, como le comentaba a Mati por la noche, hay tan pocas cosas que me gusten de la sociedad, que cada vez disfruto más corriendo. Buscar un rincón lejano, silencioso, no demasiado transitado y patearlo es de lo que más me place. dejad que me ausente, dijo el Dr. Sheehan ¿ Será ese un elemento común entre, nosotros, los corredores?
Corría entre la nieve y posteriormente entre la lluvia, que en ocasiones se disfrazaba de copos y en otras su atuendo no era fácilmente identificable. Pero no dejó de acompañarme en todo el recorrido. Las manos protegidas por guantes técnicos, las mallas arropando las piernas, el gorro de lana cubriendo las sensibles orejas y la respiración convirtiéndose en vapor cada vez que exhalaba el aire.
Diecisiete kilómetros. En soledad. Con la única ayuda de las piernas, el corazón y los pulmones. Tras ese disfrute sabía que tendría que volver a la sociedad, a mezclarme con la gente, pero ese recuerdo me acompañaría a lo largo del día, quedando siempre la impagable posibilidad de poder repetirlo un día y otro, siempre que las lesiones respeten como están respetando últimamente. Pasa el tiempo y se lleva muchas cosas. Pero queda el correr.