Comencé a escribir Donde los hombres íntegros, hace ya mucho tiempo. Comenzaba su recorrido a buen ritmo y se detenía de pronto; y de por medio surgían otros proyectos, algunos de ellos también comenzados y otros totalmente novedosos. A Donde los hombres íntegros se le adelantaron muchos proyectos, incluido el de la novela anterior Equis quería correr, ya publicada. Soy de los que piensan que cada proyecto tiene su tempo y no hay que forzarlo. Así que no lo forcé, dejé que la novela quisiera llamar a la puerta para retomarla. Y eso lo hice no hará muchos meses, si bien ha sido el último agosto cuando he sudado la gota gorda (no solamente dicho en sentido figurado), para acabar de poner el punto y final a la reescritura, tal vez, el último día de este tórrido mes.
Realmente una novela nunca deja de escribirse. Siempre que acudas a ella -incluso cuando ya esté leída por los lectores 0 y corregida profesionalmente- habrá algo que quieras cambiar, alguna historia que quieras trastocar, algún personaje que quieras desarrollar algo más... Sin embargo, hay un momento para todo, e igual que el sol ha de dejar paso a la luna y la luna al sol, llegar el momento en el que debes de poner el punto final definitivo y olvidarte del libro escrito.
Esta novela surge en una época en la que la corrupción en España ocupaba cada día todas las portadas, si es que no sigue siendo así. Harto de leer tantos casos de corrupción, pensé en la posibilidad de escribir sobre gente que se corrompe por unas causas nobles o bien por motivos alejados de lo meramente material, que siempre me parecido terriblemente vulgar y nada original. A ello uní mi interés por la Revolución francesa. Había leído bastante sobre este periodo que, en mi opinión, cambió la forma de entender el Estado, la Política, la Justicia, la Moral y la Ética. Sabía que los revolucionarios querían ser reconocidos por su incorruptibilidad, competían por ello, pero no siempre fue así. Por tanto, unir casos de corrupción excepcionales con algo que tuviera que ver con la Revolución francesa me pareció una idea buena, así como la de crear una sociedad secreta que surgiera en los albores de esta Revolución, cuyo principal fin fuera estudiar los casos de corrupción para intentar erradicarlos. Y esa idea quería vincularla al mundo del derecho, por lo que decidí que sus principales protagonistas pertenecieran a este mundo; de hecho, Isaac Croser, el principal protagonista es un abogado aún joven que ejerce en la ciudad de Granada, porque quería, también, ubicar el hilo argumental en la ciudad donde resido, porque es una ciudad muy literaria, y que aparecieran en las novela lugares reales que conozco, tanto de la capital como de la provincia. Posteriormente, la novela fue creciendo (hasta llegar a las 108.000 palabras) y fueron apareciendo muchos más personajes principales y secundarios y muchos más lugares geográficos.
Por tanto, una vez escrita, debe reposar. En estos momentos está en poder de dos lectores 0 y cuando escrute el mercado editorial, complicadísimo, cada vez más, le buscaré un lugar para que vea la luz.