15 julio 2025

¿QUÉ HA DE OCURRIR PARA QUE SURJA UNA NOVELA DE TU CABEZA?

 


¿Qué elementos se tienen que dar para que una novela surja de tu cabeza? Supongo que cada cual tendrá su propio método, su propia fuente de inspiración, sus propias motivaciones. Se dice que existen dos tipos de escritores: los que trabajan con la técnica del mapa, es decir, aquellos que se documentan hasta el último detalle antes de escribir una línea; los que utilizan la técnica de la brújula, es decir, aquellos que comienzan a escribir en la hoja en blanco sin tener un plan demasiado preconcebido. Por supuesto que tienen una plan mínimo, una idea, un argumento en la cabeza y tan solo necesitan esa chispa de motivación e inspiración para ponerse cada día un rato a desarrollar esa historia que, de manera abstracta, no definida, tienen en la cabeza. Confieso que yo soy de los últimos. No concibo escribir de otra forma. Necesito estos elementos básicos: una idea (que puede surgir en cualquier momento del día o de la noche, incluso cuando estoy corriendo por un camino solitario), una motivación media (para muchos lo es que sus anteriores libros se lean, vayan bien, pero yo creo que la motivación debe ser más interior), una ilusión por ver cómo las palabras que van poblando la hoja en blanco van cogiendo forma. Pero hay un requisito, en mi caso, que es fundamental: divertirme con lo hago, pasarlo bien mientras escribo, como se suele decir, del tirón. Posteriormente llegarán los momentos de incertidumbre, cierta ansiedad y algo de tedio cuando haya que ponerse a reescribir, documentarse cuando haya que hacerlo, hacer fichas argumentales, elaborar perfiles de personajes, revisar, corregir, cortar, añadir... Esto ya formaría parte de la cuestión técnica que entronca con la cuestión de la edición, que es diferente a inventar, a enhebrar la historia. Por tanto mis credos para asumir la creación de una novela son para mí muy claros y son los que me han permitido publicar tres novelas y cientos de relatos.
Por ejemplo, en la actualidad estoy sumergido en varios proyectos de novela. No todos llegarán a puerto seguramente, de ahí que se trate de proyectos. Es fundamental que no me cueste nada ponerme a escribir cada día o casi cada día. Si me costara para mí sería una obligación y no un divertimento. En la actualidad, me dedico más a una novela cuya idea de la historia surgió sin buscarla y de esa idea mínima han surgido ya casi trece mil palabras. Pretendo que no sea una novela larga, pero casi nunca lo cumplo. Las dos anteriores nacieron con vocación de novelas cortas y una de ellas (La corrupción no era esto) alcanzó las 113 000 palabras y la otra, la última publicada (Mi lugar en estos mundos) llegó a las 85 000. Por ello, no quiero ser yo quien me limite a mí mismo. Prefiero que sea el ritmo de la historia quien ponga punto y final. 
   Para escribir una novela imagino mucho, pero también bebo de mi historia, de hechos que he vivido, de lugares en los que he estado (tengo memoria para eso), de cosas que me han ocurrido, de reflexiones que he madurado... Tampoco descarto introducir historias de otras personas que conozco, pero trastocando datos y hechos, por supuesto. Esa técnica, si es que se puede llamar técnica, me da muchos frutos. Por ejemplo, en la última novela el personaje principal viaja a un pueblo de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas, y me inspiro en mi propia estancia en ese pueblo, lo que me resultó agradable de esa visita y considero que dá para argumentar lo introduzco sin duda, mezclando ficción con no ficción. Hemos de considerar que para escribir con la brújula en la mano no hay que descartar nada. Por supuesto que en las novelas siempre creamos personajes con elementos nuestros, pero también de muchas más personas, cualidades que hemos querido tener y cualidades que jamás hemos deseado poseer, todo se puede mezclar en la creación de personajes. Lo importantes es que el lector imagine al personaje cuando penetre en la novela sin necesidad de que exista una detallada descripción física del mismo, técnica que jamás uso porque no me gusta ni la veo necesaria. He hablado con lectores y le he preguntado con mucho interés cómo imagina, incluso físicamente, a tal y cual personaje y cuando me lo han descrito casi siempre ha respondido a lo que he querido transmitir. Eso es muy satisfactorio. Imaginar, incluso físicamente, a un personaje depende mucho del perfil que le des, de su psicología, de sus hechos, de su forma de pensar, de proceder, de sus amistades, de sus sentimientos, etc., etc...
   Hay otro elemento que siempre se incluye en mis novelas o, tal vez, varios elementos: me gusta partir de situaciones corrientes, de personas corrientes, para que poco a poco la historia se vaya convirtiendo en algo más allá de lo ordinario. Podría ser una profunda transformación de la forma de pensar del personaje, algo que le suceda que ni en sus más delirantes sueños pudiera imaginar, algún misterio en el cual verse inmerso o algo imaginado que jamás llegar a ocurrir. En todo caso, el personaje ha de ser otro al final de la historia. Ahí conecto con la tradición más clásica del guión de película de Hollywood, ese viaje del Héroe (con mayúsculas), que tan bien describió Christopher Vogler en su imprescindible ensayo El viaje del escritor. Y, por supuesto, siempre intento trabajar el lenguaje para que surja lo más literario posible. Eso no significa utilizar palabras que haya que buscar constantemente en el diccionario para intentar impresionar al lector, nada de eso. Yo suelo trabajar con palabras vivas, usadas habitualmente, pero procuro que siempre sean lo más literarias posible, para lo cual siempre busco un sentido último de la historia, es decir, que la historia se pueda leer desde varias lecturas: una, la historia en sí, que, de alguna manera, no permita al lector dejarla a medias (no siempre se consigue eso); la otra, la historia escondida que hay en esa historia, que no siempre ven todos los lectores, aunque en conversaciones con algunos de ellos sí logran vislumbrarla la mayoría de los lectores. Otro elemento para mí fundamental son los diálogos, que deben de estar muy trabajados. Soy de la opinión que los diálogos deben de ser coherentes con la trama y que cada personaje adopte el discurso que le corresponde de acuerdo con su rol. Sé que eso no es nada fácil de conseguir, pero lo intento porque para mí es fundamental. Finalmente, me gusta, siempre que puedo y la historia me lo permite, cambiar de registro, es decir, que cada novela sea distinta, pero es irremediable que siempre aparezca el sello propio del escritor, su propio estilo, el cual advertiran quienes sean lectores habituales de mis obras. 


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