Una semana en la que las zapas han estado ausentes. Desde la tirada de 31 kilómetros del domingo, bajo un inmenso manto de agua, no he tenido más opción que dejar cuatro días huérfanos de kilómetros, algo no muy prudente de cara a la preparación de una prueba de cuarenta y dos kilómetros. Así que no hay más opción que intentar dignificar la semana kilométrica en los escasos tres días del fin de semana. El inicio no ha sido nada deslumbrantes La tarde del viernes serviría para poner el contador a cero e intentar que éste marcara al menos 25 kilómetros. Pero, finalmente, han sido 13 los marcados. Con el físico destemplado tras la jornada laboral a las tres de la tarde, no encontraba demasiadas fuerzas para rodar 25 kilómetros. Así que opté por no almorzar, para que la digestión no se convirtiera en un problema y descansar una hora. De manera que con esos apoyos, no me fue tan complicado comenzar a entrenar a las cinco y cuarto de la tarde. Serían sólo 13 kilómetros, pero imprimiendo un ritmo algo más alto serían aprovechables. Y así ha sido. Opté por el circuito de Fuente Vaqueros, que es llano, muy aconsejable para rodajes rápidos, y me encontré con fuerza desde el primer kilómetro. La media de rodaje ha sido de 4,35 el mil, que ayudarán a que las fibras sensibles no se adormezcan por mor de tiradas multikilométricas. Pero mañana será otra cosa. Creo que no he cansado en exceso las piernas, y por tanto buscaré la tirada larga. En torno a los 30 kilómetros por similar escenario. El domingo comienza el circuito de Diputación de Granada. La primera prueba será la clásica Industrial de Armilla, lugar al que he sido convocado por mi club, para entrega de dorsales. Pero también correré allí. No lo tenía previsto en absoluto, dado que la tirada de 30 kilómetros será llevada a cabo menos de veinticuatro horas antes. Así que no serán más que diez kilómetros, parte de un entrenamiento, que espero sea de dos sesiones, pudiendo ser la segunda - según fuerzas- de otros diez o doce kilómetros, por la tarde. Lógicamente el ritmo deberá ser bajo. La suma total de kilómetros, a pesar de todo, no superará los sesenta, dígitos bastante pobres para la preparación de un maratón, pero al menos entre éstos habrá una tirada larga, que es lo importante.
La semana próxima será similar a ésta. La carga de kilómetros tendrá que venir desde el viernes, algo que convierte en más complicada la preparación pre-maratoniana. No obstante, en ese empeño seguimos, y la inscripción ya está hecha.
Bueno, pues hemos vuelto. Aunque en realidad nunca nos habíamos marchado. Nada mejor que ir sellando una tortuosa semana con un regalo digital. El que ha sido depositado en mi correo electrónico por José Manuel, una persona muy particular, que un buen día tuve el honor de tener como alumno en un curso. Un ser que igual se transforma en protagonista de "El banquete" de Platón, que desaparece con su bicicleta de montaña por la más hostil naturaleza. Se trata de Arte Digital con mayúsculas. Un vídeo que ya ha sido visitado por más de cinco millones de personas en You Toube en todo el mundo. Una singularidad sin igual. Toda una exhibición de sensibilidad, belleza y sentimiento, además de una excelente muestra de arte pictórico. Si el arte es puro resiste estar fuera de los museos. Si esa afirmación es cierta, este vídeo es su personificación más excelsa. Vean: Women in Art.
Nada mejor que este extracto del comentario que envié a Las Verdes para comenzar a plantear una especie de "bitácora de Maratón", que así figurará en las etiquetas. Una bitácora que mostrará de una manera particular el cómo y el por qué de una preparación, que siempre es dura y desafía muy mucho nuestro ritmo cotidiano. Escribía "ave nocturna, aunque sin salir de mi nido" en clave metafórica - y no sólo porque el búho sea uno de mis animales preferidos, y así lo atestigua mi colección-, para excusar mi probable inasistencia al entrenamiento que se había planeado con algunos miembros del gupo de Las Verdes la mañana del domingo 25 de enero. Para mí supone una gran noticia y acontecimiento poder entrenar con mi grupo, porque es una magnífica compañía y porque el entrenamiento en común siempre es más llevadero. Pero me puede el otro lado oscuro y nocturno. Ese en el que me erijo en ave nocturna y abro un libro en el silencio de la noche o navego por Internet. Tal y como decía mi Álter Ego, Jesús Lens en su entrada que aconsejo no se pierdan, uno madruga de lunes a viernes porque no hay más remedio, pero no por elección personal. Ahora bien, no se ha de entender que no vaya conmigo madrugar. En absoluto. Es una práctica que siempre me ha satisfecho y lo he hecho durante más de dos años seguidos para acudir a carreras de competición, por poner un sólo ejemplo, y lo seguiré haciendo. Pero ocurre que el otro lado, el oscuro, es el que realmente me satisface. Cenar, ver una buena película y cuando ya todo se queda en silencio, abrir un buen libro, servirme una copa, comenzar una tableta de chocolate negro o unos bombones y disfrutar de lo lindo (el ritual del ave nocturna en su nido). Y pasar páginas del libro o rastrear páginas web o disfrutar de buena música con los auriculares bien instalados. Y en ocasiones, ver levemente en el horizonte la nueva luz que llega. Y eso, es incompatible con correr muy temprano, porque para entonces el cuerpo no habrá descansado lo suficiente y más que correr uno aullará por los caminos. Y porque queda todo el día. Resulta que ahora en invierno, aunque los días sean cortos, la temperatura siempre acompaña, de manera que es factible salir a correr a cualquier hora. Por tanto, descansado el cuerpo, celebrado el desayuno (porque para mí también es celebración) y transcurriendo todo relajado, un comienza a rebuscar en el armario de la ropa técnica para comenzar otra celebración, otro ritual: los prolegómenos del correr. Así que así transcurrió esta mañana de domingo, en el día que escribo esto. Sobre las 13 horas comenzaron esos ritos, preparé la mochila de hidratación, el gel, las pastillas de glucosa, los guantes, el gorro, y todo lo necesario para afrontar dos horas y media de trote. Treinta podrían ser los kilómetros que haría hoy. La ruta: Pantano del Cubillas- Caparacena- Pinos Puente- Búcor- Cortijo de Enmedio y vuelta al lugar de partida. El ritmo: sobre los cinco minutos el kilómetro. Un recorrido duro, rocoso, el típico que apenas te deja "llanear", porque cada pocos kilómetros aparece alguna rampa, por lo general no muy dura, pero que muestra la oposición de las piernas, el corazón y los pulmones, principalmente a medida que se acumulan los kilómetros. Y todo ello acompañado de una más que persistente lluvia, que jugueteaba en mi rostro, mezclándose con el sudor. No recuerdo apenas diez minutos de ruta en el que no haya llovido una gota.
Finalmente, la llegada al Cortijo de Enmedio la detuve en 1 hora y 8 minutos, por lo que me pareció adecuado avanzar algo más, hasta detener el kilómetro en 1, 15 minutos que con tiempo similar en la vuelta se convertiría en 2 horas y 30 minutos, aproximádamente. Por tanto, los kilómetros han podido estar entre 31 y 32 perfectamente, a espera de utilizar Geoogle Earth para hacer la pertinente medición aproximada. Cuando vas a hacer una maratón necesitas hacer kilómetros. Eso es lo verdaderamente importante para acabar con ciertas garantías. Ahora bien, si el interés no está solamente en acabar, sino en hacerlo con el mejor tiempo posible, procederán las series, los cambios de ritmos y otros elementos que aseguren la calidad. En mi caso, ese segundo factor no tiene apenas importancia. En Madrid, en 2007, acabé en 3 horas y 39 minutos, pero acabé, que era la intención desde el primer momento. He de reconocer que el tiempo fue mucho mejor que al que en teoría aspiraba ya que los entrenamientos fueron concienzudos y duros, pero no lo suficientes, quizá, para hacer menos de 4 horas. Sin embargo, ya llevaba varias medias maratones a mis espaldas y bastante competición, y eso posibilitó que pudiera detener el cronómetro 41 minutos antes del tiempo previsto. Ahora en Sevilla, salvo imponderables de última hora, no espero hacer más tiempo. En primer lugar, porque el terreno de Sevilla no es el de Madrid; y en segundo lugar, porque creo que estoy haciendo más y más largas tiradas y no estoy en mal momento de forma. Pero hay que seguir trabajando. Y mucho.
La semana acabó con un total de 76 a 78 kilómetros, una cifra no espectacular para preparar la distancia de Filípides. Si el pasado lunes, adaptando el día a la tirada de 25 kilómetros, el cuerpo acabó "entero" y la resistencia aeróbica en perfectas condiciones, he de decir que en la superior tirada de hoy, por una ruta mucho más complicada que la de la Vega, a nivel aeróbico no ha habido problema alguno, e incluso he afrontado la última rampa de la residencia geriátrica "Entrealamos" con cierta facilidad, pero he de decir que las piernas han acabado muy tocadas, principalmente la zona en la que conviven sóleos, gemelos y algo más abajo el talón de Aquiles. En ambas piernas. A partir del kilómetro 23 o 24 bajar cualquier pequeño desnivel se ha convertido en un calvario, pero nada parecía indicar que estuviera fraguándose una lesión. Simplemente que la carga de kilómetros y la dureza del terreno han deteriorado esta zona muscular. Sin embargo, si subía alguna rampa el dolor desaparecía casi por completo, ya que en estas circunstancias trabajan mucho más los isquiotibiales. Por tanto, cuando llegaba al punto final del recorrido, esa ha sido mi mayor inquietud, al pensar que en Sevilla aún tendría que correr entre 11 y 12 kilómetros más, y seguramente el dolor iría a más. No tendré más remedio que trabajar con gomas y estiramientos persistentes esas zonas musculares. A día de hoy, faltando ya menos de un mes para la prueba, sé que no tendré problemas aeróbicos para acabar a un ritmo en torno a los 5 minutos el kilómetro, y me conformo con ello. No ambiciono "meter" series en estas cuatro semanas para bajar algunos segundos el kilómetro porque podría encontrarme con otros problemas más imperdonables: los musculares.
La semana que mañana comienza será complicada. Pocos días habrá para correr grandes tiradas. Mañana recuperaré con no más de diez o doce kilómetros, pero ya nada podré hacer hasta el viernes. El fin de semana será clave para ampliar el volumen kilométrico, contando que, además, está la Media Maratón de Almería, en la que podré poner "fino" el organismo, dado que será mayor la velocidad en los 21 kilómetros, pero no será una ocasión para hacer mucho volumen kilométrico. De manera que el viernes se convertirá en el día de la tirada larga, sacrificando almuerzo y demás circunstancias que vengan con la vocación de dispersar el obligado entrenamiento.
Permitidme que este miércoles de poesía, para mí la más idónea hoy sea creer que el mundo puede cambiar. No voy a valorar en absoluto lo que ya muchos medios de comunicación están ya valorando: que EEUU se convierta de la noche a la mañana en nuestro guía espiritual. Nunca lo ha sido y nunca lo será. No debemos creer que una sóla persona, aunque sea Presidente del país más poderoso del mundo, e incluso, estando provisto de una buena dosis de bondad, pueda cambiar las cosas. Las cosas son como son porque así se han diseñado desde mucho tiempo atrás. Estados Unidos es un país que se debe a sus criaturas, creadas por él mismo, estando estas criaturas muy determinadas. Un país que necesita controlar el mundo para que siga existiendo su "status"; que necesita del dinero y del consumo, porque es la esencia de su sociedad; que necesita sus grandes corporaciones económicas porque son las que les abren las puertas económicas en el exterior; que necesita todos esos elementos que han ido conformando a este gigante. Ahora bien, dentro de ese esquema, Obama puede aportar cierta humanidad. Pero no porque sea un político más humano, no. Se trata de un político, que ha llegado a lo más alto, seguramente porque tiene algunos cadáveres en su armario. Con esto no estoy desprestigiando a quien creo que podría ser la persona idónea para liderar un cambio en el mundo. Pero si lo hace lo hará por otros motivos y circunstancias, que son las que realmente valoro: su procedencia, su raza, su formación. Un político y una persona diametralmente opuesta a Bush y su cuadrilla. La oveja negra de la clase que estudia y saca mejores notas que el resto. El patito feo que seduce e ilusiona. Esos elementos podrían ser más que suficientes. Y, además, porque necesariamente deben de producirse grandes cambios, sobre todo a nivel de mentalidad - si no se han producido ya-, si valoramos en su justa esencia que quien apenas hace 200 años podría pasar por ser el esclavo de la plantación de algodón más siniestra, hoy es el Presidente de todos los norteamericanos, y en parte de todos nosotros. Y todo sin olvidar un dato muy importante: el hecho de que sea hijo de madre blanca y padre negro, algo que representa y simboliza perfectamente al nuevo ciudadano americano. Insisto que para mí, hoy miércoles, no hay mejor poema.
Contamos con un nuevo Proyecto Florens. Una nueva y excelente contribución a este proyecto que mezcla el deporte, la vida, la sociedad y la empresa. Un proyecto debido a la pluma de mi otro par del proyecto, mi querido amigo Jesús Lens, que ha acertado de pleno con este artículo relacionado con la actitud de la estrella del Sevilla Kanouté. Un gesto que le costó una multa, pero que fue un humano gesto, debido a un tipo que se aleja muy mucho del comportamiento frívolo y mediático de un ejército de cabezas huecas, que no se avergüenzan de no haber leído un libro y acaban estrellándose con su Porsche de 150.000 €. Tiene que haber de todo en el mundo del fútbol, pero sí he de elegir siempre me quedaré con la visión del mundo del futbolista francés.
Apellidado Larsson. Hace pocos meses no conocíamos a este sueco ya fallecido, que en sus ratos libres escribía de forma anónima una excelente trilogía, Millennium, que está suponiendo un fenómeno de dimensiones universales, pero la gran pregunta es ¿qué ofrece la literatura de Stieg Larsson, que tanto engancha? Obviamente, a punto de acabar su primera entrega y aguardando en los anaqueles la segunda -la tercera aún no está publicada en España-, no destrozaré las expectativas de futuros lectores. Pero sí comentaré mis impresiones. Y éstas son gratas con respecto al libro que a punto estoy de acabar. Se trata de una lectura fácil -no confundir con una trama fácil-. Es decir, Larsson no ha necesitado de grandes barroquismos lingüísticos para contar una historia -que son muchas- fascinante. Estamos ante novela negra, por tanto, debemos siempre tener presente qué tipo de género estamos leyendo. En una dedicatoria que escribí sobre este libro, que regalé a un familiar, le venía a decir, aproximádamente, que Suecia pasaba por ser una sociedad casi perfecta, pero que con la lectura de este libro descubrirá que no lo es tanto. Y como en ese mítico programa he de decir que hasta ahí puedo escribir, en este caso. Antes de comenzar la lectura de "Los hombres que no amaban a las mujeres," había leído lo dicho por un crítico. Éste se preguntaba algo así: ¿qué tiene este libro que nos hacer ver el amanecer? Y es cierto. Ya me ha pasado en un par de madrugadas. Su lectura empapa, subyuga, comprime, alienta..., tanto que he decidido dejar aparcado otro buen puñado de libros, algunos, incluso, ya comenzados. Ya decía que su lectura es ágil y fácil, algo meritorio para una novela, pero que no es precisamente el género que habría que dar a leer al público juvenil. Porque existe desgarro, violencia, grandes interrogantes humanos, aunque también humanidad. Por supuesto, es un libro que recomiendo.
Ahora que atravesamos un momento polémico por mor del pollo que seha liado en torno al caso "Mariluz", y la huelga "ilegal" que quieren llevar a cabo, es un buen momento para hablar de los jueces. Y en qué boca mejor que en la del poeta más irónico, satírico, el de lengua más viperina y pluma más afilada de las letras hispanas, figura insigne y polémica del Siglo de Oro español. Por supuesto, me estoy refiriendo a nuestro gran Quevedo. D. Francisco de Quevedo y Villegas, que, en su línea pendenciera escribió un poema " Contra un juez". Hete aquí:
Este letrado de resina y pez, que en tiempo de Moisés fue Faraón, no sólo siendo juez tuvo pasión, más siendo la Pasión, él fue su Juez.
Oyó cuerno en el Prado y Aranjuez; graduóse después de carnerón; como del fuego huye del lechón, ni a San Antón encuentra alguna vez.
Es caballero de Avirón y Atán, hijo de un vizcaíno de Belén que, por lo perro, descendió de Can.
De la carda me dicen que es también, y el apellido de Cardón le dan los que en la Cruz cardaron nuestro bien.
En la anterior entrada dejamos a X en una situación muy embarazosa: se celebraba la boda del querido sobrino de Conchí y el quería debutar en competición el domingo por la mañana. La cuestión se tornaba complicada. Pero finalmente tomó una determinación.
La anterior entrega acababa así:
" X miró a su alrededor y no atisbó al frutero, muy amigo de la familia. Aquel individuo había sido, en opinión de Conchi, el que había creado todo el conflicto, una especie de alcahuete que había logrado que el correr sedujera a su X. Y para colmo su amigo frutero había tenido toda la sangre fría necesaria para no acudir a la boda, excusando cualquier cosa. Sabía que a estas horas ya se encontraba durmiendo, descansando para intentar mañana en la carrera de 13 kilómetros correr por debajo de los 4 minutos y 10 segundos el mil. Qué envidia. Tan evidente era la imagen de sus pensamientos en su rostro que Conchi soltó un fuerte suspiro y se levantó enfadada de la mesa, justo en el momento en el que Luís lo arrastraba literalmente a la barra, mientras comenzaba a tronar una abominable pachanga de canciones populares. La suerte ya estaba echada. Ahora ya daría igual que se quedara o que optara por marcharse. Así que, decididamente se marchó asumiendo todas las consecuencias. ¿Tan fuerte era su determinación?"
SContinuamos con una nueva historia de X denominada: La turbación de X, dentro de nuestro Proyecto Florens, que ya sabéis está hecho a cuatro manos, entre mi querido Alter y quien esto suscribe. Veamos.
X salió aturdido de la boda. Confundido, casi asustado. Pero la realidad es que no había marcha atrás. La suerte ya estaba echada y su determinación, sí, era muy determinante. Acostumbrado a no tomar decisiones importantes en su vida, aquella determinación le asustó y asistió a toda una procesión de hormigas sitiando su estómago a la vez que experimentaba una sensación de perder el sentido de la realidad. Sabía que toda su vida anterior podía hacerse añicos a partir de ese momento. Entonces fue cuando percibió una debilidad en sus piernas que casi le hace perder la verticalidad. Sin duda, era mucha su angustia y preocupación.
Miró su reloj y comprobó que aún no era tarde. Con suerte podría dormir todavía seis horas, no demasiadas, pero sí las suficientes para descansar o al menos no caer en la tentación de ingerir líquido alguno antes de la carrera. Ésta se celebraba a las diez de la mañana, pero su amigo el frutero le había insistido que tuviera el coche aparcado no más tarde de las nueve; que calentara con tranquilidad; que se cambiara de zapatillas, de pantalón, de camiseta; que recogiera el dorsal con tiempo, en fin, todos esos ritos iniciáticos que llevan a cabo los corredores como si de un ritual masónico se tratara.
Mientras atravesaba calles y plazas en dirección a su casa, comprobaba que la noche era fría y que la quietud en el pueblo era total. Pero sabía que esa quietud iba a ser efímera, que lo peor estaba por venir. No en vano había obrado de una manera extraña e incomprensible a juicio de los demás. Y sabía que tendría enfrente a Conchi, que no cedería ni un ápice en su postura contraria a que él se dedicara a correr. Incluso se encontraría con el probable desdén de Luís, su mejor amigo, pero éste, como suele ocurrir en las relaciones de amistad, sería mucho más condescendiente, porque en la amistad existe una menor dosis de egoísmo y una comprensión más sincera, sencillamente porque no habita en la relación el apasionamiento. Por su parte, encontraría diversos problemas con familia propia y política, además del enorme disgusto del sobrino predilecto de su esposa, del cual ni siquiera se despidió, algo que seguramente no perdonaría ningún miembro del clan. Con toda esa onerosidad encima no estaba seguro que pudiera pegar ojo. Sinceramente, tenía miedo y se encontraba angustiado. Presa de sus incisivos pensamientos anduvo mecánicamente por buena parte del pueblo. Reparó que no se estaba dirigiendo linealmente hacia su domicilio, pero la noche era clara y la luna parecía confraternizar con su desazón. Andando aturdido, de manera improvisada, fue como comprobó de pronto que se encontraba al borde del camino por el que realizaba sus entrenamientos casi a diario y le impresionó que la luna llena en ese momento alumbrara generosamente. Mientras tanto, las acequias animadas por la luz clara lunera brillaban como bandejas de plata y los árboles que presidían los márgenes del suave camino adquirían una forma misteriosa, pero al mismo tiempo familiar. Probablemente X estaba perdiendo el juicio, pero se aflojó la corbata y comenzó a trotar. Inmediatamente sus ojos comenzaron a humedecerse, pero no sabía si esas lágrimas eran del rocío de la noche o de felicidad. Era algo que en absoluto le importaba en ese momento, ya que tan sólo sabía que se sentía inmensamente feliz trotando en la soledad de la noche, por su camino predilecto de entrenamiento y observando al fondo la silueta de su pueblo. Admitió que a medida que se acercara a esa silueta sus problemas irían en aumento, que la incomprensión por parte de sus seres queridos sería irrebatible, pero a aquella hora, en la soledad de la noche, en mitad del campo, trotando y teniendo como acompañantes la luna, las acequias, el camino y los árboles había descubierto por primera vez en su vida lo que era la verdadera felicidad. Entonces fue cuando descubrió que la humedad de sus ojos no era atribuible en absoluto al frío.
No conocía el devenir del día siguiente, ni del siguiente al siguiente, ni de losdías venideros, pero en aquel momento nada le importaba. Sólo quería disfrutar aquel instante que no quería cambiar por nada del mundo.
Excitado, animoso, renovado, se fue a dormir. Esa noche soñó que corría por el filo de la luna llena y su sueño fue más reparador que nunca.
Cuando despertó, el cielo apenas emitía una tenue luz y comprobó que su lado derecho de la cama no estaba desechó. Supuso que la boda se había alargado o, tal vez, su esposa, afectada por su plantón la noche anterior había optado por dormir en casa de alguna amiga o tal vez en la de sus padres. No le dio mayor importancia a este hecho.
Advertía que se encontraba descansado y optimista. Se dirigió a la nevera e ingirió un buen trago de zumo de naranja e inmediatamente activó la cafetera de café expreso, al tiempo que cortaba dos rebanadas de pan para tostarlo. Mientras tanto se dispuso a buscar la equipación con la que correría su primera carrera de competición.
En realidad no sabía bien que ponerse. El frutero le había aconsejado que comprara un pantalón de competición y una camiseta de tirantes, propia para carreras y así lo hizo, pero no estaba muy seguro que le favoreciera esa equipación. Sinceramente, no se veía con ella. El pantalón le parecía ridículamente corto, evidenciando sus aún pocos afilados isquiotibiales y la camiseta le magnificaba en exceso el pectoral, todavía no adaptado a la linealidad que otorga el correr intenso, así que desistió de esta equipación técnica, la cual probablemente iría mejor cuando contara con algo menos de peso. Así que optó por enfundarse una pantaloneta Adidas y una camiseta técnica Mizuno que había comprado unos días antes para entrenar.
Así que tomado el café, la tostada con aceite y miel y preparada la bolsa se dispuso a buscar el coche y dirigirse al lugar de la carrera, un pueblo cercano que siempre había destacado en cuanto a instalaciones deportivas de entre los pueblos de la zona.
No podía evitar sentirse nervioso y excitado, pero al mismo tiempo repleto de ilusión, y con esos sentimientos encontrados dejó atrás su calle para adentrarse en la larga avenida que le sacaría del barrio. No obstante, en la esquina de la avenida comprobó de súbito que su corazón casi se dispara al encontrarse casi de frente con un numeroso grupo de personas que zigzagueantes ya subían a la acera ya bajaban a la calzada, mientras despedían estridentes risas y gritos. Su primera intención fue frenar y dar la vuelta, pero ya era demasiado tarde. Los trasnochados ojos de esas personas –un grupo de cinco- se posaron en los suyos y no pudo evitar sostener la mirada de Conchi y Luís, que despedían inhóspitos aires de desaprobación. Unos días antes, en el encuentro que tuvo con los asistentes a la despedida de soltero había tenido más suerte, pero en esta ocasión no pudo evitar el contacto. No mediaron palabra. Conchi y Luís bajaron la cabeza, gesto este que bien podría significar ignorancia o desden, que a fin de cuentas son igual de letales. Pero fueron estas circunstancias las que confirieron más fuerza a X: ¿Por qué unas personas que vienen de madrugada de una boda, probablemente pedos perdidos han de reprobar a una persona que madruga para ir a correr? Por tanto, haciéndose esta determinante pregunta ya podía emitir su veredicto: lucharía por llevar a cabo su firme determinación. Costara lo que costara.
Hoy me apetece hablar de correr. Porque he corrido entre la nieve, y entre la lluvia, y con cero grados en el termómetro. Cuando mantenía "Diario de un corredor", las circunstancias del blog hacían que escribiera sobre el correr y su mundo la mayoría de las veces. Para mí era fácil. Simplemente corría y después expresaba lo que experimentaba en el blog. Unas veces con más acierto y otras con menos. Pero lo importante era poder escribir y hacerlo sobre uno de los asuntos que más tiempo ocupaba -y ocupa- en mi vida. Pero suprimí aquel blog porque quería contar otras cosas, si bien no quise desengancharme por completo de escribir sobre el correr y las sensaciones que esta actividad reporta. Valoré la posibilidad de incluir algunas entradas al estilo de las que incluía en "Diario...", e incluso os consulté a través de una encuesta, cuyo resultado fue favorable a escribir de vez en cuando sobre correr. Y es que, sinceramente, me agrada hacerlo de cuando en cuando. Porque forma parte de mi vida. Como los libros, el cine, el escribir...Y es que resulta que hoy ha sido uno de los días en los que apetece escribir sobre correr. Comenzó a nevar en Granada. No de manera violenta, pero sí era posible apreciar con nitidez la voluptuosidad de la nieve cayendo despacio sobre las aceras y los árboles. Ya tenía programado ir a correr, antes del almuerzo, buscando aún la luz del día, evitando, en definitiva, la comida del mediodía para que ésta no dificultara el entrenamiento. Un tentempié suave y a los caminos. La naturaleza, siempre tan caprichosa quiso que a la hora en la que me disponía a comenzar mi entrenamiento, entre el Pantano del Cubillas y Pinos Puente, estuviera nevando. Al principio no era perceptible y era factible afirmar que, incluso, sólo fuera lluvia. Pero enseguida el agua se tornó nieve y los copos se iban quedando en las recién estrenadas mallas largas Asics. Subía la dura cuesta de la Urbanización de Los Cortijos, en dirección a Caparacena y la nieve no dejaba de rebotar en mi cara. Iba bien abrigado, pero la nieve siempre encontraba rincones del cuerpo por los que penetrar. Sencillamente era delicioso. Uno cuando corre no se siente nada importante de cara al exterior. Corremos porque nos place y porque nos sentimos bien, pero esta tarde mientras subía esa empinada cuesta, sabiendo que tenía por delante dieciséis kilómetros me sentía todo lo importante que es posible sentirse cuando se hacen cosas "contra natura". A esa hora y con ese tiempo, es fácil imaginarse a la mayoría de la gente, arropada junto al televisor o leyendo un buen libro, o al menos eso es lo que creía adivinar en los rostros de los conductores que se cruzaban conmigo. Insisto que en esos momentos no existían sentimientos especiales por llevar a cabo una actividad más dura o con más arrojo, sencillamente disfrutaba de estar haciendo algo distinto, a título individual. Y es que, como le comentaba a Mati por la noche, hay tan pocas cosas que me gusten de la sociedad, que cada vez disfruto más corriendo. Buscar un rincón lejano, silencioso, no demasiado transitado y patearlo es de lo que más me place. dejad que me ausente, dijo el Dr. Sheehan ¿ Será ese un elemento común entre, nosotros, los corredores? Corría entre la nieve y posteriormente entre la lluvia, que en ocasiones se disfrazaba de copos y en otras su atuendo no era fácilmente identificable. Pero no dejó de acompañarme en todo el recorrido. Las manos protegidas por guantes técnicos, las mallas arropando las piernas, el gorro de lana cubriendo las sensibles orejas y la respiración convirtiéndose en vapor cada vez que exhalaba el aire. Diecisiete kilómetros. En soledad. Con la única ayuda de las piernas, el corazón y los pulmones. Tras ese disfrute sabía que tendría que volver a la sociedad, a mezclarme con la gente, pero ese recuerdo me acompañaría a lo largo del día, quedando siempre la impagable posibilidad de poder repetirlo un día y otro, siempre que las lesiones respeten como están respetando últimamente. Pasa el tiempo y se lleva muchas cosas. Pero queda el correr.
Ocurren muchas cosas en un año. Bastaría con analizar brevemente el año ido para confundirnos en fechas y sucesos. Curiosamente muchas de las cosas que nos han ocurrido en los últimos trescientos sesenta y cinco días parecen lejanas; en cambio otras parecen muy cercanas. Existe para casi todos nosotros hechos ordinarios y comunes, asuntos que normalmente están relacionados con el trabajo, estudios o el ritmo de cada día. Pero también existen muchos sucesos extraordinarios, que no deberían pasar, en absoluto, inadvertidos. Un año puede ser el resumen de los intereses que tenga cada persona. Podría ser la suma de libros leídos, películas vistas, música escuchada, páginas escritas, kilómetros hechos. Incluso, el año en el que cambiamos de vivienda, de coche o de pareja. Un año, ya digo, da para mucho. Desde hace tiempo no creo en los propósitos para el próximo año. Me he cansado de escuchar a gente que juraba y perjuraba que con el nuevo año dejaría de fumar, y sin embargo, enfrascados en un cotillón o fiesta familiar lo primera que hacían nada más sonar las campanadas, nada más comenzado el año, era fumar compulsivamente. O personas que prometían correr tres veces por semana nada más comenzara el nuevo año, pero se ha presentado la primavera y los ha sorprendido con más michelines y ningún kilómetro en sus piernas. Decididamente, no creo en los propósitos de año nuevo, considero que son muletillas, autoengaños perfectos para asegurarse que nunca se comenzará nada. Los que creemos en los propósitos verdaderos sabemos que no es necesario que comience un nuevo año para hacer lo que queremos hacer.Por tanto, lo importante es contar con propósitos y no dejarlos en cuarentena para que comiencen en una fecha culturalmente simbólica. Algunos no saldrán y otros sí, pero ninguno arranca el 1 de enero, eso seguro. Un año da para mucho, aprovechémoslo.
OS DESEO UN BUEN AÑO PARA TODOS LOS AMIGOS-AS QUE LEÉIS ESTE BLOG.