Bueno amigos, ya tenía ganas de incluir en este nuevo blog una entrada del Proyecto Florens, que como sabéis los más antiguos del lugar es un proyecto a cuatro manos con mi buen amigo Jesús Lens y que compartimos a través de nuestras dos bitácoras.
También los más antiguos del lugar, os acordaréis de X. Aquel tipo que sin nada que ver con el mundo del correr, totalmente alejado de hábito deportivo alguno, aficionado a los bares y nada dado a llevar una vida sana, un buen día, influido por el frutero del barrio, decide correr. Claro, toda esa metamorfosis produce un cambio, además de en él, en su vida, como pudimos comprobar en su X quería correr que publiqué en el fenecido Diario de un Corredor, y que podéis consultar para refrescar la memoria, o sencillamente si jamás llegasteis a leerlo.
Ahora os dejo con esta nueva entrega del Proyecto Florens, que consisten en nuevas peripecias en el arriesgado camino de nuestro X hacia la búsqueda de la idoneidad atlética.
LA PRIMERA CARRERA DE X
(o X tiene un problema)
Cuando llegó a casa tras hacer por primera vez 15 kilómetros de manera ininterrumpida no podía afirmar si estaba pletórico de felicidad o si por el contrario su debilidad le producía alucinaciones. Sin capacidad para resolver esa duda, y por si la solución se hacia esperar, casi instintivamente abrió la nevera y seleccionó la cerveza más fría. Curiosamente la mejor opción al tacto consistió en una sugestiva Voll-Damm, doble malta, su preferida, que se encontraba junto a una estimulante 1925, que comenzaba ya a mostrar síntomas helados a tenor del envolvente vapor frío que suele adherirse a su vidrio verde y envejecido. Tomó un sorbo largo e inmediatamente sintió un sudor frío, acompañado de una ligera sensación de flaqueza en sus piernas. Intentó restar importancia a esos síntomas y se sentó ante el reciente ordenador que había comprado, principalmente para poder conectarse a Internet y visitar páginas relacionadas con el correr y blogs de corredores. Pero se sintió mal nada más sentarse. Conchi, que seguía sin asumir que X se dedicara a perder el tiempo de aquella manera, primero corriendo y posteriormente sentándose ante el ordenador horas y horas, que además había costado una pasta, sufría -según sus propias palabras- directamente todo aquel radical cambio de vida que había experimentado su esposo desde que comenzó a correr, hasta el punto de percibir que se estaba desorientando el aparentemente estable y tácito equilibrio que existía entre ellos antes de iniciar X su nueva vida. Estaba realmente desesperada y se sentía francamente desgraciada por ser víctima de bromas y sarcasmos de familia y amigos. Y todo por aquel incomprensible capricho de su X. No podía evitar pensar que lo había perdido. Para siempre. Mientras pensaba en ello, comprobó cómo pasó su esposo raudo por el pasillo en dirección al cuarto de baño. X, lógicamente, intentó no quejarse de nada que pudiera perturbar aún más las opacas entendederas de su esposa que, curiosamente, apenas se enfadaba cuando llegaba a casa pedo perdido, a altas horas, del bar de Camilo, en compañía de sus amigotes, es más, aquellas situaciones le hacían una gracia infinita y lo comentaba con sorna, asomándole cierto orgullo de satisfacción cuando se lo contaba a sus amigas a la mañana siguiente mientras tomaban café y fumaban un cigarro. Añoraba aquella época, cuando X aún era normal. Sin embargo, desde que corría le arrebataba siempre un monumental enfado. Hábito incomprensible de todo punto ya que su esposo además había dejado 10 kilos y todo el mundo –incluida su madre, mujer de amplias proporciones- sostenía que parecía mucho más joven, y eso no podía significar otra cosa que un asunto de faldas. Mientras, X sabía que su mujer se había convertido en su mayor enemiga. Mucho más que Luís, su mejor amigo, que reticente como un burro, probablemente pudiendo más la gratitud y la amistad, había llegado a admitir que X le acompañara al bar de Camilo, aunque no probara ni un solo combinado, y se conformara tan sólo con aquélla cerveza de cristal verde, que casi costaba como el cubata. Sólo cerveza. Luís, salía como siempre pedo perdido, aferrado a sus cuitas, aullando sus frustraciones, apoyándose en el ya delgado hombro de X, y todo el mundo tan contento. Lo de siempre. Es lo que siempre habían hecho, si bien en el pasado el apoyo tenía que ser mutuo para que se compensara la pérdida de la verticalidad de ambos. Esa había sido su adolescencia en el pueblo y de esos materiales se había configurado la amistad entre ambos, una amistad sincera, pensaba X, pero que ahora se ponía a prueba, de manera definitiva.
X intuía que su existencia le cambiaría enormemente cuando se dedicara a correr de manera regular. Sabía que sus hábitos de toda la vida eran totalmente incompatibles con su nueva actividad. Que su entorno familiar, sus amistades, se resentirían de manera extraordinaria y que en ese camino arduo y espinoso, muchas de las cuestiones que se habían convertido en sólidas murallas de convicción, se derrumbarían como naipes en cuanto se calzara las zapas. Intentaría hasta que fuera posible simultanear algunos de los hábitos antiguos, pero pronto descubriría que serían muy pocos los compatibles. Tarde o temprano habría que asumirlo. Pero era esa su decisión. Probablemente la primera que por sí mismo había tomado en su vida.
De hecho, su primera carrera, sería el siguiente domingo. Una carrera de 13 kilómetros, ante la que se mantenía nervioso e ilusionado como un chiquillo. Una carrera que le había anunciado su mentor en materia atlética, su amigo el frutero, aquel tipo saludable y enjuto que le servía la fruta y siempre mantenía una sonrisa en su rostro. Pero X sabía que aquella carrera sería decisiva en muchos aspectos. Podía ser el comienzo de una nueva vida, al tiempo que, probablemente, el final de otra. Resulta que el día anterior, sábado, se celebraba la boda de Dieguito, el sobrino adorado de su mujer.
Desde hacía varias semanas toda la familia y los amigos, estaban calentando el ambiente: la cena que se iban a dar, las copas que se iban a tomar. Pero, claro, no había que culparles: es lo que habían hecho juntos toda la vida, con él a la cabeza. En todo caso, el culpable único era X. Él era el que realmente había elegido un camino distinto. Los demás, dentro de su error, eran totalmente coherentes con su vida, con su pasado, con su presente y con su futuro. Nada había que objetar en su comportamiento. En todo caso el que había cambiado la trayectoria no era otro que X. Él era el intruso.
Había logrado escabullirse de la grandilocuente despedida de soltero la semana anterior, excusando su asistencia por un fingido catarro, excusa que pudo arruinar amistad y familia, toda vez que cuando salía a entrenar el domingo a las 8 de la mañana, casi se cruza con los invitados de la despedida, que venían canturreando soeces coplillas incomprensibles. Pero aquella boda podía ser para X todo un drama, y lo que es peor: no sabía como evitarlo. Llegado el ágape, intentó guardar las formas, buscando la manera de irse justificadamente a la cama a una hora prudencial, que coincidía plenamente con la hora en la que los amigotes y la familia comenzaban a descorchar champán como aperitivo previo a las copas en la barra de la discoteca al aire libre del restaurante.
Conchi estuvo durante todo el tiempo escoltando literalmente a X, advirtiéndole mientras le pellizcaba en la cintura que no se le ocurriera irse, que era la boda de su sobrino predilecto, no vayas a lucirte como vienes haciendo últimamente.
X miró a su alrededor y no atisbó al frutero, muy amigo de la familia. Aquel individuo había sido, en opinión de Conchi, el que había creado todo el conflicto, una especie de alcahuete que había logrado que el correr sedujera a su X. Y para colmo su amigo frutero había tenido toda la sangre fría necesaria para no acudir a la boda, excusando cualquier cosa. Sabía que a estas horas ya se encontraba durmiendo, descansando para intentar mañana en la carrera de 13 kilómetros correr por debajo de los 4 minutos y 10 segundos el mil. Qué envidia. Tan evidente era la imagen de sus pensamientos en su rostro que Conchi soltó un fuerte suspiro y se levantó enfadada de la mesa, justo en el momento en el que Luís lo arrastraba literalmente a la barra, mientras comenzaba a tronar una abominable pachanga de canciones populares. La suerte ya estaba echada. Ahora ya daría igual que se quedara o que optara por marcharse. Así que, decididamente se marchó asumiendo todas las consecuencias. ¿Tan fuerte era su determinación?