Mientras escribo estas palabras -no se le puede denominar ni tan siquiera crónica- alterno las teclas con el WC. Casi lo mismo que ayer, jornada en la que pase la mayor parte del tiempo en ese lugar íntimo que nuestros antepasados denominaban 'sanitarios', porque debían pensar que eran artilugios para mejorar la salud. Razón no le faltaban ahora que lo pienso y ahora que lo experimento.
De la jornada de ayer, tan sólo recuerdo el paso del tiempo en ese lugar. A veces leyendo a Murakami; otras navegando en el Ipad; e incluso, creo recordar, que leyendo algo de historia sobre la conquista española en lo que se vino en llamar el nuevo mundo. Por suerte, al final ya de la tarde, pude hacer unos cuantos abdominales -siempre los hago antes de una carrera- comprobando que no me sentaron nada bien.
Por la noche, mientras veía la original película británica 'Tamara Drewe' el hambre no afloraba. Había planeado comer algo de hidratos -apenas había comido en todo el día- porque aún no siendo una carrera larga sí exigía esfuerzo añadido, pero eran las doce de la noche y el hambre no afloraba. Es más, lo poco que digerí -algo de jamón, que no son hidratos- convirtió de nuevo el estómago en un torbellino de pesadez. Así debió sentirse el lobo del cuento de 'Caperucita', pensé. Para solucionarlo organicé la enésima visita el WC, pero a esas alturas se había convertido más en un hábito que una necesidad real.
Ha debido ser una colitis o como quiera que se llame esa bacteria, algo de lo que se ocupó de recordarme la breve tostada con aceite y el café que tomé -como siempre- una hora y media antes de la carrera. Pero aún así, me dirigí a las instalaciones militares del acuartelamiento Cervantes sin percibir a priori demasiada debilidad para correr la prueba de 'Las Dos Colinas'. Ésta la comencé a percibir a mitad de la subida de la Cuesta de Gomérez. No soy un especialista en cuestas por mi envergadura. Para eso habría que pesar menos de 70 Kgr. y tener diez centímetros menos. Mi peso es de los denominados medios, pero aún así en los últimos años y gracias a las pruebas en cuesta que he corrido, no se me da demasiado mal ese terreno. Me canso como todo el mundo, pero en mi interior sé diferenciar cansancio de debilidad. Hoy era debilidad.
Una debilidad que fue en aumento por las callejuelas del Albayzín. De hecho, un poco antes, aún no había podido recuperar en la zona del Sacromonte, a pesar de que era un terreno propicio. Fue en ese momento cuando sabía que debía bajar el ritmo -ya de por sí no demasiado alegre- si quería llegar entero a las últimas rampas.
Justo en este lugar pensé en abandonar (Foto de Google Earth) |
Pero no llegué entero. Es más, a la altura del mirador de S. Nicolás, pensé en retirarme. Calculé brevemente el recorrido que tendría que hacer en solitario y andando hasta la parada más próxima de autobús, para el que no llevaba un céntimo. Optaría por un taxi y le pagaría cuando llegara al lugar en el que estaba aparcada mi Kymco Super Dink. Cogería el taxi en el mismo Albayzín...Dediqué unos minutos a valorar todos esos aspectos y lo descarté. Descarté retirarme. Sabía que ya había pocas rampas porque el terreno que quedaba ya era casi todo en bajada o llano y en ambos terrenos las fuerzas no me abandonaban tan estrepitosamente como lo hacían en las abundantes subidas. Comprobaba que cada vez era mayor el número de corredores que me rebasaban, pero eso no me preocupa en absoluto. Bastante tenía ya con preocuparme conmigo mismo. De hecho, miraba la media kilométrica en el Forer y éste marcaba ya 5'02'' el mil, nada que ver con los tiempos de 2011. Pero eso tampoco importaba.
Incluso me sentí débil en la bajada por Calderería Nueva, pero presentía que podía salvar algo el honor cuando en la llana calle Elvira mi ritmo iba en aumento y percibía para mi sorpresa que la debilidad ya no era tanta. Curiosamente, me sentí con fuerzas en esos dos últimos kilómetros y pico totalmente llanos. Tal vez se tratara de la necesidad de llegar cuanto antes. Y gracias a esa necesidad y a esa menor debilidad el crono se detuvo en un discreto 4'55'' el mil, que para lo vivido y experimentado desde ayer sábado, doy por bueno.
Opté por abandonar el cuartel nada más llegado a meta, pensando que hoy tocaba ingerir todo el líquido posible -incluidas cervezas- y todo lo sólido posible porque la balanza -como ya preveía- ha anunciado unos números descendientes preocupantes. Pero cómo explicar todo esto a un fornido soldado bien armado con un enorme 'cetme' o algo así, que se negaba a dejar pasar a nadie hasta que no acabara la prueba, a pesar de que a ésta le podía quedar aún más de media hora (es mucha la gente que hoy ha corrido). Intenté convencerle, pero ya sabemos todos lo que es la disciplina castrense, así que aproveché un corte en la prueba y de manera indisciplinada atravesé a trote en busca de la salida para vestir ropa de abrigo guardada en la moto. Por un momento me sentí un ciervo al descubierto en una dehesa de caza.