


La ruta que hice el pasado jueves, un poco antes de las nueve de la mañana, no suele ser la que típicamente programas a no ser que tengas un objetivo por delante.
Subir a Moclín no es baladí y exige una motivación añadida ya que no se trata de un mero "echarte" a correr sin necesidad de sobreesfuerzo físico o psicológico.
Salí desde Búcor -que es una aldea muy ajada y prácticamente abandonada- que se encuentra a unos tres kilómetros de Pinos Puente. Elegí este sitio porque es precisamente desde este punto cuando comienza a complicarse el terreno, si bien la subida comienza a los cuatro kilómetros de iniciada la ruta. Una ruta de doce kilómetros con ocho de subida continúa, que es lo que buscaba.
Justo en el momento en el que el Forer marca el cuarto kilómetro comienza la subida y ya no existe tregua -a excepción de un falso llano a la entrada de Moclín- hasta las mismas instalaciones del famoso Castillo de Moclín, la segunda fortificación nazarí tras la Alhambra en la provincia de Granada.
Cuando subes te evoca la estética de los puertos de montaña que solemos ver en el Tour, en la Vuelta o en el Giro, sin que se pueda comparar a los grandes puertos tipo Veleta, Tourmalet, Galibier o Mortirolo, pero siempre que ha transcurrido por aquí la Vuelta a Andalucía -y creo que en una ocasión la Vuelta a España-, se ha considerado un duro puerto de montaña. De hecho, aún quedan restos de nombres célebres del ciclismo español reciente, como es el caso de Jesús Montoya, inscripción que se repite a lo largo de la subida.
Una vez superada la pequeña localidad de Tiena, a la que se accede tras subir un kilómetro y medio, se inicia la vasta subida hasta Moclín. Antes de salir de Tiena, aún tienes tiempo de alzar la cabeza y descubrir toda la sierra que habrás de subir hasta llegar a la capital del municipio, enclave del citado castillo.
Subí con mucha sensatez, pensando más en la prueba del Veleta que en la subida misma e intentaba por todos los medios subir por debajo de mis posibilidades para llegar arriba sin problemas físicos.
Comprendí que es más importante la psicología que el factor físico sin lugar a duda, porque es la mente la que va interpretando y asumiendo la subida. A nivel físico iba sin demasiados problemas. Me ocurre -supongo que nos ocurrirá a todos en mayor o menor medida- que en el plano psicológico existe como una especie de negación a afrontar el esfuerzo de la subida, un constante desmoronamiento psicológico ante las rampas que esperan y al que se ha de vencer con autosugestión y fuerza mental.
Cuando comencé a ver el Castillo, que preside arrogante toda la población, comprendí que estaba a punto de coronar el puerto y que me encontraba bastante entero porque el ritmo no fue excesivamente fuerte. No obstante, recordaba que las intrincadas calles que dan acceso al castillo eran de una dureza considerable.
Cuando llegué a la plazoleta de la Iglesia del milagrero Cristo del Paño -que es procesionado cada año en octubre de manera masificada- el sol ya comenzaba a poner en marcha el mecanismo sonoro de las cigarras, las cuales abundan por la zona como pude comprobar cuando bajaba de nuevo hacia Tiena.
Un cartel de agua potable -a pesar de que llegué hidratado, gracias al cinturón de hidratación que portaba- fresquísima sirvió como justo premio a esos ocho kilómetros de subida ininterrumpida más los cuatro anteriores de terreno serpenteante. En total doce kilómetros que completé en una hora y nueve minutos. Además, aunque más fáciles, quedaban otros doce kilómetros de bajada y llano, porque había que regresar al punto de partida, algo que me sirvió para ir apreciando el bonito paisaje de monte y las privilegiadas vistas de la Vega granadina. No cabe duda que los musulmanes granadinos supieron situar su enclave militar fortificado.