Aún están retenidas en mi mente las magníficas secuencias de esta enorme película. Aún conservo esa poesía explícita y visual, toda esa impronta zen de sus diálogos e imágenes, todos esos personajes entrañables. Paterson ha sido un gran descubrimiento, una película que ya consideraré de culto y me acompañará allá donde vaya, todo un rosal de sensaciones magníficas y a la vez extrañas y estimulantes. Paterson es el nombre del protagonista, un gris conductor de autobús con una enorme inclinación hacia la poesía y Paterson es la ciudad de New Jersey, conocida por su seda y las magníficas cataratas del río Passaic, de enorme presencia en el film. Es más, se diría que su vida es soportable gracias a la poesía. Al otro lado, su ilusa mujer, sumergida en un mundo de sueños y proyectos, y de testigo su perro, un bulldog inglés, que conoce como nadie el exterior de ese delicioso y singular bar al que Paterson acude cada noche a tomar unas cervezas y que es su escape, donde convive durante un rato con sus estrafalarios personajes. Y de fondo toda esa poesía. Me pregunto si el poeta, representante de la Generación Beat, Allen Ginsberg, nacido en esta ciudad, no estará presente, aunque sea en el fondo, en la idea inicial del director y guionista Jim Jarmusch (el poema 'El aullido' es de una belleza atroz inclasificable).
Hay algo cautivador e inexplicable en la película Paterson, algo que te atrapa. Todo ese ambiente poético que se eleva sobre el ambiente casi decadente de la ciudad y que a quien guste de la poesía, como es mi caso, valorará exponencialmente. Toda esa materia de la que está hecha la poesía, que puede surgir en los momentos y en las situaciones más insospechadas, y eso es porque la poesía tiene la capacidad de estar en todas partes.
Magnífico ese final de esperanza y señales poéticas evidentes dirigidas hacia ese joven conductor de autobús, al que su compañera no hace más que insistir que muestre su poesía al mundo.
Película magnífica, ya digo, en todos los sentidos.