SU LEAL AMIGO
Por José Antonio
Flores Vera
Voy por la calle y observo en las aceras
a mendigos con sus perros. Siempre he sentido debilidad por quienes
no pudiendo apenas hacerse cargo de su vida, lo hacen de la de sus animales. El
perro fiel que, aterido de frío, se enrosca en su dueño y duerme plácidamente
como si no hubiera mañana. No distingue de la poca dicha y escasa fortuna de
quien lo alimenta y sostiene. Y eso me parece hermoso. El perro fiel, puede ser
feliz junto a su dueño de igual manera en una fría acera que en la mansión más
fastuosa del mundo. No advertiría la diferencia, por lo que hemos de sostener
que en ese aspecto nos sacan varios cuerpos de ventaja. No hay egoísmo ni interés
material alguno. El mendigo, ahora transformado en rico, cómodamente asentado
en su mansión obtendría todos los parabienes inimaginables de sus aduladores,
pero estando en la acera tan solo está cerca de él su perro. Son escenas que
vemos a diario, a las que estamos acostumbrados a ver, pero eso no significa
que sean escenas vulgares, todo lo contrario.
Pero
también me pregunto por la perspectiva de su dueño. ¿Tendrá en su perro fiel a
su único y leal amigo? ¿Se agarrará a esa lealtad sin fisuras ante la negativa
visión del mundo que le ha ofrecido el mundo y el hombre? Cabe la posibilidad
de que sea así, porque es opinión unánime de quienes siempre han convivido con
un perro que éste desconoce la deslealtad, atributo que en absoluto es aplicable
al hombre.
Porque el sentido de las cosas no se
agota en la percepción humana. Cosas abstractas como la amistad, la lealtad o
la sinceridad, de alguna manera, también están presentes en la conciencia de
muchos animales, sobre todo en la de los más cercanos a nosotros, porque no es
justo que la conciencia sea exclusivo patrimonio de las personas, y sería
admisible sostener que el animal como ser vivo sintiente está junto a nosotros
para algo más que para que hagamos uso de su carne, su piel, ser objeto de
nuestra diversión o aprovechar su fuerza para trabajar. Pienso en ello cuando
observo a los mendigos y a sus perros. Y pienso también en toda esa distancia
que hemos recorrido juntos a lo largo de los siglos para apenas avanzar nada. De
ahí que esa imagen que observo en las aceras me parezca casi de otros tiempos;
aquellos en los que el hombre y el animal vivían en mejor armonía, a pesar de
las mayores dificultades. Tiempos en los que la tierra, el hombre y el animal
eran una unidad, juntos en las dificultades y, también, en las escasas
alegrías. Que ahora poseamos cuidadas mascotas no significa que hayamos
avanzado demasiado en cuanto a una mayor conexión con el animal, tan solo el
argumento que demuestra que es la única vía que nos impide desconectar casi por
completo del reino animal. De hecho, pensemos en las posibilidades que tiene
hoy día un niño de la ciudad -o incluso un adulto- de poder estar cerca de un
animal que no sea su mascota, si es que la posee. Es algo que nos debería hacer
reflexionar.
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