Esta mañana veía en un diario una fotografía dantesca: una diputada hablando en el hemiciclo y, a lo sumo, siete diputados escuchando de los 350 cincuenta de los que se compone el Congreso. Triste imagen, sin duda y flaco favor a la democracia y a uno de los principales poderes del Estado: el legislativo.
El español medio tiene la convicción que diputados, senadores, concejales, parlamentarios autonómicos, presidentes de gobierno y demás especie, hacen poco o nada. Vamos, que viven del cuento y les mantenemos con nuestros impuestos. Y, claro, cuando esa idea habita en el ideario colectivo es muy difícil dar marcha atrás. Sin embargo, no siempre es bueno generalizar.
Es cierto que las sesiones plenarias de los distintos órganos colegiados, pongamos por caso el Congreso de los Diputados, es una parte más del funcionamiento de esta a Cámara -algo similar ocurre en el Senado-, pero existen otros mecanismos de funcionamiento como son las diversas comisiones, además de la Diputación Permanente, que está de "guardia" en periodos vacacionales. Y, sí, existen Señorías que se curran sus emolumentos y sus dietas, pero otros y otras no. Los que sí curran, hacen preguntas e interpelaciones, presentan mociones, ponen en aprietos al gobierno, se reunen con colectivos y ciudadanos y tienen un denominador común: tienen vocación política y de servicio público, pero ¿cuántos y cuántas hay de ésos y de ésas? Sinceramente, creo que pocos. Una gran mayoría están ahí por motivos menos prosaicos; en ocasiones porque los pone el partido para equilibrar las guerras intestinas; en otras ocasiones por asuntos relacionados con la paridad, y claro, por esos huecos se cuelan más de un golfo y más de una golfa. Personas que sin oficio ni beneficio en más ocasiones de las debidas, se agarran a las ubres públicas y aguantan hasta que les echen porque cobran más y hacen menos que en sus respectivos trabajos tediosos; además disponen de coche oficial, viajes gratis, entradas a espectáculos, comidas a cero euros, y para colmo salen en periódicos y son valorados en su pueblo como seres extraordinarios, por tanto ¿algunos de nosotros renunciaríamos a todas estas posibilidades si nuestro partido -suponiendo que lo tengamos- nos lo pidiera?. El problema es que son llamadas personas que no tienen vocación pública ni política, intrusos que ni les va ni les viene eso de representar la soberanía popular, pero ¿qué importa eso? Lo importante, como diría D.Jordi es la pela.
Pero es triste que el panorama de representantes de este tipo sea tan numeroso, lo que demuestra que contamos con un país muy dado a la vagancia institucional. Además, en publicaciones aparecidas en estos días, los altos cargos, entre los que se encuentran los diputados, deberían de no compatibilizar su función con otro tipo de trabajos, pero eso también, al parecer, se incumple en más ocasiones de las debidas. Diputados y senadores han de dedicarse en exclusiva a su función de representatividad pero son víctimas de la nostalgia y se siguen aferrando a sus antiguos puestos o despachos, algo que podemos hacer extensivo a otros ámbitos de representación institucional, ya sea local o autonómica, en los casos que estén dedicados en exclusiva a su responsabilidad pública. Y es que, es posible, que tengamos lo que nos merecemos. Insisto, ya lo dijo D.Jordi: la pela es la pela. Y España es España.