01 julio 2020

CINE: THE VAST OF NIGHT (EEUU, 2019)

The Vast of Night  

De vez en cuando el cine moderno que se hace en Estados Unidos nos sorprende con películas que aportan algo novedoso, aunque para ello haya que volver la vista a los tumultuosos años cincuenta. Me cuesta mucho atreverme a ver algo nuevo, sobre todo si se trata de ciencia-ficción (mientras siga formando parte de la ciencia-ficción la aureola en torno al fenómeno OVNI), pero no sé por qué me atreví con The Vast of Night, una película que ha producido Amazon y que está disponible en su plataforma. Reconozco que antes había leído alguna crítica fiable, pero aún así renqueaba para acomodarme, dar al mando a distancia y decir: que comience el espectáculo.
Fue una buena decisión, un poco tomada a ciegas, es cierto, pero buena decisión a fin de cuentas. Sí, se trata de una película distinta a lo que ahora podemos ver bajo la etiqueta de ciencia-ficción, en la que no existe acción sino diálogo, no existe violencia sino formas educadas, no existen apenas efectos especiales, solo los necesarios y argumentados. Verla fue, como se dice, una bocanada de aire fresco. Pero la satisfacción principal no fue la emoción impostada de ver decenas de OVNIS invadiendo una remota población, sino la grandeza de sus diálogos y una fotografía que conecta directamente con el espectador, sin la necesidad de estar demasiado pendiente sobre qué pasara en el cielo en las próximas horas de esa noche oscura de un remoto pueblo de Nuevo México, que no tiene mayor diversión que emocionarse con el comienzo del campeonato de su equipo de baloncesto del instituto de la localidad. 
Una película que cuenta con los elementos necesarios para que no se echen de menos otros: una emisora de radio, una extraña señal, luces en la noche, testimonios sorprendentes, unos jóvenes curiosos y el resto del pueblo en el partido de baloncesto.
Una pequeña joya que hay que ver.


30 junio 2020

ABANDONAR LAS REDES

Resulta paradójico que siempre huyamos de sogas, de cuerdas, de cadenas... de redes, pero que sigamos tan enganchados a la versión social de todas esas ataduras enunciadas. Una red puede ser algo físico, pero también puede ser una metáfora de ese elemento tangible. Unirle social a todo eso puede ser una verdadera perversión si lo pensamos detenidamente.
Y yo lo he pensado detenidamente.
Comencé a disponer de Facebook muy tarde, en 2015. Desde mi blog, desde este blog, veía esta red social con desdén, como mirándola por encima del hombro, incluso con desconfianza. Yo seguía con mis textos casi diarios sobre literatura, sobre mi pasión por correr, sobre cine, sobre política, sobre música...Y no entendía que debiera también estar en Facebook. Es más, vivía al margen de todo eso. He de reconocer que desconfía mucho de esta red: la veía como una amenaza para ese mundo de los blog creado pieza a pieza y con tantas dificultades, años atrás.
Un día, una conocida me dijo que había subido a Facebook algo que yo había escrito en este blog y que estaba teniendo mucho éxito. ¿Mucho éxito? Me pregunté. ¿Un texto que he escrito casi para mí, estaba teniendo mucho éxito? Descubrí que sí, que era cierto. No tenía acceso a  Facebook pero comencé a ver ese texto mío –en realidad, un relato corto sobre la corrupción, tan de moda– por todas partes; y si estaba por todas partes, estaba por toda la red, básicamente por Facebook que era la red más importante y casi única que existía por entonces (es posible que alguna más, no lo sé). Aún así, no di el paso y no me abrí una cuenta, un muro, como se decía a nivel de calle.
Pero lo di a principios de 2015 y casi sin querer. Yo había publicado mi primer libro Conversación en la taberna y 41 relatos –donde se encontraba ese relato exitoso y que daba título al libro– y alguien conocido lo puso en un grupo público de mi pueblo. Aquello se disparó. Y como soy agradecido decidí abrirme una cuenta para dar las gracias a todas esas felicitaciones de toda esa gente que me conocía directa o indirectamente. Así comenzó todo.
Han sido más de cinco años con altos y bajos y ha sido en Facebook y después algo en Instagram donde he volcado toda información sobre mis libros y donde comenzaron a surgir los primeros lectores. Por lo tanto, no me voy a ir dando un portazo. Aquello fue útil al principio. Hasta que observé que todo el mundo quería vender libros a través de las redes sociales, sobre todo escritores no conocidos y autopublicados. Yo me estaba convirtiendo en uno más, y aunque no escribía en Facebook solo con ese fin, reconozco que también me movía esa idea. Pero no, Facebook ni ninguna red social es útil para vender directamente libros, sobre todo cuando no te conocen. Es similar a entrar en un bar donde tampoco nadie te conoce vociferando que compren tu libro. Y aunque te conozcan, no será nunca el método adecuado. No, no funciona así. En todo caso, podrá servir para dar a conocer tu estilo y, eventualmente, en qué estás trabajando o acabas de publicar. Pero nada más. 
Pero no es esa la razón fundamental por las que abandono las redes sociales, ni tampoco por la que he estado en ellas cuatro largos años. Lo hago porque ya no me aportan nada, es más me roban tiempo, energía mental y, en ocasiones, ofrecen disgustos e incomprensiones. He comprendido que todo lo que necesites buscar está en Internet, sin necesidad de pasar por las redes sociales, que, en todo caso, lo que estas hacen es comprimir en píldoras informativas, casi siempre mal diseñadas y engañosas, la información que con más amplitud y rigor puedes encontrar en la red o, mucho mejor, en los libros físicos o digitales, que para el caso es igual.
Irme también es una forma de intentar regresar a una época en la que me sentía más a gusto y en mayor conexión con lo que escribo y leo. Volver a una etapa más analógica alternándola con otra digital representada en los blogs, que visto lo visto hoy día son casi herramientas analógicas si las comparamos con la digitalización mal concebida de las redes sociales, las cuales tienen un porcentaje demasiado alto de postureo y egocentrismo y muy poco de verdadero aporte cultural e informativo, con las excepciones que siempre las hay, las cuales naufragan en el inmenso océano de inanidad en que se han convertido (las redes sociales). 
Soy consciente que es ir contra contracorriente, aunque eso nunca se sabe, porque el futuro está cambiando a un ritmo imposible de seguir. Quizá mucho más tras la etapa que hemos vivido o estamos viviendo desde mediados de marzo. Pero ir contracorriente no significa que sea negativo, todo lo contrario. Dejé de hacer turismo de masas porque era imposible disfrutar de encantadores e icónicos lugares y me acostumbre a disfrutar de los espacios, en principio, inanes pero vacíos, por lo que supongo que igual ocurrirá ahora abandonando las redes. Será una soledad placentera y cálida a la que te acostumbras pronto. 
En todo caso, el cambio es connatural a nuestra existencia, una opción de crecimiento que no se ve al instante, pero que es efectiva.
Saludos blogueros. 






05 abril 2020

UN DIARIO SINGULAR PARA UNOS DÍAS SINGULARES

El diario que cada día escribo desde que se decretó el Estado de Alarma que obliga al confinamiento, con motivo de la irrupción del virus COVID-19, es un diario singular. El diario como ejercicio memorístico es un instrumento que ha existido desde siempre, desde aquellos que se escribían con pluma (quién sabe si muchos siglos atrás con cincel sobre piedra) hasta los más modernos, escritos digitalmente en ordenadores, tablet o incluso móviles de pantallas gigantes. 
     Yo inicié este diario singular (e inesperado) el primer día del Estado de Alarma y lo fui publicando en mi cuenta de Facebook cada día y así fue hasta el día undécimo, pero me detuve. Es decir, detuve la publicación en la red social pero no detuve la escritura diaria del diario, el cual tengo intención de publicar en un eBook autopublicado en Amazon junto a mis otros nueve libros (en puridad, siete libros y dos relatos cortos o cuentos). Escribir cada día un diario no es fácil en estas circunstancias, sobre todo porque todos los días son prácticamente iguales, incluso las noticias casi lo son, pero desde el primer día me he esforzado en darle un cariz distinto a cada día, vertiendo impresiones personales junto a alguna noticia relevante y que no se haya repetido como una comida indigesta. 
     La idea, como se supone debe ser la de todos los diarios, es plasmar las impresiones personales que se poseen en un momento concreto, pero debe ir más allá: aderezar esas opiniones con una noticia objetiva que surja. Por decisión personal, he decidido alejarme lo máximo posible de la intoxicación informativa que abunda por doquier, de ahí que visite poco las redes sociales, tal vez las más intoxicadas, pero tampoco me parecen demasiado fiables las noticias de los medios de comunicación. No obstante, hay formas de informarse sobre lo más básico sin necesidad de empacharse de información vana.
  Cuando comencé este diario consideré, como muchos consideramos, que no habría que escribir más de quince días, pero el diario se podría convertir en tres veces más extenso de lo inicialmente previsto, tal vez más. Por lo pronto, está cantado que hasta el día veintiséis de abril, pero es posible que vaya más allá, y esa será la principal dificultad a la hora de escribirlo, sobre todo para no caer en la repetición. Algo se repetirá, por supuesto, pero, en mi caso, intentaré que sea lo menos posible, porque es viable ver los días diferentes dentro de la repetitividad a la que asistimos.
       Otro elemento que me parece ilusionante es su publicación, que será autopublicación en Amazon. La idea no es que se venda mucho ni mucho menos, sino dejar constancia de una mera impresión personal que con el paso del tiempo se pueda cotejar con otras impresiones. Eso sería bonito. Bonito e interesante. Además, quienes escribimos, casi nos vemos impelidos a plasmar por escrito la realidad que vivimos cada día, mucho más cuando se trata de una época tan singular. 




07 febrero 2020

NOVELA EQUÍS QUERÍA CORRER














SINOPSIS:

     Equis es un tipo normal que un buen decide comenzar a correr. Lo ha intentado en varias ocasiones sin éxito, por una razón o por otra. Curiosamente, siempre desea comenzar a correr cuando decide cambiar algún aspecto de su vida, que no le satisface. Su estrecho entorno no comprende que desee correr ni cree que esté preparado para ello, y menos que nadie su esposa, la cual prefiere que siga en el bar maltratando su hígado a que corra. La aversión de ella a esa práctica deportiva es casi enfermiza. Eso produce una tremenda crisis en el aparente tranquilo matrimonio. Pero, siempre hay un pasado sorprendente, y se vuelve a constatar que las cosas no son como parecen en esta historia de encuentros y desencuentros.

CRÍTICA LITERARIA DE HEYDEVENIR:

¿Quién no ha intentado alguna vez empezar a hacer ejercicio y desiste a los dos días? Equis quería correr cuenta la historia de Equis, una persona aparentemente normal que, cansada de ciertos aspectos de su vida, trata de cambiarlos corriendo. Es una novela con encuentros y desencuentros, de amores y desamoresEs un libro muy humano que hace que el lector se sienta identificado en algún momento conforme devora las páginas, porque sí, quien se anime a leerlo, las devorará. Equis quería correr posee una estructura sencilla y una narrativa muy amena, lo que facilita su lectura, y bajo una apariencia trágica debido a los blancos y negros, amores y desamores, éxitos y fracasos, etc., cuenta con unos toques de humor que consiguen que la lectura sea divertida. A primera vista puede parecer una novela que trata sobre el deporte, sobre correr. Pero como bien nos contaba su autor, José Antonio Flores Vera, en la entrevista que le hicimos, realmente se trata de un tapiz de fondo sobre el que se desarrolla la historia, que no quita que un aficionado a correr vaya a disfrutar más o menos del libro, pues como os decíamos, la historia es tan humana que cualquiera se siente identificadoEquis quería correr es una novela sencilla, entretenida, triste, alegre, divertida y sorprendente, pues el final no dejará indiferente a nadie. Desde Devenir recomendamos encarecidamente su lectura. Enhorabuena a José Antonio por este gran libro.

Si estás interesado en esta novela la puedes adquirir en Amazon: 


05 febrero 2020

EBOOK: REFLEXIONES Y POEMAS NOCTURNOS DE UN CORREDOR

Reflexiones y poemas nocturnos de un corredor es una obra intimista, introspectiva, como reza su subtítulo. Un libro de los que se escriben por el placer de escribirlos, sin ataduras ni artificios. Como todo libro de prosa, pero sobre todo de poesía, las palabras bailan a un ritmo de una música silenciosa y penetran en el sentimiento del lector de una manera muy directa. Quienes gustan de correr saben perfectamente que esta actividad va más allá del mero deporte; correr es una fusión con tu ser interior y con la naturaleza y lugares por los que corres. Cada zancada es una incógnita y cada kilómetro una aventura, de ahí que sea bastante frecuente que al corredor habitual correr le aporte sentimientos que solo es posible experimentarlos cuando se corre y también cuando en la noche, ya relajado, repasa su entrenamiento mentalmente y vuelve a sentir esas magníficas sensaciones. Son esas sensaciones nocturnas placenteras las que han inspirado este libro, que se divide en dos partes: reflexiones y poemas. Las reflexiones surgieron en un momento, quizá, amargo, como amarga es siempre una lesión. El corredor se lesiona y para no perder un ápice de sensaciones se propone cada noche escribir una reflexión, que culminan en cuarenta y dos, que son los kilómetros de los que consta un maratón; los poemas han ido salpicando páginas en blanco en distintos momentos, pero casi siempre inspirados tras un buen entrenamiento o una buena carrera. Es el propósito del autor que estas reflexiones y estos poemas no se queden encallados tan solo en el lector corredor sino que también lleguen al corredor que no lo es. Con esa idea se ha escrito este libro. Por tanto, amigo lector, corredor o no, tienes en tus manos un libro de vocación artesanal, escrito sin imposturas, un libro sincero y que intenta, a la vez, aportar prosa y poesía modestamente. Si consigue todo eso, el autor, con toda seguridad, será el más agradecido de todos los mortales.

Si estás interesado en este peculiar libro, lo puedes descargar aquí (Amazon): 

31 enero 2020

TRISTEZA DE ENERO (PERIODICO IDEAL, 31 DE ENERO DE 2020)

La imagen puede contener: texto

                                                                                                           


                                                                                                        Por José Antonio Flores Vera

Dicen que enero tiene el lunes más triste del año. Una tristeza que es fronteriza con la melancolía. Por su propia naturaleza los lunes son tristes. La tristeza entra por la ventana de la sala de estar el domingo por la tarde, y ya se queda a dormir en casa como ese invitado indeseable al que no es posible convencer para que se vaya a un hotel. Porque las habitaciones de los hoteles también son tristes. Lo son todo el año.
Este año he decidido fijarme en ese lunes triste de enero, en los rostros de la gente que pasa por la calle, pero no ha sido tristeza lo que he visto sino apatía. Una apatía que se va formando a base de hartazgo. Es posible que el exceso navideño tenga mucha culpa y hasta el próximo festivo aún queda mucho. Es como si la tristeza o la melancolía o la apatía no tuvieran nada que celebrar.
En enero los días son fríos, incluso donde no hace frío. El sol se asoma muy levemente, como si quisiera despedirse para siempre. Y todo eso tiene mucho que ver con el estado de ánimo. También el cargo de la tarjeta de crédito de los excesos de diciembre. Esa alegría material que se hace número y que luego duele. Por eso enero es bueno para la introspección. Para ajustar cuentas con la reflexión y los sentidos. Un mes más alejado de lo material a pesar de las rebajas. Posteriormente llegará febrero que de manera imperceptible irá dando color a las cosas, como si fuera preparando la primavera en la que ya se verán las cosas de otra manera. Habrá más presencia en las calles. Y más terrazas. Y más ruido. Los gritos ahogados reverberarán por las esquinas.
En realidad, enero es nuestra hibernación natural como si algo de nuestros antiguos genes de animales prehistóricos de vocación reptiliana necesitaran manifestarse una vez al año. Pero ocurre que nuestra hibernación humana casi nunca es compatible con nuestras obligaciones sociales y laborales. Por eso son tan ansiadas las vacaciones posnavideñas: para hibernar; para desaparecer de la calle; para poder encerrarse en las cuatro paredes del hogar, para no estar. Casi para no existir. 
En una sociedad tan digitalizada como la nuestra, en la que Internet y las redes sociales tienen cada vez más presencia en nuestras vidas, hasta el punto de que ya no es fácil saber qué tanto por ciento es virtual y qué tanto por cierto es físico, la impronta de enero también es muy notoria. El interés por comentar y exhibirse es menor, como si se tratara de una especie de hibernación digital, una especie de introspección virtual muy necesaria para replantearse los excesos del resto del año, para decidir qué proyección queremos dar de nuestro yo virtual en el futuro. Por tanto, enero es purificador. Lo es tanto en el ámbito real como en el virtual. Una purificación que podría ser la respuesta real a esos propósitos de principio de año que jamás se cumplen. 


02 diciembre 2018

EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: ROTHENBURG



Si nadie le cuenta al hipotético lector nada sobre el pueblo de Rothenburg no habrá forma de imaginarlo a pesar de haber llegado ya a su pequeña estación de tren, de presencia tan poderosa en cualquier rincón de Alemania. Una estación correcta, ni nueva ni vieja, y un paisaje a su alrededor que le dice poco al viajero. Y aunque nada sepa de esta población, de casi once mil habitantes, es posible que alguien le pueda filtrar que se trata, quizá, de la urbe alemana más visitada por turistas japoneses. Ese dato lo pondrá en guardia porque es conocido que nuestros lejanos vecinos de la tierra del sol naciente eligen los rincones del planeta, por muy recónditos que estén, en función de su atractivo fotografiable. Por tanto, el viajero se dirá que debe estar ante un lugar verdaderamente singular.
Y lo está.
El viajero ya iba arengado por la singularidad del sitio, pero eso no fue suficiente. Es una población que, quizá, ya se haya soñado y, tal vez, no se sepa (porque de todos es conocido que la mayoría de los sueños se olvidan al despertar). Una población que ya se ha visto en la imaginación o en alguna película o se ha imaginado leyendo algún cuento medieval. Pero nada será comparable a ese elixir que correrá por sus sentidos cuando el viajero alcance a contemplarla con sus propios ojos. Lógicamente, ayuda mucho el hecho de verla totalmente ataviada de adornos navideños, pero según le contó su acreditada acompañante, también en primavera es una ciudad-espectáculo. Probablemente, lo sea todo el año.
La mayor parte de pueblo —es posible que todo—, está dentro de una antigua fortificación, que conserva sus murallas y su exquisita puerta de entrada, que también existe en la parte suburbial. Ambas puertas —ignora el viajero si habrá una tercera— son tanto de entrada como de salida y al contemplarlas es posible imaginarse, en tiempos ancestrales, el acceso o la salida de los carruajes medievales tirados por caballos pecherones propios de Baviera. No cuesta mucho hacerlo. Incluso, por muy poco desarrollada que esté la imaginación del visitante que mire con ojos asombrados.
Quiso el destino –o su belleza— que Rothenburg no fuera destruido por los países aliados durante la liberación de la Segunda Guerra Mundial, gracias —le cuentan al viajero— al parentesco de un señor de la guerra norteamericano con alguien de la ciudad. Es un privilegio del que gozaron muy pocas ciudades alemanas. Pero también mucho habrá que deber a sus gestores, los cuales han sabido conservar su estado primigenio, hasta el punto de parecer detenido en el tiempo.  Por tanto, sumergirse en ese entorno es vivir como en una especie de cuento; es como vivir dentro de un pueblo de juguete y durante toda la visita el viajero, su pareja y su acompañante no dejan de preguntarse por el momento de sus vidas en el que ya han creído ver este lugar, aunque tan solo fuera en visión onírica (el viajero insiste mucho en ese hecho, pero esas fueron las notas que tomó in situ). Lógicamente, no es tarea fácil saberlo, como nunca lo es acordarse de todo lo que se ha soñado, como ya se ha comentado.
Una vez traspasada la puerta amurallada de entrada, presidida por dos coquetos tejados terminados en punta, que le recuerdan a los que coronan muchos de los edificios del Madrid de los Austrias mayores, una empedrada calle repleta de comercios, elegantemente ataviados con sus productos y motivos navideños, los deposita en su curiosa plaza central, la cual está presidida por un enorme árbol natural de Navidad, repleto de pequeñas guirnaldas de diversos colores. Además, para la ocasión, la plaza está rodeada por pequeños puestos navideños, en los que se venden artículos y productos propios de la época, y se dispensan salchichas cocinadas al estilo bávaro, licores y el siempre presente vino caliente, que tan bien sienta a los helados cuerpos e impresionados espíritus de los visitantes.
La plaza mayor o principal, enclavada en una leve pendiente, no es circular pero tampoco rectangular. Se podría decir que no tiene una forma geométrica definida. El aspecto que presenta invita—consideró el viajero— a embriagarse del ambiente y de paso iniciar el ritual que cientos de personas a esas horas de la tarde ya están llevando a cabo: tomar un vino caliente y alguno de esos fuertes licores bávaros, líquidos contenidos en unas pintorescas jarras decorativas —que pueden ser adquiridas como recuerdo o recuperar el dinero que se deja a tipo de fianza—. Por tanto, bien abrigados y con las jarritas en sus manos, el viajero y sus acompañantes comienzan a deambular por todas y cada una de las calles que surgen desde la misma plaza. En esos momentos, no son las piernas las que caminan: es la imaginación y la infinita capacidad de asombro. Todo lo que ven los atrapa. Se detienen ante el escaparate de una repostería y cuando aún no lo han decidido ya están dentro del comercio comprando alguno de sus exquisitos dulces con forma de bola; se detienen ante el escaparate de motivos navideños y cuando aún no está decidido ya están dentro guiados por sus sentidos y sus ojos, asombrándose con todo lo que ven: figuras de madera de todo tipo, adornos de belenes y árboles navideños inimaginables e infinitos, relojes cucús de todos los tamaños y formas.... Nada parece faltar en las abigarradas y decoradas tiendas. Pero, aun así, todavía no sospechan lo que se van a encontrar a continuación, algo que supera con creces a todo lo que han visto hasta ahora en cuanto a decoración y motivos navideños. Se trata de la fastuosa tienda museo Käthe Wohlfahrt. Advirtamos previamente que el disfrute de este sitio conlleva poseer, al menos, unos gramos de espíritu navideño. Y si esos se poseen, dejarse llevar por sus laberínticos pasillos, perfecta e inimaginablemente decorados, puede ser una de las mejores experiencias propias de esta época jamás vivida. Un pasillo conduce a una sala enorme, y de esa sala enorme salen nuevos pasillos que desembocarán en otro gran espacio en el que se podrá contemplar un árbol de Navidad gigantesco, abigarrado de todos los motivos y luces navideñas posibles junto al cual se señorea un trineo a escala real repleto de regalos en el que se sienta una figura de Papá Noel también a escala real y que es arrastrado por renos de tamaño natural que parecieran labor de taxidermista.
Por tanto, a estas alturas del recorrido el viajero ya se encuentra tan atrapado y embebido por el espíritu navideño que se plantea quedarse a vivir allí. Hasta ese momento creía que este tipo de cosas tan solo se veían en las películas navideñas hollywoodienses de alto coste que inundan nuestras pantallas en estas fechas.
Cuando salen de aquel sitio, aún con los ojos repletos de la infinita plasticidad que acaban de ver, les aguarda el espectáculo de la noche en las empedradas y coquetas calles de Rothenburg. Y, entonces, se abre ante ellos una nueva perspectiva. Las luces de las calles, las guirnaldas de sus árboles y la exquisitez de sus comercios los invitan a patear de nuevo los lugares que ya habían visto a pleno luz del día, sin que a ninguno se les ocurriera ni tan siquiera referirse al momento de despedirse de ese mágico pueblo de la Baviera alemana.
Pero había que hacerlo si querían llegar a buena hora para apurar sus últimas horas en Würzburg y dar buena cuenta de una inolvidable última cena. Así que cuando salían por el arco por el que habían entrado unas horas antes, el instinto les decía que era mejor que no miraran atrás, como suele ocurrir en las sentidas despedidas. O quizá, en los mismos sueños. Una vez en el tren de regreso comprendieron que ese lugar ya iba a formar parte de sus recuerdos más selectos. Probablemente, para el resto de sus vidas.  

El viaje a Würzburg está incluido en Cuatro ciudades bávaras del ebook: Artículos y relatos de viajes, disponible en Amazon

UN VIAJE A PARÍS (I)

Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París.      No es...