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24 diciembre 2009
RELATO DE NAVIDAD (ESPECIAL DE IDEAL 24/12/2009)
Hago un inciso en las historias de X para introducir el relato navideño publicado hoy en el especial que cada 24 de diciembre edita Ideal.
Decíamos en el relato de "Mañanabuena", que volveríamos a ojear Ideal y descubrir dos relatos, pero esta mañana ante la incertidumbre de salir a trotar o no, este tema ha sido olvidado. Pero nunca es tarde para rectificar. Y si no habéis podido leerlo en papel impreso -formato en el que gana mucho- os lo dejo a continuación.
ODIOS Y RECUERDOS (MI AMIGO ODIA LA NAVIDAD)
Un amigo mío odia la navidad. Pero yo creo que lo que odia es tener cada año la frustración de no saborear estos días tal y como experimentó en una ocasión. Porque desde entonces puso todo su empeño en vivir esta época del año como aquel momento mágico, si bien pasaron los años y sus anhelos y sueños se mostraron cada vez más incompatibles con la tediosa realidad.
Soy testigo de su emoción ante el armónico baile de los copos de nieve en su lenta caída y he advertido en su videoteca varias versiones de Canción de Navidad, pero algo oculto en su ser le ensombrece su mirada en esta época.
Sé de su desencanto porque se aleja del consumismo voraz y no soporta salir sin bufanda entre el veinticuatro de diciembre y el seis de enero. Incluso hay quien afirma que le ha visto cada año agazapado en un rincón de la iglesia durante la Misa del Gallo, con una botella de aguardiente escondida en los bolsillos interiores de su pelliza.
Por tanto, si hubiéramos de hacer una radiografía de hábitos y sentimientos, mi amigo ocuparía un número alto en el ranking de fieles navideños, aunque nadie que le conociera u observara podría ratificar esa afirmación. Quizá por eso admira tanto a Ebenezer Scrooge. De hecho, defiende la teoría de que este viejo millonario y cascarrabias creado por Dickens es la persona más navideña de la historia, aseveración que produce hilaridad allí donde la cuenta.
Sin embargo yo creo que su idea no es tan descabellada, porque nada irrita más al verdadero amante que la infidelidad hacia lo que ama, aunque él mismo no lo sepa. Y, realmente, con la Navidad llevamos ya lustros siendo completamente infieles.
Recuerdo que hace muchos años tras salir de una fiesta de Nochebuena a eso de las tres de la madrugada, mi amigo se alejó del grupo y penetró en la oscura y misteriosa vega nocturna que rodea la bucólica arquería de Alitaje. Y a pesar de los tres grados bajo cero se sentó sosegadamente en el borde de una acequia y se dedicó a mirar el cielo increíblemente estrellado, favorecido por el tierno manto blanco de Sierra Nevada.
Los demás pensamos que las copas de esa noche le estaban haciendo efecto e intentamos disuadirlo. Te quedarás helado, le advertíamos. No obstante, ajeno a nuestras súplicas comenzó a hablar de forma onírica.
Era su sueño y su misión estar allí esa noche, dijo. Era tanta la poesía de aquel lugar en aquella noche que quedarse helado no significaba más que una banalidad. Algo ridículo en comparación con la emoción que estaba experimentando.
Lógicamente, todos comprendimos que aquellas palabras no eran las de una persona ebria, así que decidimos compartir su dicha, si bien el brillo límpido de su mirada no pudimos igualarlo ni por asomo.
Y como aquella noche mágica no se ha vuelto a repetir, mi amigo odia la Navidad.
Un relato que os dedico a vosotros, amigos y amigas que durante un largo año seguís con voluntad y constancia este blog, con independencia que odies o améis estas fechas.
Pero no dejéis de leer la historia de X, justo a continuación.
23 diciembre 2009
X, EN NAVIDAD

No había sido fácil la convivencia entre X y Conchi tras aquella conversación que tuvo ésta con Luis.
Aquella conversación –no era posible negarlo- había acabado tensa. Una tensión generada por dos personas que aparentaban simpleza pero que, en realidad, estaban muy dotadas para la persuasión y sí fuera necesario para la manipulación, si bien en ese terreno Conchi podía ganar por goleada.
Habían transcurrido algunos meses, pero conviene conocer qué ocurrió desde que X llegara a casa tras acabar su primera carrera oficial.
X, tras cambiarse y tomarse una cerveza en un bar a la salida del pueblo, intentó armarse de valor. Desde la boda del sobrino de Conchi todo había ido de mal en peor, y para colmo sabía que la intervención de Luis había dejado las cosas más maltrechas todavía. Aún así, de nada le servía postergar el asunto: era su casa y tenía que volver tarde o temprano. Otra cuestión distinta sería conocer qué le repararía el futuro. Mejor dicho: que les repararía el futuro a él y a Conchi.
Ondeando un silencio de mediodía dominguero en la calle, X penetró en el portal de su casa. Al abrir la puerta del piso le pareció contagiarse del aire tenso que aún se respiraba en el interior del edificio. No pronunció el nombre de su mujer como era en él habitual. Tan sólo el leve murmullo de las llaves al dejarse caer en la base del armario del pasillo presagiaba de la llegada de X.
Sabía que Conchi estaba en casa. Pero también sabía que no contestaría.
Su primer contacto con su mujer fue tenso pero respetuoso. Ella parecía enviarle dardos con la mirada, pero en realidad ella tan sólo estaba preparando el terreno para una defensa a ultranza. Desde luego, no estaba dispuesta a renunciar a esa vida que le había ido tan bien en la que un X servil, amorfo e inopinado pasaba desapercibido para la cada vez más planificada y cómoda vida de Conchi. Si alguien consideró en alguna ocasión que esta mujer era de principios simples y básicos estaba muy equivocado.
Mientras tanto, Luis salió aturdido tras la entrevista con Conchi. El amigo de X también jugaba a la teoría de la confusión. De hecho, todo el mundo afirmaría que se trataba de un individuo bastante lerdo, cuyo máximo interés en la vida consistía en estar delante de un vidrio rebosante de coñac y cola. Pero, una vez más, todo el mundo estaba de nuevo equivocado. Y eso era algo que Conchi sabía muy bien. De hecho, las dos personas que franqueaban a X no eran dos angelitos precisamente. Dos personas que aparentaban precisamente lo que no eran. Y ambos lo sabían. Y por eso se temían y respetaban. Siempre había sido así.
Ante ese panorama, la iniciativa emprendida por X consistente en correr podría tratarse perfectamente como una estrategia escapista. Pero no lo iba a tener tan fácil
X en los siguientes meses siguió corriendo. Y siguió adquiriendo ropa técnica, zapatillas, revistas, libros y visitando blogs de corredores. Nada le importaba más que eso.
Por su parte, Conchi, inteligente y sagaz como una gacela observaba de cerca y callaba. Sin duda estaba preparando su estrategia.
En cuanto a Luis, seguía animando a su amigo facilitándole, incluso, el entrenamiento y procurando no hacerle caer en la tentación de la barra del bar.
De esa manera la vida seguía su curso. Y cuando quisieron darse cuenta llegó la Navidad.
Los campos estaban nevados y X seguía corriendo. En casa ya no existía un ambiente tenso, entre otras cosas porque ni siquiera existía ambiente.
Los amigos ya no llamaban, excepto Luis, que procuraba hacerlo cuando no estaba Conchi, y la familia, sin comprenderlo, comenzó a murmurar en cuanto se presentaba ocasión.
Se hablaba de separación, de desamor y de desdicha, pero nada de eso se llegaba a materializar.
Para entonces X ya había corrido cinco pruebas oficiales y había debutado con un tiempo de 1 hora y 45 minutos en una media maratón. Incluso ya no le avergonzaba llevar pantalón corto porque ya no había tanta grasa que ocultar. Su figura había cambiado y su forma de ver la vida también había experimentado un cambio.
Ante tal evidencia, Conchi había decidido no inmiscuirse en la vida de X. Incluso, se había apuntado a un gimnasio.
Pero les gustara más o les gustara menos, al matrimonio se le planteaba un problema inminente: llegaba la Nochebuena y tenían que decidir a qué casa de familiares acudir.
X, ante tal disyuntiva no deseaba hacer papel alguno y prefería que los demás pensaran que la crisis matrimonial estaba muy avanzada. Por su parte Conchi, comprobaba como la losa de la soledad cada vez le aplastaba más, mientras observaba que la felicidad de X siempre estaba ataviada de malla y camiseta técnica. Si tenía algún problema él lo solucionaba corriendo.
Como sabemos el día de Nochebuena siempre es especial. Lo es desde que amanece y todo el mundo lo capta.
Esa mañana X, como era en él costumbre cuando el trabajo se lo permitía, se fue a hacer unos kilómetros. Ni siquiera desayunó con Conchi como había hecho en los últimos diez años. Tampoco proveyeron nada para la noche, ni decidieron a qué casa irían.
Por tanto, todo quedó en el aire en una casa que cada vez era más gélida.
Cuando X regresó de hacer 15 kilómetros por un campo helado y cubierto de la escarcha nocturna, sorprendentemente, se encontró a Luis en su casa. Justo en el sillón de enfrente se encontraba una compungida Conchi, que ofreció a Luis Anís de Rute y polvorones de Antequera. Sudoroso y maltrecho X hizo atisbo de sentarse pero con contundencia le dijo a sus principales seres queridos que mejor esperaran a que se duchara.
Cuando salió de la ducha Conchi y Luis aún no se habían cruzado una palabra, por lo que la presencia alegre y jovial de X cogiendo a su mujer y a su amigo de sus respectivos brazos fue como agua de mayo.
-Ahora nos vamos los tres a tomarnos unas copas al bar de la plaza, como colofón a la cena de Nochebuena, la que, por cierto, pasaremos juntos.
Conchi no pudo evitarlo y comenzó a llorar, mientras que Luis descubrió que sus ojos se tornaban cristalinos como la escarcha invernal del campo.
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