¿JUSTICIA FISCAL O ÁNIMO RECAUDADOR?
Por José Antonio Flores Vera
Cuando el ciudadano común -acostumbrado
a ser víctima de todo el poder junto o aislado- se indigna ante el desfalco que
sufre su bolsillo, de manera casi invariable piensa en el poder económico y
corporativo de los grandes bancos, los cuales cuentan con el privilegio de ser
protegidos (rescatados) por el poder político, que más veces de las que
debieran se dan la mano, si no es que no van de la mano casi siempre como
inseparables compañeros de viaje.
Sin embargo, ese ciudadano indignado
casi nunca piensa en la amenaza para su bolsillo que suponen las
Administraciones Públicas. Sí en los políticos de turno, que se supone son
quienes las dirigen, pero casi nunca en esos grandes leviatanes de múltiples
cabezas que son las Administraciones. Pero resulta que esos grandes monstruos
también nos desfalcan cuando lo precisan, que es casi siempre. Lo hacen por las
vías ya consolidadas y a fuerza de mucha y diversa propaganda institucional, casi
siempre respetada solemnemente por la ciudadanía, que ve en el tributo una
formula antigua, consolidada y justa. Eso es así en un plano teórico, además de
avalado por los estudios más sesudos en derecho tributario, pero nadie debe dar
por sentado que todo lo que jurídicamente es aprobado deba ser justo. Ni por
asomo jurídico es siempre igual a justo. Los justo o injusto, quizá, pertenece
más a la esfera del sentido común, mientras que lo jurídico o no es más propio
de un artificio, un consenso político, no lo olvidemos.
La teórica justicia fiscal, que
busca o dice buscar no otra cosa que una redistribución de la riqueza, en más
ocasiones de las debidas no es más que la improvisación de unos pocos, unas
meras cuentas hechas con el único fin de atender los gastos de un estado, una
autonomía o un ayuntamiento. Y si el gasto es desmesurado y pródigo, el tributo
se elevará en la misma proporción. No espere el ciudadano que las más de las
veces el tributo consista en una proporción justa que sirva para esa redistribución.
Nada de eso. Y si a eso unimos la facilidad con la que se implanta, se recauda
y se embarga (sin necesidad de intervención del Poder Judicial), tendremos las
claves perfectas para preguntarnos si existe en realidad una verdadera justicia
fiscal -y social en última instancia- o tan solo un ánimo recaudador.
Podría considerarse que el ciudadano
medio ve saciada su inquietante sospecha cuando verifica que la Administración
en la que deposita su dinero por la vía impositiva, hace un verdadero esfuerzo
para administrar esos fondos tributarios; cuando observa que existe un
verdadero interés redistributivo, proponiéndose esa Administración como ejemplo
de austeridad y gestión eficaz. Aunque también podrá suceder, al contrario: ese
ciudadano podrá aumentar su inquietante sospecha cuando no ve otra cosa que
despilfarro, deficiente gestión, parasitismo, ejércitos de asesores y políticos
retribuidos por encima de su capacidad. Es entonces cuando comenzará a dejar de
creer en la naturaleza jurídica del tributo, en el argumento de la
redistribución y en todos esos tecnicismos que parecen hechos para ocultar la
verdadera razón del tributo, que probablemente haya perdido ya a estas alturas
su verdadero fin y no sea otra cosa que el instrumento depredador que utilizan
las Administraciones para sostener ese gasto infinito, casi siempre absurdo y
las más de las veces injusto. De hecho, es fácil constatar que una mayor carga
fiscal casi nunca lleva aparejada una mejora de los servicios públicos, los cuales
necesitan de otro tipo de financiación para que sigan funcionando, llámesele
copago, multas, tributos parafiscales u otro tipo de ajustes, casi siempre a
cargo del ciudadano que los demanda.
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