LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ERA ESTO
Por José Antonio Flores
Vera

Y
es por eso por lo que conviene hacerse las preguntas adecuadas. Sobre todo,
para intentar comprender cómo millones de votos de países con democracias
consolidadas avalan lo que parece denostado por otros tantos millones de
ciudadanos, incluidos los que habitan en estos países, y medios de comunicación
generalistas de medio mundo.
La
democracia es un salto al vacío, en ocasiones sin paracaídas. Porque de eso se
trata, de que no haya andamiajes ni estructuras que impidan esa libertad de
voto, para cumplir la máxima que siempre ha ido unida a este sistema político
de un hombre, un voto, por muy contrario que pudiera parecer a los intereses
generales esa decisión elegida libremente en las urnas. De lo contrario,
pudiera convertirse en un sistema amañado, en el cual solo es posible que el
voto válido sea el impuesto por una mayoría políticamente correcta, que en
ocasiones es más acartonada de lo que estamos dispuestos a creer, si no
manipulada o tergiversada.
En
democracia hay que admitir los resultados que provienen de las urnas, siempre y
cuando el sistema electoral se compruebe limpio y acorde con la ley. De lo
contrario, se violenta el principio más sagrado de este sistema político, que
parece ser es al que aspiramos la mayoría de los ciudadanos del mundo. Otra
cosa es despotricar sobre la deriva del mundo, la falta de valores, de cultura,
de compromiso…Son otras cuestiones distintas que necesitarían una valoración diferente.
Quizá,
lo más honesto y sensato sería preguntarse por qué medio mundo vota de manera
tan sorpresiva para el otro medio. Por qué una mayoría de españoles decide que
siga gobernando un partido inmerso en casos de corrupción tan graves, o un gran
número de británicos aboga por alejarse de la Unión Europea, o millones de
estadounidenses eligen dar la espalda a políticas de más calado socialdemócrata
y optan por políticas ultraliberales. Porque no siempre la respuesta está en el
análisis demoscópico de la intención de voto, sino que también hay que buscarla
en los motivos que han provocado dar la espalda a otras opciones políticas, en
teoría, más comúnmente aceptadas o, tal vez, no tan denostadas. Es importante
en este aspecto que las opciones perdedoras comiencen a hacerse planteamientos
serios sobre sus fracasos políticos y electorales, incluso antes de despotricar
sobre esos millones de votos alejados de sus intereses. Preguntarse por qué sus
opciones políticas son menos atractivas que las que ofrecen otros actores
políticos con aparentes intereses contrapuestos a la mayoría.
Porque,
insisto, la democracia también era esto.
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