Erase una vez un país muy soleado y con bonitas playas y monumentos en el que gobernaba un anciano rechoncho y de pequeña estatura. Este gobernante murió y en su lugar nombró a otro más alto, delgado y joven, pero que con el paso del tiempo también se hizo anciano. A este último lo llamaron rey. Al poco de gobernar, este hombre joven se reunió con otros poderosos del lugar y decidieron comprar una herramienta muy útil a la que llamaron democracia. Era una herramienta nueva en el reino y muy pocos la conocían. Hay quien cuenta que unos años antes de que gobernara ese anciano rechoncho se le vio por aquí, pero no gustó demasiado y fue devuelta cuando aún estaba en garantía.
La herramienta que compraron no era nueva, a pesar de que era cara y tuvieron que ir a buscarla a otros países de un lugar grande llamado Europa, los cuales ya la utilizaban con satisfacción. Los súbditos de ese bonito lugar de sol y playas hermosas daban botes de alegría al conocer esa noticia. Pensaban que todo lo que se había hecho mal durante el gobierno del anciano de baja estatura se arreglaría gracias a esta nueva herramienta Pero se ve que la que compraron estaba defectuosa porque al poco comenzó a funcionar muy mal. El hombre joven que fue elegido rey y que luego se convirtió en anciano hizo cosas malas, pero no se supìeron hasta que ya dejó de ser rey y los hombres poderosos -que hacían las leyes y tenían grandes bancos- de aquel bonito lugar juguetearon con esa herramienta a su antojo, a pesar de que cada día funcionaba peor. Los súbditos dijeron a voces en las calles y plazas que había que arreglar la herramienta o bien sustituirla por una nueva, pero los hombres poderosos no hicieron caso porque a ellos les funcionaba bien, dijeron.
Entonces, con el paso de los años, esa herramienta comenzó a hacer cosas extrañas y cada vez funcionaba peor, de manera que su mal funcionamiento contagió a todo el mundo y, de pronto, unos hombres que también eran muy poderosos y que hacían juicios a los hombres más malos del reino, comenzaron a comportarse de igual manera y en vez de encerrar en la cárcel a los malos y poderosos (que habían roto esa herramienta, que costó tanto al reino), los dejaban libres.