¿EDGAR ALLAN POE, AUTOR MALDITO?
Por José Antonio Flores Vera
Hay escritores con fama de malditos. Y
ya nada hará que cambié la opinión pública hacia ellos. Han crecido en la
literatura con esa vitola, siendo su signo de identidad y su desgracia al mismo
tiempo. Ha bastado con que un primer biógrafo les haya etiquetado como tales
para que ya nadie desdiga ese atributo. Una etiqueta que les ha dado fama una vez
muertos, pero que les perjudicó en vida. Que les ha posibilitado que se conozca
universalmente su obra, a pesar de que jamás gozaron de las mieles del triunfo
mientras vivieron. Ocurre no solo con escritores, también con músicos,
pintores, escultores…Casi todas las ramas artísticas han contado con alguno o varios
en sus filas.
Entre éstos, circunscrito al plano
literario, quizá el caso más singular haya sido el de Edgar Allan Poe
(Bostón,1809-Baltimore,1849). Etiquetado, casi desde el principio con el
sobrenombre de maldito, gran parte de su obra ha sido leída, juzgada y
analizada bajo ese prisma, si bien podría tratarse más de un adjetivo histórico
impuesto en algún momento concreto que de una realidad, sobre todo si leemos
con atención la enorme, rigurosa y documentada biografía que fue escrita sobre él,
en 1995, por el escritor francés Geoges Walter (Budapest, 1921-2014), el cual evita
en todo momento – si no defiende- referirse a ese sobrenombre de maldito,
sabedor que ya poco podría hacer, principalmente desde que un autor celebre,
Baudelaire (etiquetado también como maldito) así lo calificara en su momento en
otra peculiar y clásica biografía sobre Poe y su obra escrita en 1856.
Ahora bien, para el autor de Las
flores del mar, Poe tan solo contaba con la maldición de las letras y toda su
vida fue una constante búsqueda porque se conociera y publicara su obra, casi
siempre sin éxito. Y si leemos con atención la biografía de Walter no será
posible encontrar en el autor de El cuervo a un creador herido por la
maldición, sino a un incansable trabajador de la literatura y de la prensa que
apenas lograba sobrevivir con su afanoso trabajo como redactor en varias
revistas y periódicos y casi toda su vida consistió en la búsqueda de ese
puesto fijo de inspector de aduanas, que jamás llegó. Quizá ésa sea la versión
del escritor de Baltimore que menos se conozca o, tal vez, menos interese
conocer porque el mundo editorial ha encontrado un buen filón gracias a su
etiqueta de maldito.
Hechos más o menos contrastados o
dudosos hicieron de Poe un maldito para sus contemporáneos y algunos biógrafos.
Esas visitas nocturnas al cementerio (delirios de juventud) para ver la tumba
de su platónica amada forma parte de ellos, pero también sus locuras etílicas,
algo más dudosas, en palabras de algunos admiradores de su obra, así como su
peculiar literatura alejada de la amabilidad y de las buenas formas, y su
acerada crítica a muchos de sus colegas contemporáneos, bastaron para la
construcción de la leyenda que hoy nos ha llegado sobre este autor. Lo que sí
queda, más o menos claro para todos, incluso para sus detractores más
furibundos, es su talento, sobre todo en la narrativa corta del cuento y el
relato, así como para la poesía, faceta del autor norteamericano que es menos
conocida, a pesar de que es casi más amplia que la narrativa.
Y si la maldición tiene alguna
aureola desde el nacimiento, sus detractores siempre dirán que murió (fue
encontrado muerto en extrañas circunstancias en una calle de Baltimore) como
vivió, envuelto en esa extraña maldición que queda muy bien para etiquetadores
literarios, así como para quienes gustan de buscar una literatura gótica cuyo
origen podría partir de su poema narrativo El
cuervo, o tal vez, de su cuento El
gato negro; o bien, auspiciadores de la literatura negra que bien podría tener
su origen en Los crímenes de la calle
Morgue. En todo caso -y es solo una opinión- nos encontramos ante un autor
muy prolífico y con gran talento literario -insisto-, cuya hipotética
maldición, de haber existido, lo hubiera postrado en la más absoluta inanidad
creativa, cuando su vitalidad literaria está demostrada dada su ingente obra
que incluye cuentos, relatos, poesía, novela e, incluso, ensayos tan peculiares
como Eureka.
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