No descubro nada si afirmo
que nos encontramos en unos momentos muy críticos en torno al mundo del libro y
todo parece conspirar en contra, pero el libro físico, el libro en papel,
siempre tendrá su sitio. En algunas ocasiones se encontrará más cómodo que en
otras, pero su lugar ya lo tiene asegurado desde que se inventó la imprenta.
Otra cuestión muy distinta es preguntarse sobre qué tipo de libro perdurará en
el futuro.
Qué duda cabe que
son momentos difíciles los actuales a pesar de que el libro tenga ganado su
sitio desde hace siglos. La irrupción de los libros electrónicos, la irrupción
de las redes sociales e Internet, que resta tiempo a la concentrada tarea de
leer, los bajos índices de lectura, debido a motivos complejos que van desde el
caótico sistema educativo hasta la creciente frivolización que inspiran los
medios de comunicación, con la televisión a la cabeza: programas basura a todas
horas, vida y milagros de estrellas deportivas o musicales por doquier, el
permanente mensaje hacia los más jóvenes -y hacia los no tan jóvenes- sobre la
importancia del éxito, el dinero y el glamour a toda costa; el también
permanente mensaje del mercado sobre el camino hacia el éxito por la vía
fácil..., todo conspira contra la lectura, que es un ejercicio de calidad
humana -quizá uno de los de más calidad humana-, de desarrollo personal, de
felicidad y de placer que, eso sí, exige un hábito y un esfuerzo que cada vez
menos personas están dispuestas a asumir.
Qué duda cabe que existen muchos libros que son exitosos,
pero no nos engañemos. Si miramos los datos comprobaremos que muy pocos tienen
un contenido literario y culto. La mayoría son libros escritos por personajes
mediáticos que salen en televisión y en las revistas del corazón. Personas que
no tienen mucho qué decir, pero por el hecho de ser muy famosos, todo lo que
tocan se convierte en oro, como si de nuevos reyes Midas modernos se trataran.
Dará lo mismo que escriban -o le escriban- un libro, anuncien un coche o,
sencillamente, pongan de moda un tipo de peinado, todo lo que hagan tendrá un
éxito absoluto al instante. Pongamos por ejemplo hipotético que el futbolista
Cristiano Ronaldo mañana publica una pretendida novela histórica, negra, de
misterio, contemporánea o del género que le plazca, pónganse a temblar,
entonces, Arturo Pérez-Reverte o Javier Marías. Ronaldo les superaría en
ventas, sin que tenga importancia que la novela tenga calidad o no la tenga. Lo
importante es que la haya escrito el personaje, no el autor. Y luchar contra
eso es casi imposible porque el individuo es soberano en sus decisiones y dueño
de su dinero. Para que eso no fuera posible, tendríamos que contar con una
sociedad con otros valores, pues convencido estoy de que el destino de los
pueblos no lo marca el sustrato de las ideas sino el de los hechos, el día a
día.
Que eso sea así puede ser dramático para muchas personas,
amantes de los buenos libros, y se sientan decepcionadas en el plano intelectual, pero no para otras. De hecho,
los mercaderes de los libros, esas editoriales gigantes, controladas por
grandes corporaciones o fondos de inversión, no albergarán demasiado
sentimiento de drama si su balance de resultados sigue siendo excelente. No
dudarán un minuto en lanzar al mercado enormes ediciones del último libro de un
cocinero famoso o de las cortas memorias de Leo Messi (al que no hay que
negarle su calidad como jugador de fútbol) si saben que harán más caja. Es más,
detendrán la maquinaria de la imprenta del último libro del mismísimo Vargas
Llosa si consideraran que otro libro de un personaje del papel cuché tendrá más
ventas y no puede esperar ante la demanda del mercado.
Eso provocará que cada vez serán menos las personas que
decidan dedicar años de su vida a escribir una buena obra literaria. Pondrán en
un lado de la balanza el tiempo invertido y en el otro los resultados obtenidos
y no habrá color. Por tanto, con el tiempo, es posible que nos veamos impedidos
de poder leer libros dignos, pero así es el mercado. Y si no existe una
completa política cultural destinada a que los buenos libros no desaparezcan,
poco se podrá hacer. Por desgracia, los actuales gobiernos -y no sólo los
españoles- cada vez están más constreñidos por los intereses económicos de las
grandes corporaciones y ya poco les interesa promover una política cultural que
esté destinada al fomento del buen libro y de la lectura.