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Creo que la primera vez que escuché el grito de libertad fue en la película "Una habitación con vistas", la excelente película de James Ivory, basada en una novela del escritor inglés Edward Morgan Foster.
El joven burgués rubio y atolondrado estaba en lo alto de un árbol y gritó: ¡libertad!. E, incluso, es posible que haya escuchado ese grito en alguna película de héroes que luchan contra el poder establecido. Pero no lo he escuchado en la vida real, porque se supone que somos libres o, tal vez, nos conformemos con la libertad que nos ha sido concedida.
Yo creo que como os pasa a vosotros-as, que acostumbramos a correr, esta actividad me hace libre. Y aunque no lo digamos constantemente, siempre experimentamos esa sensación cuando nos perdemos por caminos, carreteras o veredas.
Pues resulta que esta mañana de jueves, a las doce, aproximadamente, cuando llevaba once kilómetros de mi ruta de casi catorce kilómetros (trece kilómetros y ochocientos veinte metros, según indicó finalmente el Forerunner), grité de forma audible: ¡libertad! Y es que me sentía bien, me sentía libre ante una Vega que destilaba una luz grisácea pero al mismo tiempo nítida, con unos caminos que aún rezumaban humedad tras las espectaculares lluvias y nieves y una soledad sobrecogedora que profería un escandaloso silencio, por lo que no pude evitar que mi grito fuera espontáneo.
Seguramente a cualquier persona que pudiera deambular por los alrededores ese grito le podría resultar extraño de tan acostumbrados que estamos a sentirnos libres, aunque ese tipo de libertad que declamé a los cuatro vientos era otra muy distinta a la conseguida a golpe de conquistas sociales y económicas.
No niego que el aparato que en ese momento tenía en mi muñeca izquierda pudiera haber favorecido esa actitud, por muy extraño que eso parezca. Y es que poder consultar en cualquier momento el ritmo al que corres y los kilómetros que llevas, así como una aseveración tranquilizante del ritmo cardiaco añade más libertad si cabe al acto de correr.
En realidad, no es ninguna barbaridad afirmar que la tecnología en este caso añade mejores argumentos para correr con mayores elementos de juicio, sin que esa tecnología sea llevada a extremos alejados de la verdadera esencia de correr.
Intuyo que mi relación con el Forerunner va a ser empática, si es posible elevar este aparato a la categoría de compañero de viaje.