Tentado está uno de volver a escribir sobre la crisis, sobre todo tras comprobar el nuevo batacazo -pero el de hoy mayúsculo- alcanzado por el Ibex-35 hispano, que hasta a mí me ha preocupado. Pero no, fiel a lo anunciado ayer -y aunque parezca que nado contra corriente, que también es cierto-, seguiré sumergido en tierras jiennenses, ahora que el tiempo de otoño acompaña, para liarnos con historias de templarios y ritos ancestrales de los que tanto atesora esta fascinante ciudad interior, que un día me impresionó cuando la contemplé desde el Castillo de Santa Catalina, sede del Parador Nacional de Turismo de esta ciudad.
Pero en fin, mejor que yo, dejemos que sea el artículo que publiqué en Ideal, no sé si hace año y medio o dos años. Un artículo que habla de todo eso, de escritores que utilizan otros nombres y de amigos escritores que descubren todo ese divertimento.
NICHOLAS WILCOX Y EL DIVERTIMENTO LITERARIO
En estos días de verano tardío donde el tiempo oscila entre lento y rápido nada mejor que el antídoto del recogimiento lector, que asume un papel como de frenada de emergencia ante la revolucionada vorágine de los meses de hastío. De ahí que aprovechen las editoriales para sacar en estas fechas una buena parte de sus novedades editoriales y los quioscos se metamorfoseen en libros por entregas, sabedoras del ralentí biológico que necesita el ser tan cansado de descansar y ya dispuesto a enfrentarse a otro tipo de medusas, de bocado más incierto.
En esa aventura de la lectura y a la espera del cambio climatológico que desdiga el tiempo tórrido una fórmula casi siempre exitosa suele ser la novela histórica, tan extendida en nuestro tiempo. Es posible que el fenómeno avasallador de ésta, como dice Pérez Reverte, no sea otro que la ausencia de enseñanza histórica en los nuevos planes de estudio. Si es cierta esa afirmación, habría que decir que bienvenida sea esa ausencia, ya que existen algunas obras de este género excepcionales, además de bien documentadas. Sería entonces como leer historia sin la rigurosidad y academicidad del ensayo, además de tener la oportunidad de enfrascarnos en una buena novela.
En ese género de novela que alude a elementos históricos, pero en este caso narrada desde el prisma de la actualidad, es probable que haya caído en las manos del hipotético lector alguna novela de Nicholas Wilcox, hispanista inglés que ha tratado en su obra los asuntos templarios de manera magistral en momentos en los cuales casi nadie escribía novelas sobre templarios. Además, existe toda una aureola misteriosa sobre la identidad del autor, descubierta, como ya sabrán, por Pérez Reverte en un famoso artículo publicado en 2002.
Esa curiosidad, o fascinación, o misterio, hace que el lector se interese por las novelas del supuesto hispanista inglés, pudiendo ser muy probable que se introduzca en la novela de título “La lápida templaría” que nació como best seller, aunque no adolece de apuntes literarios referentes a las grandes pasiones humanas de las que siempre se ha servido la novela. La sorpresa del lector irá en aumento cuando descubra que casi toda la acción que sostiene la trama transcurre en la provincia de Jaén, dejando algún espacio al Albaicín granadino, lugar donde mora uno de los personajes. Lógicamente, si no conoces el misterio que envuelve la aureola del personaje inglés, acabas por pensar que qué haces con tu tiempo y a reprocharte la escasez de conocimiento de lo que te rodea, cuando un inglés, nacido en Sudáfrica, tiene más información que tú sobre estas tierras en las que moras. Sin embargo, si has leído con antelación el artículo de Pérez Reverte, la congoja y la frustración ya no es tan grande porque sabes que detrás de la figura de Nicholas Wilcox se encuentra el escritor de Arjona - cuna de Alhamar, fundador de la dinastía nazarí- Juan Eslava Galán, ganador del premio Planeta en 1987, con la novela “En busca del Unicornio”, y antiguo estudiante en
Sin duda estos divertimentos son elementos que forman parte de la buena literatura, muy aconsejables en los meses en que las medusas descansan de sus voraces bocados, claro, siempre y cuando el espíritu y la mente necesiten estímulos alejados del mundanal ruido de la ciudad tras los meses veraniegos, y para ese cometido nada mejor que conocer la historia correctamente novelada en la mayoría de los casos, o magistralmente novelada en algunos otros. La novela no puede ser nunca una invención si baraja datos concretos. Es más, no puede ser jamás una invención en ningún caso, a lo sumo una mezcla de ficción y realidad, donde la realidad no es identificable y la ficción puede ser la realidad más común.
En el sentido de la ficción, que podría no ser otra cosa que alguna vida contada, o tal vez exagerada, según podría afirmar Bryce Echenique, mezclada con los datos contrastados, Nicholas Wilcox ó Juan Eslava Galán nos presenta el misterio templario y otros misterios más cercanos de la vida, de manera que el divertimiento de la literatura, sus historias y personajes, hace que el viajero literario y el real conozca ya por donde guiar sus pasos en el descubrimiento del pasado. Desde ese comienzo, entonces, ya es posible saltar en la búsqueda de una supuesta lápida que encierra el secreto salomónico del universo, o bien, visitar verdaderas obras de arte erigidas por supuestos miembros de la macro orden medieval, guerrera y religiosa. Por tanto, es posible saltar a tierras navarras para conocer la iglesia románica de Santa María de Eunate y afanarse en una mezcla de literatura y placer viajero para descubrir el Bafomet templario o el símbolo de los dos caballeros. En cualquier caso el viajero siempre descubrirá regalos para la vista y también para el sentimiento, producto de conjugar la literatura con la historia, o simplemente para poner en marcha su imaginación, pudiendo ser todo ello entrelazado admirablemente por una mente escrutadora, atenta y aislada convenientemente de la vacuidad y zafiedad en que pretenden convertir nuestros días los programadores televisivos y demás expertos en vampirismo social, el cual se extiende ya peligrosamente hacía terrenos más particulares de nuestro quehacer diario siempre solícito a interrumpir cuando ni siquiera es llamado.