La primera vez que visité la parte de La Mancha quijotesca no podía evitar en cada pueblo y en cada plaza, dejar de evocar la obra de Cervantes. Acostumbrado a imaginarme paisajes austeros e historias impresionantes con la lectura del Quijote, visualizar por vez primera lugares que parecían haberse detenido en el tiempo significó un gran descubrimiento y una mayor dosis aún para mi imaginación.

El patio de entrada de la casa del Caballero del Verde Gabán. Villanueva de los Infantes.
En Villanueva de los Infantes, Mati y yo, pudimos, ver la Casa del Caballero del Verde Gabán (que protagoniza uno de los capítulos del Quijote) y no podía dar crédito a aquella conversación que mantenía con su dueño - un señor mayor exquisítamente educado-, consistente en la similitud de lo narrado con la esencia actual del patio que da entrada a la casa.
Su dueño me comentó que intentaba que todo estuviera tal y como narró Cervantes en su universal obra y eso me pareció la mejor contribución que se puede hacer a la literatura cervantina.
Aquel pueblo de la provincia de Ciudad Real, que lleva a gala ser uno de los más presentes en la obra de Cervantes, no dejaría de ofrecernos satisfacciones ya que allí reposan los restos de uno de los escritores más ilustre y brillante de las letras hispanas: Francisco de Quevedo y Villegas. De hecho, en la mayor iglesia - en la Plaza Mayor- de esta población están sus restos y en esta localidad pasó sus últimos días, en un austero cuarto, cuya recreación es evocativa.

La última morada de Quevedo. Villanueva de los Infantes.
Que se posibilite la fusión entre la historia y la realidad es un verdadero hallazgo.
En aquel primer viaje continuamos la ruta quijotesca preestablecida y gracias a que estudios detallados han logrado ir localizando parte de los lugares citados enigmáticamente en El Quijote, pudimos ir visitando lugares claves. En Argamasilla de Alba, no lejos de la autovía que une Andalucía con Madrid, pudimos conocer una de las moradas obligadas del escritor de Alcalá de Henares: la Casa de Medrano, cuya bodega sirvió de prisión espontánea a Cervantes, siempre abonado a pendencias diversas. A aquella bodega bajamos y pudimos hacernos una idea del lugar donde sostienen algunos eruditos fue comenzado El Quijote. Y, aunque, casi siempre es la literatura, y no la realidad, la que nos hacer viajar a lugares imaginarios no pudimos resistirnos ver el decrépito estado de lo que según la tradición fue la casa del Bachiller Sansón Carrasco en este típico pueblo manchego, totalmente vinculado a Cervantes y su obra.
Igualmente visitamos Alhambra, en cuyos vastos campos pudieron celebrarse las Bodas de Camacho, y no dejamos de visitar Pueto Lápice, en cuya Venta -todavía establecimiento hostelero-,se sostiene, se manteó al bueno de Sancho y fue "ordenado" D. Alonso Quijano, caballero.
Igualmente sabíamos que visitando El Toboso no encontraríamos a la amada de D. Alonso Quijano, Dulcinea, pero sabíamos que no podíamos dejar de pasar esa oportunidad y sentirnos parte de esa historia universal.
Mucho disfrutamos de aquel viaje. Por eso en este segundo la agenda era distinta.
Sin tener tan presente a Don Quijote, en esta ocasión volvimos a sumergimos en el interior de tierras manchegas, siendo inevitable parecer percibir en el horizonte a un tipo largirucho con lanza montado en raquítico caballo y a un español de bien rechoncho y embrutecido a lomos de un inocente y cansado asno. Esa imagen podría estar totalmente asociada al rojizo paisaje manchego, aunque ahora la idea era ver lugares, igualmente míticos, pero por distintos motivos. Como es el caso de las Tablas de Daimiel.

Las Tablas de Daimiel.
Y he de decir que para nada me ha defraudado esta nueva visita a la Mancha.
Uno siempre conserva en la mente los lugares literarios e históricos, sabedor de que son pocas las ocasiones en las que la realidad coincide con la imaginación.
Sin embargo, en muy raras ocasiones lo imaginado con la lectura se presenta ante los ojos en la realidad. En pocas ocasiones ocurre esto, pero cuando ocurre la satisfacción es infinita.
Y aunque cambien los tiempos, todo esté contaminado por el turismo de masas, aunque delante de un monumento insigne uno encuentre aparcado un cuatro por cuatro, siempre habrá lugares que podrán bailar con la imaginación. Y de esos pocos lugares, La Mancha quijotesca está entre ellos.