
¿ A quién no le apetecería correr por este entorno? En el centro con patio circular, a modo de gran claustro, el Palacio de Carlos V.
Resulta que la semana pasada Mario y yo hablamos de salir tarde a correr, a esos de las ocho - las 20 horas-. Una hora que es la única que puede ajustar él para correr por motivos laborales y que a mí no me viene nada mal algún día a la semana, ya que de esa manera no hay que estar vomitando ese día el almuerzo, procurando salir a correr antes de que caiga el manto negro. En cambio el jueves o el viernes, habitualmente, intento adaptar la comida al correr; prefiero comer poco e irme a correr a las cinco de la tarde, antes que atiborrarme de comer y no poder hacer la digestión y, de esa manera, no tener más remedio que salir de noche a trotar por la ciudad, algo que como ya he dicho en bastantes ocasiones no me place. Pero el miércoles es distinto. Porque vas acompañado y porque el recorrido es mágico, perfecto.
El miércoles pasado quedamos Mario y yo en la Autopista que conduce a Málaga, junto al barrio de La Chana y, al parecer, la idea era rodear este amplio barrio en el que vivo, algo que él ya había hecho en alguna ocasión. Pero llegué al lugar de encuentro y sin cirugía solté a mi paisano (es de Pinos Puente como yo): Vámonos a la Alhambra. No lo refutó ni un segundo y salimos en dirección a la Avenida de la Constitución, que con su recién estrenado bulevar central ofrece unas condiciones magníficas a los corredores, y cruzamos desbocados las amplias rotondas, aprovechando los segundos que no son invadidas por los coches, a esa hora de la tarde, y pasamos raudos entre los viandantes. Continuamos por Gran Vía, que dada su nueva configuración, con aceras anchas, también ofrece ventajas al corredor, y al final de esta arteria central de Granada, pensando yo que subiríamos por Plaza Nueva hasta la Cuesta Gomérez y de ahí hasta la Alhambra, soltó Mario también sin cirugía: vamos a subir por el Barranco del Abogado, y claro, quien conozca Granada y esa zona sabrá que no es igual subir por la famosa Cuesta Gomérez que subir por el Barranco del Abogado, ya que la subida al monumento a través de ese barrio altísimo de Granada es tremenda, pero la belleza es tan extasiante que se te olvida casi que estás subiendo. Pero las piernas, sin memoria - o con mucha - no olvidan.

Las subidas al Barranco del Abogao se las trae
La bajada por la Cuesta de Gomérez es muy agradable a esas horas
Trás acabar de cruzar el Barrio del Realejo, por la Calle Molinos, comenzamos a subir por la Antequeruela y no contentos, cuando el Hotel Alhambra Palace ya casi lo tocamos, doblamos a la derecha, y trás unos pocos metros más suaves, la subida se empina en la misma proporción que la ciudad va penetrando por los ojos y los sentidos. Finalmente las ascensión culmina en otra ascensión, que es la última parte de la carretera que conocemos como "nuevo acceso a la Alhambra". Y Mario sigue proponiendo subir ante mi mutismo, no sé si por asentimiento o por inanición. Así que seguimos subiendo, rodeando el cementerio al comienzo de la subida al Llano de La Perdiz. A esas alturas y a esas horas el lugar está oscuro y casi desierto, a excepción del trajín que provoca siempre la presencia de dolientes en la puerta del cementerio. Pero quiero destacar el frío. Y quiero destacar el lugar. Y quiero mezclar y que procuréis mezclar en vuestra imaginación ese frío y esa quietud; y la soledad del lugar y el bello misterio que supone ir acercándose a una Alhambra otoñal y misteriosa como nunca, pisando hojas caídas. Porque a la vuelta del cementerio, penetramos en la en monumento nazarí, candidato a maravilla del mundo, a través de la llamada Cuesta de Carruajes, otra cuesta pequeña pero dura en la que Mario aprieta, y entramos en la hermosa plazoleta jalonada por una impresionante mole, dotada de un volumen portentoso: el Palacio de Carlos V, rodeado éste de edificios de arquitectura árabe, que conjugan a la perfección el pasado de Granada, esa forzada fusión entre el mundo árabe y el mundo cristiano. Entramos por un arco árabe y en vistas de que la puerta de salida ya estaba cerrada, dimos la vuelta y bajamos -ahora sí- por la Cuesta de Gomérez, en dirección de nuevo a Gran Vía y Avenida de la Constitución.
Disfrutamos mucho de ese recorrido, acabado a las 21 hora y 20 minutos, pero sufrimos, principalmente porque el ritmo fue alto, tal vez demasiado alto para el propósito de un entrenamiento de más de 16 kilómetros, con importantes subidas.
Pero ayer, nuestro segundo miércoles nazarí, suavizamos algo la marcha y yo decidí ir cómodamente embutido en malla larga y sudadera técnica más gruesa: quería disfrutar del recorrido, del correr y que el frío no me negara esas sensaciones. Y vaya si disfrutamos del recorrido y del correr. En mi opinión, mucho más que el miércoles anterior, porque nos pareció lógico bajar algo el ritmo (que siempre estuvo por debajo de cinco minutos el mil, no obstante) y saborear en todo momento toda esa belleza que va penetrando por los sentidos, al tiempo de gozar de la posibilidad que nos dan nuestras piernas y nuestro corazón: el privilegio de penetrar en el siempre misterioso bosque de la Alhambra a esas horas tan avanzadas de la tarde-noche.
Confío que el miércoles siempre sea alhambrero y confío que el grupo se pueda incrementar paulatinamente, porque nadie debería perderse estas sesiones mágicas, que también se convierte en mañaneras para otros miembros del grupo.