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CIGARRAS Y HORMIGAS
Hace bien poco, en época de vacas gordas, producía sonrojo ser hormiga. Serlo desprendía una especie de hedor insoportable a perdedor. De hecho, todo el mundo se apuntaba al partido de la cigarra y ningún valor se concedía a las palabras de los antepasados cuando apostaban por el esfuerzo personal y el trabajo, visto como mal bíblico al tiempo que aconsejable.
Habiendo riqueza todo el mundo quiere su parte, que considera le es legítima y que le corresponde sin paliativos.
Pero, claro, llega el invierno para la cigarra. Y con la llegada del invierno ésta aporrea la puerta del partido de la hormiga e intenta asaltar sus despensas, llenas gracias a esa devoción por el esfuerzo.
No me cabe duda que España se ha convertido en una metáfora de la famosa fábula, con el añadido de que en nuestro idílico país los inviernos también eran prolijos en abundancia, ese cuerno que parecía tener dimensiones infinitas. Aunque todo se acaba.
En los últimos años nadie, ni particulares, ni empresas, ni administraciones públicas, nadie, se ha preguntado de donde provenía la riqueza. Simplemente, como ocurre con la fruta de los árboles, bastaba tan sólo con alzar los brazos y coger lo que se quisiera, sin importar ni su origen ni su destino.
Existiendo riqueza todos ganamos, afirmaban unos y otros. Se vendían bien los pisos porque siempre hay quien los compra, dijo un ministro y España es el país en el que es más fácil hacerse rico, dijo otro; había lista de espera para automóviles de alta cilindrada y se despreciaban los utilitarios; escaseaban las mesas de restaurantes caros y se ignoraban los menús; incluso los armarios estaban llenos de visones y otros derivados. Aunque nadie reparaba que nos estábamos pudriendo de éxito superfluo.
En definitiva, todo el mundo miraba hacia otra parte. El ciudadano porque pretendía alcanzar un nivel de vida infinito sin hacer preguntas y el potentado porque ya había roto el saco de la ambición hacía tiempo y no era época de remiendo alguno. Por su parte las administraciones públicas vivían una especie de orgía recaudatoria derivada de la venta de inmuebles y elevado consumo y si a algún jefe intermedio se le ocurría hacer preguntas era amordazado a la silla y puesto con los brazos en cruz de cara a la pared.
Y, en fin, -se decían- porque a unos cuantos descerebrados se les ocurra alzar la voz contra todo este desaguisado, no hay razón para detener la maquinaria de hacer dinero fácil.
Comenzó a sangrar por los poros el país más poderoso del planeta, justo en el momento en el que uno de los mayores artífices del caos dejaba la presidencia. Pero esa sangría no sería más que el preludio de una sangría a nivel universal que ya se acerca, según los expertos económicos, a la recesión. Y ya se sabe que no estando acostumbrados a ceder, recesión suena como una palabra maldita.
El premio Nobel de economía, Paul Krurgman, ha visitado recientemente España y ha dicho que el panorama es terrorífico para este país, que no se recuperará hasta que no lo haga la zona UE. Incluso ha comentado que sería precisa una bajada de precios y de sueldos, que es algo parecido a intentar convencer a muchos millones de cigarras a que introduzcan austeridad en su vida y sigan los pasos de las hormigas. Pero si se ha nacido para cigarra difícilmente se podrá vivir como hormiga.