31 marzo 2010

"DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE CORRER", ÚLTIMO LIBRO DE HARUKI MURAKAMI


Pocas referencias tenemos del nuevo libro de Haruki Murakami que acaba de vez la luz editorial en España de la mano de la editorial Tusquet, pero el título y la portada no pueden ser más sugerentes.
Por lo pronto sabemos que está escrito por un escritor de raza que además considera el correr como una fuente inspiradora, de paz, de quietud y de bienestar. Qué duda cabe que pronto estará en los anaqueles de muchos corredores.
Una prueba más de que literatura y correr van de la mano. Eso a mí nunca me ha planteado ninguna duda.
En otro orden de cosas, daros las gracias y agradeceros sinceramente vuestro saludos y contactos a través del correo electrónico y enlaces al blog, algo que me place enormemente. Gracias sinceras.

25 marzo 2010

SIENTO QUE ESTOY VOLVIENDO




Cuando allá por el mes de agosto de 2009 el talón de Aquiles se plantó en esa dura carretera que baja de Tiena en un día de intenso calor, comprendí que aquello que tanto amaba había acabado para mí.
Mientras cojeaba ostensiblemente a la altura del cortijo de Búcor escuchaba el constante canto de las chicharras que en una percepción irreal de la situación parecían dirigirse a mí. Fue entonces cuando -como dicen les ocurre a quienes están a punto de morir- pasó por mi mente la corta carrera de corredor aficionado y todo lo que ese periodo había supuesto para mí.
Empujado por esas imágenes oníricas, allí perdido en la mitad de la nada, cada dos o tres minutos alternaba andar con correr, pero no podía correr más de un minuto seguido. Me detenía, me pinzaba con los dedos el talón de Aquiles izquierdo y lo zarandeaba a derecha e izquierda, como dicen los expertos que hay que hacer para comprobar si éste está fastidiado. Y, efectivamente, el dolor era importante.
Alzaba la cabeza, mientras ponía ambos brazos en jarras perdiéndose mi mirada en el horizonte, para llegar de nuevo a la conclusión que aquello había acabado: acabas de culminar tu último entrenamiento, lechón, parecía decirme una voz interior que volvía a confundirse con el canto de la chicharra.
Pero no derramé ni una lágrima y pensé en aquella frase de Borges cuando se quedó ciego: Tuve la precaución de quedarme ciego. Yo tuve la precaución de correr hasta el final. El escritor argentino sabía que jamás recuperaría la vista; yo sentía que jamás volvería a correr.
Y así se lo dije a amigos y conocidos, vislumbrando en ellos reacciones diversas.
En realidad nadie se lo creyó hasta que adquirí la bicicleta (por cierto, que ya va siendo tiempo de ir cogiéndo).
Pero tuve paciencia y esperé. De todas maneras no tenía otra opción. Si ya no iba a correr más en mi vida, o al menos sentía que no iba a correr en mi vida, ¿qué importancia tenía esperar dos meses, tres meses, cuatro meses...?
De manera que agarrado a la bici como única opción deportiva -que he de admitir me ilusiona mucho menos que correr-, un buen día dejé de sentir la más mínima molestia en el talón de Aquiles izquierdo, y con la precaución e inseguridad del viejo violinista que dejó de tocar el instrumento durante décadas, "desempolvé" las Brooks y troté durante tres o cuatro kilómetros sin el más mínimo dolor. En ese momento sí estuve a punto de soltar alguna lágrima.
La segunda sesión de entrenamiento fue mucho más larga y me sentía feliz cuando el mayor problema que detectaba cuando corría era que había perdido el fondo. Hasta ese momento no sabía que se podía nacer dos veces.
Y desde entonces la mejora ha ido a más.
Por eso, el otro día en Baza cuando completaba la primera media maratón digna desde mi segundo nacimiento, comprendí que si fuera religioso clamaría a los cielos que dios es grande.





Curiosamente la ruta que lleva hasta Tiena, es la misma que lleva a Moclín como recordarán algunos verdes. Y es a Moclín al lugar que se dirigen muchas personas creyentes en la primera semana de octubre para solucionar sus asuntos de promesas con el Cristo del Paño.


Ya digo: no soy creyente, pero es de justicia que aquella ruta de las cigarras que casi me apartó de correr deba ser homenajeada este fin de semana si es posible.

23 marzo 2010

ARTÍCULO IDEAL (23/3/2010)


En periodos de crisis como el actual los empleados públicos están de moda a su pesar. Se convierten en objeto de deseo y odio al mismo tiempo. Por lo que parece unánime la idea que metiendo en vereda a este colectivo la crisis se arregla. Es decir, menos empleados públicos menos gasto público. Solucionado. Es algo que parece estar en el subconsciente colectivo. Y si no lo está ya se las arreglan políticos y tertulianos sesudos para que esté.

Sin embargo -aunque englobado en el colectivo estoy- no seré yo el defensor a ultranza de todo ese amplio contingente porque es inmenso, variado, complejo, contradictorio y hasta indefendible en determinados casos (¿la autocrítica es políticamente correcta?). Es decir, que el corporativismo no está inscrito en los genes de este colectivo global, aunque sí existe en determinados cuerpos y grupos.

Pero resulta que, además, en nuestro país la diversidad administrativa dimanante de las tres administraciones territoriales e institucionales que penden de éstas hace aún más compleja la relación laboral de esos más de tres millones de empleados que prestan sus servicios profesionales en las distintas administraciones públicas, y que el concepto genérico funcionario ya resulta demasiado corto para nombrar a los cuatro tipos de empleados públicos: funcionarios de carrera, funcionarios interinos, personal laboral –ya sea fijo, por tiempo indefinido o temporal- y personal eventual, que son las denominaciones jurídicas que utiliza el nuevo Estatuto Básico del Empleado Público promulgado en 2007.

Esa complejidad, además, se ve reforzada por el excesivo volumen de precariedad existente protagonizada por interinidades –algunas de ellas perpetuas como las nieves del Kilimanjaro-, y la cada vez más preocupante existencia de personal eventual, cuyos titulares no tienen ninguna relación permanente con las distintas administraciones públicas en las que prestan sus servicios sino que dependen del cargo que les nombra basándose en una relación de confianza o asesoramiento especial y que es el tipo más venerado por los políticos, por manipulable, por intercambiable.

Pero por si el atento lector no lo sabe, hay que decir que la mayoría de los empleados públicos es de clase plebeya. Una ingente paria pública que no suele ver muchos dígitos a final de mes. Se trata de gente que, por su estabilidad retributiva, son apreciados sobremanera por las distintas haciendas públicas, bancos y aseguradoras, pero no tanto por sus empleadores.

Es más, por si tampoco se sabe, la clase política nada tiene que ver con la funcionarial, en sentido genérico, aunque sí existe una inconfesable clase funcionarial política. O viceversa.

No sabemos con exactitud por qué será, pero cuando se habla de empleado público (funcionario en vox populi) en el ideario común se piensa inmediatamente en un chupatintas, cómodamente sentado en una mesa y disponiendo de mucho tiempo libre, que es una imagen muy retratada desde aquellos artículos costumbristas de Mariano José de Larra y actualmente en las viñetas del genial Forges y que es algo muy alejado de la realidad actual, porque es empleado público el juez y lo es el barrendero de su pueblo, el general del Yak-42 y el ordenanza que renueva el agua de los oradores parlamentarios, que en más ocasiones de las necesarias no la necesitan. Y, claro, la complejidad viene dada por la dificultad de meter en un mismo saco a tan dispares colectivos.

En definitiva que falta información y la poca que hay está más en la órbita de la contaminación que de la información misma. Una contaminación que a la clase política le ha venido siempre muy bien si no es que ha sido propiciada por ella misma desde el día en el que decidió que la Administración Pública –con mayúsculas, como concepto- debía de estar al servicio del poder político y no al contrario. Desde ese día se fue difuminando esa línea funcionarial para convertirse en uno de los más útiles instrumentos de esa clase política provocando que el Estado de Derecho, que consagra con letras de oro nuestra Constitución, en más ocasiones de las aconsejadas deje de ser creíble ante la alta politización de la Administración, que también está ya contaminando al Poder Judicial.

Se tuvo la posibilidad de construir a principios de los ochenta -recién promulgada la Constitución de 1978- una Administración moderna y profesional, pero inmediatamente la clase política olisqueó la magnífica oportunidad que se le presentaba de utilizarla y adaptarla a sus intereses. Y con el paso de los años esa politización ha ido a más y pocos puestos públicos de importancia escapan hoy al control político y los que escapan lo hacen porque no tienen importancia.

Pero es que además, la irrupción de las denominadas genéricamente empresas públicas está creando una Administración paralela mucho menos garantista y mucho menos controlable en el ámbito presupuestario y que está sirviendo en muchos casos de cementerio de elefantes de políticos venidos a menos o sin oficio conocido más allá de la política, al tiempo que en la mayoría de las ocasiones se usurpan las funciones que deberían ser asumidas por los empleados públicos permanentes (de hecho, la mayoría de ese personal que trabaja en esas empresas públicas, por lo general, es personal contratado, ajeno a esa tipología de empleados públicos antes referida). Y, claro, ante este panorama difícilmente se puede montar una Administración profesional y creíble.

Por otro lado, nadie ignora que las distintas administraciones públicas necesitan cierta ordenación de los recursos humanos que evite esa surrealista desigualdad de tareas existente, pero para llevarla a cabo los distintos gobiernos que dirigen las distintas administraciones públicas tienen que, primero: tener voluntad política de construir una Administración moderna y eficaz y adaptarla a los nuevos tiempos; segundo: no rasgarse las vestiduras por la necesaria eliminación de altos cargos que esa ordenación conllevaría; tercero: despolitizar definitivamente la Administración Pública para que ésta sea más profesional e independiente del poder político.

Y mucho me temo que pedir que se lleven a cabo esas reformas en España, quizá, sea una petición utópica.

22 marzo 2010

MEDIA MARATÓN DE BAZA 2010




Domingo lluvioso. Anoventaydós tercemundista. Lluvia intensa. Una hora desde Granada. Baza: dormida aún. Más lluvia. Corredores en sus coches. Corredores en el Pabellón deportivo. Corredores bajo alféizares. Escasez de bares. Compañeros de Caja Rural. Alejandro que me llama. Equipación nueva de Caja Rural. Nike. Roja y blanca. Preciosa ¿Corremos con ella? Corremos con ella. Alejandro: Avisar a todos los compañeros del club que veáis y que vengan a recogerla. Más lluvia. Saludos a compañeros del Club. Saludos a viejos conocidos. Saludos a Roberto y Paqui. Saludos a Rafa Bootello. A Santi de Los Trotanoches de Guadix. Ni un verde. Sólo yo. Comentarios entre corredores ¿A cuánto irás hoy? Voy a ir tranquilo. Sí eso dices siempre. Risas. Buen humor. A pesar de la lluvia. Cómo es el circuito. Dos vueltas ¿Duras? Sí, en Baza casi todo es duro. Aunque hay buen terreno en algunos tramos. Más lluvia. Salida puntual. Un pelín de confusión. Unos cuatrocientos corredores. No para de llover. Lluvia durante todo el recorrido. Lluvia suave. Sin viento. Sin frío. Regulares sensaciones. Respiración deficiente. Pocos kilómetros en las últimas semanas. Se nota. Se aprecia. Enhorabuena por tu blog. Gracias. Camiseta técnica. Por fin. Excelente organización. Excelente agua en la ducha. Media maratón apenas urbana. Como siempre. Unos seiscientos metros menos según los Forer. Media maratón de Baza 2010.

Sobre el km. 11, bajo una intensa lluvia
(Gentileza de Roberto y Paqui)

18 marzo 2010

DOS HISTORIAS DE PERROS


La relación del hombre con el perro ha sido intensa desde siempre, hasta el punto de calificársele como su mejor amigo. Pero hay algo que no funciona entre el corredor y el perro. Tal vez se trate de una simple cuestión mecánica o, quizá, cierta falta de entendimiento sobre el territorio que ocupa cada cuál. El caso es que nuestra actividad provoca en nuestros amigos del alma una extraña mutación.
La reacción de este animal cuando te observa corriendo es algo totalmente imprevisible y totalmente alejada del estereotipo de raza y confianza o desconfianza que nos inspire el "bicho", algo que comprendí un buen día y que comprenderéis cuando leáis las dos historias que me dispongo a contaros.
Sobre los avatares con perros todos los corredores podemos dar alguna versión, por lo que permitidme que teorice sobre dos de los encuentros más inverosímiles con un par de ellos.

La cruz la tengo con un perro en Caparacena, que ha provocado que evite pasar por una determinada zona del centro de la aldea cuando voy para Pinos Puente o vuelvo del Pantano del Cubillas. Observo un verdadero peligro en este perro, he de admitir.
Pero lejos de tener el aspecto de un can fiero, fuerte, sabueso, y con ínfulas de cabreado, se trata de todo lo contrario. Su aspecto nada haría pensar que estamos ante un animal terrible y totalmente decidido a saborear mi talón de Aquiles cuando la ocasión se tercie. Le tengo verdadero pánico a ese perro. Pero decía que para nada responde a esos atributos a los que hacía alusión líneas arriba. Todo lo contrario. La descripción sería más o menos ésta: no alza más de treinta centímetros de altura y probablemente su cuerpo no vaya más allá de los sesenta centímetros de largo. Además, su pelaje lanudo y su flequillo cubriéndole los ojos es bucólico y amable, uno de esos perros que uno ve por la calle junto a una señora mayor y que espontáneamente acaricia sin que le asalte la menor inquietud ante su ferocidad.

Éste de la foto, de aspecto amable y raza para mí desconocida, podría pasar por ser la fiera que quiere merendarse mi talón de Aquiles.

Pero es una fiera salvaje, creedme. Además, tengo la sospecha que, al contrario que la mayoría, éste viene tras de mí no con la intención de asustarme con su ladrido, nada de eso, viene con la intención de morder; de hecho me ha rozado con sus fauces el calcetín y sólo he podido salvarme a última hora gracias a plantarle cara jugándome el pellejo e intentando sorprenderle ante la desigualdad física.
Pero no queda ahí el asunto. Zaheridos por él, surge de todas partes una miríada de perros de todo tipo, que envalentonados por su iniciativa y liderazgo buscan también mi talón de Aquiles aunque, sinceramente, sospecho que todos éstos buscan más asustarme que morderme y sospecho, asimismo, que su envalentonamiento se debe al liderazgo del enano lanudo y no tanto a iniciativas propias.
Decía que nada es lo que parece en este mundo de canes y todo es imprevisible.
Un buen día, por un camino de la Vega se me plantó un perro de esos de color oscuro, con el hocico arrugado y negro y tórax prominente y musculado, dotado de fuertes piernas musculosas y cara de estar permanentemente cabreado; además creí vislumbrar que le colgaban dos prominentes colmillos y sus acuosos ojos se confundía con un hocico húmedo, completamente dispuesto a atacar y morder. Es decir, una verdadera máquina de matar si se lo propusiera.

Un bulldog francés, muy similar a mi amigo de la Vega.

Al verle plantado en mitad del camino y comprobar que no movía un músculo, atento y concentrado en mi llegada bajé el ritmo y miré a un lado y otro para buscar un atajo o esquivar su presencia. Pero se trataba de la Vega y a ambos lados tan sólo existían hazas y acequias y no había ruta alternativa. Así que ante mi desesperación el perro se fue aproximando lentamente hacia mí, con esa cara de estar permanentemente cabreado y esos músculos henchidos por el movimiento y cuando ya me disponía a defenderme con piernas y brazos el animal, sin cambiar un ápice su gesto cabreado (yo creo que estos animales son incapaces de mostrar un rostro relajado y amable dada la morfología de su rostro) comenzó a dar graciosos saltitos juguetones a mi alrededor y a restregarse amablemente entre mis piernas como esperando que le dejara caer un azucarillo. Tardé algunos segundos en salir de mi perplejidad y finalmente le acaricié su voluminosa cabeza. Y creedme si os cuento que el kilómetro largo que me acompañó fue uno de los más divertidos de mi etapa de corredor. Cuando decidió dar la vuelta -probablemente su casa estaría por los alrededores- sentí cierta tristeza y melancolía. Quien me lo iba a decir minutos antes.
Lo curioso es que antes de haber experimentado las sin par escenas no hubiera dudado ni un sólo segundo en adoptar al primero y rechazar al segundo.
Es decir, que como en la vida misma, las apariencias nos pueden llevar al mayor de los engaños.

15 marzo 2010

EL PROBLEMA DE LA CLASE POLÍTICA


Según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el ciudadano considera que la clase política se ha convertido en un problema. Sólo superan la inquietud del personal -lógicamente- la crisis y el desempleo.
Y es que ese sentimiento es algo lógico, obvio y hasta contrastable. Basta ver el volumen de corrupción, prebendismo, privilegios y otros enredos que se trae entre manos esta clase patricia, amigos del buen yantar y el mejor vivir como dijera aquel periodista. Haciéndolo, además, del esfuerzo de los ciudadanos que, paradójicamente, son los que les sostenemos en la poltrona.
Pero si eso se convierte en un problema general, mundial, que afecta tanto al primer mundo como al tercero (por cierto ¿cuál será el segundo mundo?) en países latinos, como es el caso de España e Italia, ya no se se trata tan sólo de un problema, sino de un "cáncer" que arrastramos desde siempre.
Ayer escuche decir a Pérez Reverte en Página 2 que España siempre ha sido un país enfermo y que nada ha cambiado a lo largo de la historia. Textualmente bautizó a Fernando VII -no lo olvidemos: antecesor de nuestros borbones- como un "hijo de puta" y a la clase política como una sarta de sinvergüenzas. Nada ha cambiado amigos, nada ha cambiado. Ni creo que nada vaya a cambiar. Al contrario.
Desde una monarquía inútil, que nada aporta ya a los intereses del Estado, pero sí a los suyos propios, pasando por una clase dirigente más pendientes de negocietes propios, de amigos, de parientes e hijos hasta una ciudadanía que comete a diario pequeñas corrupciones en cuanto se rodea del más mínimo poder, por muy vago y efímero que éste sea -algún día escribiré largo y tendido sobre eso- nuestra inmensa piel de toro está cubierta de una corrupción preocupante.
Preocupante porque no se trata tan sólo de que el dirigente sea de dicha condición personal (y hay que ser de una condición muy determinada para escalar en la selva política, creedme), sino que tal y como está diseñado el propio sistema todo lo que rodea al poder o al individuo mismo como ser dominante acaba imbuido por corruptelas y prebendas.
En mi opinión, no hay remedio y la abstención electoral cada vez será más importante.

12 marzo 2010

CONSEJOS PARA DESPISTADOS



Despistados como yo. Despistado genéticamente, sin remedio. Y hoy he dado sobrada prueba de ello.
Como casi todos los jueves por la tarde, me disponía a hacer mi ruta por las inmediaciones del Pantano del Cubillas. Todo estaba previsto. Comenzaría a eso de las seis menos cuarto y esos once kilómetros que proveía y preveía hacer estarían más que terminados a las siete menos cuarto, por muy tranquilo que hiciera el recorrido.
Pero una idea me asaltó llegando al comienzo de la ruta. Una idea que fue creciendo hasta hacerse certera. Exacto: no llevaba las zapatillas. Y ya no había tiempo para volver a por ellas.
Todo lo demás sí lo llevaba puesto: malla técnica corta Mizuno, técnica primera capa Asics e incluso los calcetines ¿Qué faltaba entonces? Pues eso, las zapas.
La solución llegó a mi mente casi de forma inmediata.
Llevaba las zapatillas-zueco de Adidas que siempre calzo antes y después de correr. Una zapatilla que, lógicamente, no sirve para correr, pero dispone de una buena suela y algo se podría hacer.
Y, efectivamente, aprovechando la zona de bosque que rodea el Pantano, muy cerca de la que un día llamé "la cuesta del perro", opté por algo que no viene nada mal y que habría que hacer de vez en cuando: técnica de carrera. Elevación de piernas hasta el pecho, golpeo en glúteos, multisaltos, zancadas...E incluso opté por alguna serie de cincuenta metros en cuesta, algo que resultaba muy difícil ya que la zapatilla-zueco se salía y no era cuestión de provocar una lesión estúpida.
Finalmente me dediqué a estirar a conciencia.
Si os sirve como opción "b", perfecto.
En fin, me topé con un limón y decidí hacer una limonada.
La solución para futuros - y seguros - despistes consistirá en lo que llamaré la "zapatilla de guardia". Resulta que en el coche tengo casi una muda completa para correr. Ahora añadiré uno de los cinco pares que dispongo, para que permanezca en el maletero de forma permanente.
Por cierto, digo bien: cinco pares, ya que ha llegado el quinto par de "obamalandía". Unas cegadoras y luminosas Asics 2130, probablemente la serie de zapatilla que más me guste.
Aquí están:

UN VIAJE A PARÍS (I)

Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París.      No es...