
No sé. En los días anteriores a la visita del presidente francés sentí como una especie de desazón, algo parecido a una angustia ¿Era por él? En el fondo sé que no. Vendrá acompañado por esa "gabacha", que en realidad es italiana y que todas las miradas, los objetivos, todo el marujeo de este país estará pendiente de ella, y no sé si sabré soportarlo.
Yo sé que vendo bien mi imagen. Aparento ser una mujer sofisticada y profunda e irradio una imagen de desapego hacia toda esa prensa rosa que me persigue allá por donde voy, aunque yo solo sé que me encanta que me retraten en esas páginas de colorines, en las que puedo lucir mi delgadez casi anoréxica y mi recién operada nariz (¿colaría ese mensaje de la casa alegando que padecía de problemas respiratorios?). Todo ese glamour me encanta, siempre que yo sea la protagonista, sólo yo. De ahí mi ansiedad.
Una ansiedad justificada porque con el presidente franchute viene esa Carla Bruni, que ya fue capaz de calentar la sangre a los flemáticos ingleses, y que incluso restaría protagonismo si quisiera a Michele Obama ¿Qué hacer, qué ponerme, como mirar a la cámara, como comportarme? Por lo pronto no voy a admitir que aparente ser más delgada que yo. Yo soy la princesa, y ella es una don nadie...bueno, ha sido modelo, cantante, pero eso no significa nada: yo vivo en la casa, hago lo que quiero, vivo a todo tren, sin importarme el precio de vestidos, maquillaje, caprichos. Por pronto mi esposo nada me niega, aunque en puridad nada se niega a sí mismo. Total, eso lo paga el Estado, es su lema.
Pero no quiero desviarme. Por momentos quisiera que esta señora del presi francés no viniera, que contrajera un pequeño catarro, que optara por no venir a España. De esa manera no tendría que pasar el mal trago de que me compararan con ella. Y si es así, no sabría que más hacer. Me operé la nariz porque con la anterior ofrecía cierto aspecto de meiga, adelgacé hasta lo infinito porque me veía rechoncha y bajita, adopté unos modos menos bruscos con mi esposo para que no pareciera que era un calzonazos. No sé que más podría hacer.
Por lo pronto mis cuñadas ya no cuentan. Una nunca contó. La pobre nació como nació y, para colmo, la separación de ese panoli la hizo desaparecer por completo. Es la preocupación más profunda que tiene mi suegro. Bueno, esa y las bebidas espirituosas. Por su parte, la otra, la más lista se va a otro país - ni siquiera me he preocupado por interesarme a qué país-. No es mala chica, pero le ha tocado en suerte un marido sin límites en ambición económica y ya estaba pisando terreno delicado; de hecho, la más interesada en que cambiaran de aires ha sido mi suegra, que nació para reinar según ella y no soportaba que se comportaran como nuevos ricos. Mejor así. De esa manera ya nada detendrá mis ambiciones.
Pero me concentraré en mañana. Buscaré un vestido con un color que atraiga las miradas hacia mí en vez de a esa italiana, pero me han comentado los asesores de la casa que, ojo, que estamos en crisis en España, dicen, que no está el personal para ver lujos y derroche, que vaya sencillita y repita vestido. Qué fastidio.