Reconozco que estoy algo nervioso. Porque el sábado es el día clave para la prueba de fuego, que determinará en gran medida mi puesta en escena de nuevo en los caminos. Nervioso e inseguro de intentar poder completar un recorrido modesto de no más de 10 kilómetros. Hay tantos anhelos reservados para ese momento que es mejor dejar la mente en blanco.
Pero al mismo tiempo también estoy mentalizado, porque es un trabajo picológico que he ido elaborando desde el día 8 de agosto, momento en el que me rompí gravemente, de que me quede en el dique seco. En el intento.
Y sé que existe anhelo y cierta ilusión, porque cuando esta tarde contemplaba toda la ropa deportiva que atesoro en la parte alta de un armario volví a ratificarme en la idea de que muchos aspectos de mi existencia están vinculados al deporte y que desde hace algún tiempo tomé conciencia que correr para mí es mucho más que un estado deportivo, es una forma de vida. Como lo fue en su momento el ciclismo y el fútbol.

Espero poder volver a estos días de vino y rosas (deportivamente hablando)
He abierto ese armario y he rozado con los dedos el tacto de la ropa técnica: de los pantalones, de las camisetas; incluso de los guantes y el casco de MTB. Y todo me ha parecido que está ahí, dormido, a la espera de saber, con la misma incertidumbre que yo poseo, qué ocurrirá el próximo sábado.
Porque sé que si el sábado por la mañana algo falla, significará que las opciones se agotan de forma considerable. Y, a pesar de ello no arrojaré la toalla.
Tanta es la fe que albergo que como si de una promesa se tratara, si todo resulta favorable sería capaz hasta de volver a abrir de nuevo aquel "diario de un corredor", que en el archivo duerme bajo el nombre: "vuelvo a los caminos".