15 septiembre 2013

¿NOS MERECÍAMOS LOS JUEGOS DEL 2020?

Debo dejar claro desde un primer momento una cosa como aficionado al deporte: que otorguen a un país la organización y celebración de unos juegos olímpicos siempre es una buena cosa. No voy a entrar en dicotomías sobre los puestos de trabajo y todos esos ganchos que esgrimen políticos sin escrúpulos para justificar algo que va a suponer mucho gasto público. Es más, ni tan siquiera me voy a referir al vergonzoso papel de la postiza alcaldesa de Madrid porque, sinceramente, creo que esta persona no merece ni tan siquiera un par de líneas. En lo que voy a entrar es la importancia que ha tenido la situación de este país y la lamentable imagen de la situación política tan salpicada de corrupción (¿O es que pensamos acaso que desde fuera no están asistiendo a nuestro espectáculo?). 
Y es que en realidad, la visión que han tenido los acomodados miembros del COI de nuestra situación global no es desacertada. Porque si España, y dentro de ella Madrid, es un país con infraestructuras suficientes para organizar un evento de estas características como ya demostró en Barcelona'92; infraestructuras que funcionan razonablemente bien como son los aeropuertos (¡será por aeropuertos!), los puertos, las vías ferroviarias, las autovías, las comunicaciones digitales, las plazas hoteleras, las instalaciones deportivas y un largo etcétera, por qué motivo los prebostes del COI nos han dejado tirados como a perros. 
Lo venía a decir al principio: porque nos han calado. Han detectado que nada que tenga que ver por aquí con el dinero público es fiable y que dejar cuantiosas sumas (también el COI aporta pasta) en manos de esta clase política corrupta (que se salve quien pueda o quien lo demuestre) es un acto deleznable. Es más, dejar el dinero en manos de una señora que tiene por señor a un señor de la guerra y que tienen en casa a un yerno de oscuros negocios (se retiró o le retiraron de la política para administradlos desde London) no se ha visto como la mejor solución. Para colmo, también era miembro del COE y seguro candidato a serlo del COI el vivales yerno del rey y ya sabemos lo que ha salido de todas estas amistades peligrosas. De ahí que ese miembro agudo del COI justificara que España necesitaba centrarse en su situación. Creo recordar que dijo 'situación', sin más, término que deja más que una más que velada acusación, a la vez que justificación, sobre los motivos de no otorgarnos los juegos. 
Cuando conocí la noticia -el lunes, 9 de septiembre-, quiso la casualidad que me encontrara en Madrid y puedo jurar que no vi a nadie por las calles quemándose a lo bonzo por la noticia, lo que demuestra que la desazón ha sido mayúscula entre la clase dirigente, política, deportiva y económica, preocupados tal vez por no haber podido arañar más poder político y económico, pero ha pasado desapercibida para el pueblo llano, que bastante tiene con pagar el recibo de la luz cada mes. Y observando en las caras de los madrileños que esa noticia no les había hecho rasgarse las vestiduras comprendí que el pueblo -que en muchas ocasiones es sabio- ha conectado con el espíritu y las razones del COI. Como escuché en un bar donde tomaba café en el centro de la capital del Estado: 'menos comisiones que se chupan estos pájaros que nos dirigen'.          

14 septiembre 2013

'LA ODISEA' DE HOMERO. VERSIÓN DE RAFAEL ÁLVAREZ 'EL BRUJO'

Escenario de la representación en el Teatro Alcázar de Madrid. Foto de José A. Flores Vera 


Si hay algo que intento no perderme son las memorables interpretaciones de Rafael Álvarez 'El brujo'. Ese brujo del teatro, la comedia y la interpretación. 
Una de sus últimas adaptaciones, La Odisea de Homero, es algo mágico, único. Una brizna de genialidad en este mundo, en ocasiones (más de las necesarias), tan zafio y vulgar. 
Aprovechamos la última visita a la capital del Estado para no perdérnosla en el Teatro Alcázar, porque se trata una actuación, como digo, memorable, sin igual; impresa con su sello personal, este actor andaluz es capaz de explicarnos a la luz de nuestra época un clásico de casi 3000 años como es esta obra atribuida a un tal Homero (no existe unanimidad sobre su existencia), que relata el fantástico viaje del héroe Ulises desde Troya -lugar en el que ha guerreado- hasta su tierra y reino, Ítaca. 
Capaz de explicarnos este clásico y establecer al mismo tiempo un paralelismo con nuestra época actual que hace las delicias del público. Fina ironía, humor inteligente y mucho ingenio, imaginación y talento artístico a raudales. 
Y es que en este mundo en el que abunda por doquier la vulgaridad hay que intentar fomentar y sostener este tipo de espectáculos inteligentes a la vez que divertidos.       

Os inserto un corte de la parte final de la actuación de Youtube: 

   

11 septiembre 2013

¿DÓNDE RADICA LA FRONTERA ENTRE LA EDUCACIÓN Y LA ZAFIEDAD?

¿Dónde radica la frontera entre la buena y la mala educación? ¿Y la que hay entre la mala educación y la zafiedad?
Son las preguntas que me he hecho varias veces este verano, momento del año en el que las calles están más pobladas de personas. Lógicamente, no entro en el resbaladizo tema de la educación en otros lugares: en los domicilios o en el trabajo o en el cine, no nada de eso, en esta ocasión me quiero referir a la educación a cielo abierto, que parece menos palpable. En las calles, en las plazas, en las terrazas de los bares. Y me circunscribo al verano porque, precisamente, en estos meses todos salimos a los espacios abiertos como animales heridos, como si hubiéramos estado presos durante el resto de los meses del año, como si la calle, el espacio abierto, fuera el jardín prometido en el que podemos hacer lo que nos plazca, gritar lo que nos plazca, ensuciar lo que nos plazca, vestir como nos plazca.  Como dijo aquella infame ministra refiriéndose al dinero público: los fondos públicos no son de nadie.  
En España -por poner el ejemplo que tenemos más cercano- y, principalmente, en determinadas zonas de España, siempre se ha considerado la calle como el lugar en el que nos está permitido hacer lo que no queremos o no podemos hacer en los espacios cerrados -a pesar de que hay mucha gente que no distingue una cosa de la otra-, porque esos espacios no son de nadie. Es algo que está en nuestra mentalidad y que va a más, ahora que la crisis nos arroja aún más a la calle por la sencilla razón que es lo poco gratis que aún queda. 
Llevo observando varios veranos -igual es que me estoy haciendo mayor- que cada vez se guardan menos las formas en los espacios abiertos. No hay terraza, plaza, calle o parque infantil en los que no esté todo el mundo gritando y hablando con la mayor energía pulmonar que le es permitida, con independencia de la hora del día. Es más -y eso es lo más preocupante- observas que es una acción que se lleva a cabo de manera espontánea y que iguala a grandes y pequeños e, incluso, a diferentes condiciones culturales y sociales. 
Es factible llamar la atención a un vecino si hace ruido e, incluso, en el cine es posible -cada vez menos- amonestar a alguien que está hablando alto o contando la película a su acompañante, pero ¿quién se atreve a asomarse por el balcón y requerir a unos padres para que sus hijos no den gritos en un parque infantil? ¿O acercarse educadamente a una terraza de un bar y sugerir a los clientes y al propietario que, por favor, hablen todos más bajo, que total, están a pocos centímetros unos de otros? ¿O recriminar a alguien por dar gritos en la calle? Es más, estas sugerencias podrían ser lógicas, sobre todo a ciertas horas y considerando que junto a parques infantiles o terrazas de verano, o en las mismas calles, hay edificios en los que vive gente. 
Al parecer en España ese asunto no preocupa en absoluto y mucho menos en el sur de la piel de toro. Me cuentan -y yo mismo he comprobado- que en otros países de nuestro entorno, mucho más mentalizados y educados en el respeto a las otras personas, estas cosas no son así. En ese sentido -por poner un sólo ejemplo- aún se me cristalizan los ojos cuando pienso en aquella enorme terraza de Berlín a la que fuimos mi pareja y yo a tomarnos una cerveza nocturna y descubrimos que a pesar del gentío que la poblaba no se escuchaba una mosca...hasta que llegó un grupo de estudiantes italianos o españoles, que da igual. Obviamente, en esos países no so mudos, pero existe toda una mentalidad labrada desde la tierna infancia que consiste en comprender y admitir que respetando lo público nos respetamos más todos. Sin embargo, es curioso observar cómo esta gente suele adoptar nuestras costumbres ruidosas cuando llevan un tiempo entre nosotros. Por aquí no parece que hayamos aprobado esa asignatura. Al menos, todavía.  Y no lo hacemos porque, además de lo expuesto en cuanto a la mentalidad ciudadana, a las autoridades no les parece un asunto que deba ocupar su agenda de forma prioritaria, es más, son ellas mismas las que en ocasiones fomentan este tipo de ruido público cuando autorizan u organizan actividades ruidosas hasta altas horas en lugares plagados de edificios y, por tanto, de personas que, en muchos casos, necesitan descansar para trabajar a la mañana siguiente y seguir pagando impuestos a las arcas públicas.  En ese sentido sería conveniente que nos preguntáramos si la actitud más respetuosa en otros países, además de la mentalidad, también pueda ser debida a la existencia de normas más tajantes contrarias al ruido.       
Y de ahí que sea tan difícil responder a esas dos preguntas que me hacía al principio.  

08 septiembre 2013

CINE: MOVIE 43 (USA, 2013)

¿Verías una película en la que el bueno de Hugh Jackman (Lobezno), literalmente, aparece con los testículos de corbata? ¿O en la que Richard Gere es director de 'ibabe' una corporación que fabrica MP3 que cercenan el pene a adolescentes porque, en realidad, son muñecas a imagen y semejanza de mujeres desnudas? ¿Verías algo así? 
Pues he de reconocer que yo sí me he atrevido. Mi amigo Juan Carlos en una de unas charlas de cine friki me preguntó  un buen día: ¿José Antonio quieres ver la mayor frikada que hayas visto jamás? Lógicamente, la pregunta tenía trampa porque él ya sabía de antemano que diría que sí porque a ambos nos van esas cosas. Y he ahí que vi Movie 43. 
Creedme si os digo que me he pensado mucho hacer esta crítica que habitualmente hago para las películas que me han gustado y aconsejo. Pero en esta ocasión no me hagáis demasiado caso, por la sencilla razón de que creo honestamente que no estoy en mi derecho de recomendar a nadie las frikadas americanas (algún día explicaré por qué lo hago) que yo llego ver en mis sesiones golfas sabatinas (incluso he llegado a ver hasta Zoo loco). Por tanto, digamos, que de lo que se trata es de reflejar aquí una película que bien podría llevarse el galardón de la frikada mayor vista, algo inaudito e inédito, una película salvajemente machada por la crítica especializada y con razón. Uno pensaba que tras vez 'Aterriza como puedas' y toda esa zaga que vino después y a las que soy muy aficionado ya lo había visto todo, pero no, aún quedaban por ver otras cosas, frikadas irreverentes como ésta, compuesta de sketches a cual más disparatado, pero, eso sí, no exentas de imaginación; una imaginación febril, claro ésta, pero imaginación al fin y al cabo. 
Para muestra de que la imaginación es febril, el dato de que cada sketches haya contado con guionistas y directores distintos (sería muy preocupante para la humanidad que un sólo director y guionista se le ocurriera a él solo todas esas frikadas. Sin duda habría que detenerlo y encerrarlo). No obstante, lo curioso es el elenco de estrellas que van apareciendo que, además, de las dos citadas, el osado espectador podrá ir comprobando. Estrellas que hacen bien el trabajo encomendado; y gracias a que a alguien se le ocurrió llamarlas y ellas aceptar porque no quiero ni tan siquiera pensar que podría haber ocurrido si los actores y actrices fueran mediocres.
Mi consejo sincero: no veáis esta película si queréis seguir teniéndome aún en estima aunque sea un poco. Pero si no lo hacéis podéis perderos algo irrepetible. Advertidos quedáis.       

05 septiembre 2013

UN PERIÓDICO YA NO DA NI PARA LO QUE SE TARDA EN TOMAR UN CAFÉ

El otro día mientras tomaba un café a media mañana y leía la prensa en una cafetería del centro (algo que siempre ha formado parte de mi vida) observé algo que me inquietó: ya había acabado de leer el periódico y aún me quedaba medio café. Eso, hasta hace poco, solía ser al revés y me fastidiaba comprobar que ya sin café aún me quedaba medio periódico por leer. 
Pero esta situación era completamente nueva. Nueva y desconcertante, a la vez que decepcionante. Pero, ¿a qué se debe que eso sea así? Las causas pueden ser varias. Es probable que la realidad que retrata la prensa cada vez sea menos interesante o que los periódicos en su afán de no perder lectores cada vez dediquen más secciones a temas irrelevantes (porque entienden que es lo que el lector medio demanda), muchos de ellos relacionados con la prensa rosa y la idílica vida de los ricos y famosos. Además, unido a ello, las páginas de actualidad política -que son demasiadas- cada vez interesan menos al ciudadano, harto ya de tanta corrupción y de tan pocas consecuencias jurídicas para los protagonistas de ese inmenso mar de baboso en que se ha convertido en España. Un marear la perdiz que ya no interesa a nadie. 
Como casi todo el mundo, yo siempre he leído los titulares de los periódicos como antesala de la noticia. Si estos titulares son interesantes, suelo adentrarme en el segundo nivel del titular y si ese segundo nivel sigue pareciéndome de interés, suelo leer las columnas completas, pero observo que ya no me detengo ni tan siquiera en los titulares de dos secciones cada vez más mayoritarias: la actualidad política nacional -y cada vez menos, la internacional-  y la prensa rosa. A eso hay que unir que jamás me he detenido en la sección dedicada a la fiesta nacional ni a la del horóscopo, anuncios y cosas así, luego ¿qué va quedando por leer? En realidad muy poco, cada vez menos. 
Dedico algún tiempo a las columnas de opinión (no a todas) y cartas al director y siempre leo todos los titulares de deportes (excepto carreras de motos, que no me interesan en absoluto), pero observo que en esta última sección cada vez paso más rápidamente las páginas dedicadas a las noticias seudodeportivas que tienen relación con los divos de nuestro fútbol porque, sencillamente, eso no me interesa y no me parece que sea deporte. Por tanto, si lo consideramos globalmente está justificado que la lectura de la prensa le aguante cada vez menos el tipo a una taza de café. 
Pero no creáis que me alegro de ello, de hecho no puedo alegrarme en absoluto porque yo mismo colaboro en un periódico. Además, considero que una sociedad sin prensa es una sociedad incompleta, pero esto que describo es un bocado de realidad que de no revertirse acabará por ir a peor. Es más, el ciudadano medio cada vez se muestra cada vez más contrariado con que los periódicos sigan insistiendo en las cuitas políticas a sabiendas de que ese asunto va camino de convertirse en algo residual si no nocivo. Y también sabe que los grandes grupos periodísticos cada vez barren más para casa y muestran sesgadas las noticias que les interesan y las que no.  Sin embargo, como el otro día le decía un amigo, lo realmente grave es que toda esta gentuza que nos gobierna decide cada día sobre nuestras vidas y nunca se sabe si es mejor darles la espalda definitivamente o ejercer sobre ellos un férreo marcaje. 
A menudo me pregunto si es esta la democracia a la que se referían los padres de la patria al poco de fallecer el dictador.    

04 septiembre 2013

FIDELIDAD A LAS RAÍCES

Quienes por diferentes motivos hemos dejado de vivir en la localidad que nos vio nacer y criarnos, por lo general, deseamos seguir manteniendo algún tipo de nexo de conexión con ella, pero cada vez éstos son más débiles por mucho que queramos evitarlo. Se supone que es ley de vida. 
Mi caso particular no es ninguna excepción. Los nexos con el pueblo en el que nací y crecí siguen existiendo pero percibo que cada vez son menos sólidos y cuesta un mundo seguir alimentándolos. Sin embargo, he de admitir que  ese cariño a la tierra -no tanto ya al ámbito social- sigue siendo inalterable y es bueno que así sea. Aún sigo disfrutando de sus rincones y espacios naturales. Es más mis entrenamientos suelo hacerlos por ellos. Se produce una dualidad curiosa. 
Hace muy poco se celebró en Pinos Puente, mi pueblo, la anual romería que suele ser el plato fuerte de las fiestas (lo sé muy bien porque fui concejal responsable en el periodo 1995-1999). Se trata de una romería más de las muchas que se celebran en todo el territorio nacional, aunque a decir verdad ésta tiene la particularidad de ser completamente laica, no hay santo ni virgen de por medio. Sea lo que fuere, desde siempre, ese acto festivo ha sido el lugar común donde todo el pueblo ha confraternizado y los amigos hemos coincidido. En los años de juventud se trataba de una bacanal de farra y alegría, pero con el paso de los años se ha ido convirtiendo en uno de los pocos nexos de unión con el pueblo. Y aunque aún sigo asistiendo con un cada vez menos numeroso de amigos del pueblo (este año se ha reducido a Emilio y a mí, de entre los más íntimos), cada vez lo hago con menos convicción, si bien algo en mi interior me pide que lo siga haciendo porque es de los pocos argumentos válidos que me siguen uniendo al pueblo y una de las pocas ocasiones para ver a los amigos de siempre. Siento que cuando deje de hacerlo ya se habrá roto lo poco que queda, aunque se supone que no tiene por qué ser así.
Y es que con el paso de los años nos cuesta cada vez más ser fiel a las raíces. La familia va desapareciendo, a los pocos amigos que quedan en el pueblo, absorbidos por su propia vida, cada vez los vez menos y muchos de ellos también se fueron de la localidad. Luego, ésta se va transformando y cada vez cuesta más reconocerla. 
No es aún mi caso, pero me temo que pueda serlo dentro de poco. Por lo pronto, deseo que sigan vivos esos pequeños nexos de unión porque siempre he considerado que hay que ser fiel al terruño y a las raíces. De hecho la foto que actualmente preside este blog es un homenaje a la tierra.

02 septiembre 2013

CINE: ONDINE: LA LEYENDA DEL MAR (LA MUJER QUE VINO DEL MAR) -IRLANDA, 2009-


Acabo de ver una película ciertamente cautivadora. De hecho, muchas de las que dirige el realizador irlandés Neil Jordan lo son. Pensemos, por ejemplo, en aquella obra maestra 'En compañía de lobos' (1984) o 'Juego de lágrimas' (1992), por hablar tan sólo de dos que me hayan cautivado de este singular director. 
En esta ocasión se trata de una de sus últimas películas 'Ondine: La leyenda del mar' (2009), excelentemente protagonizada por el singular actor irlandés Colin Farrel (y la más desconocida, pero también efectiva, Alicja Bachleda-Curus). Y es que no en vano, una película -y una historia- de tantas señas de identidad irlandesas no podría ser mejor interpretada y dirigida por naturales de tan mítico lugar. 
La película posee alma irlandesa y ya desde la primera escena una extraña impronta mágica. El ritmo de la narración, la fotografía, la banda sonora, el halo y el lugar en el que se desarrolla la historia...,todo destila una impronta que deriva de un material muy similar al que se usa para fabricar los sueños, que alcanza su mejor versión en la textura de las ancestrales y antiguas leyendas irlandeses relacionadas con el mar y lo mítico de esta civilización ciertamente fascinante. 
Pero como ocurre también en parte del cine de Jordan no hay ausencia de historias paralelas de carne y hueso e, incluso, de elevada sensibilidad social como ya demostrara con 'Michael Collins' (1996). 
Historias mágicas -o al menos la insinuación de ellas- y cuentos de hadas para adultos mezcladas con duro realismo social con las agrestes y misteriosas costas irlandesas de fondo. 
Una mezcla entre lo divino y lo humano harto difícil de fundir y que tan sólo el bisturí cinematográfico de una mano experta puede llevar a buen puerto. Uno podría considerar -y de hecho temí que me ocurriera- que la historia se fuera al traste desde los primeros fotogramas porque no hubiera mucho más que contar, pero de nuevo Neil Jordan emerge, como guionista en esta ocasión, y saca lo mejor de una mítica historia que probablemente en manos de otro director y guionista no diera más de sí y acabara siendo un bodrio. Esa es una de las facetas fascinantes de este maestro del cine. 
Por todo ello y por más cosas que el espectador descubrirá aconsejo ver esta peculiar película que, en mi opinión, no defraudará.       

UN VIAJE A PARÍS (I)

Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París.      No es...