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Presiento que nos estamos alejando del camino del conocimiento. En la actualidad, poco o nada interesa el saber, el gusto por conocer.
Muchas asuntos reclaman nuestra atención, pero pocos son realmente importantes. Son asuntos vacíos, desdotados de los elementos necesarios que nos hagan mejores personas.
En determinadas acciones que contemplo a diario observo que la deriva del ser humano hacia el animalismo es cada día más preocupante. En los animales existe una razón ontológica de ser. Seres vivos que cumplen su rol en la vida de manera perfecta y sincronizada. Pero en las personas la razón de ser es conocer, dotarse de la cultura necesaria que nos haga comprender mejor el mundo en el que vivimos. Utilizar la mente. Pero mucho me temo que no es el camino que se está andando en la realidad.
Los asuntos frívolos, banales, imbéciles o ridículos están cada día más presentes y no hay marcha atrás. De hecho, el asunto de la mísera corrupción que azota a España en las últimas fechas no es ni más ni menos que la odisea emprendida hacia la putrefacción más absoluta. Individuos que se aprovechan de unas circunstancias favorables para, egoistamente, lucrarse. Es tan ridículo que sería mucho más útil el escarnio público que la propia prisión. Pero, claro, existe la duda de que esa putrefacción no sea propia de unos cuantos sino que esté anidada en el mismo sistema.
Si así fuera -y no hay argumentos para pensar lo contrario- ya nada se podría hacer.
Sin embargo, el problema ya no radica en la corrupción política solamente, sino en esa carrera hacía las cavernas que nos atenaza. Si el hombre tira por la alcantarilla todo lo alcanzado, a través de tantos siglos de sufrimiento y lucha, si abandona la opción de la cultura, de la educación, del conocimiento en general, entonces ya nada se puede hacer. No hay esperanza.
En este mundo actual, a las personas honestas y sensatas sólo les queda encerrarse en su caparazón.