
Hay que hacer algo.
Yo concibo el correr para disfrutar, para inmiscuirme en la naturaleza, para compartir sus colores, sus olores, sus sonidos. Corro porque me sienta bien y me permite seguir bebiendo cerveza, que es otra de mis pasiones. Y bombones, y algún chuletón que otro, y las imprescindibles tortas de pan de aceite de Alfacar - o de Pinos Puente, que también las hornean bien-. Y los excelentes bocatas de jamón serrano que me marco acompañados por una -o dos- 1925. Corro porque no quiero llegar a la senectud hecho un verdadero carcamal, un tipejo con sobrepeso y cara acartonada y oxidada. Un tipo que da pena. Corro porque pocas cosas me gustan más que disponer de tantas cosas con tan poca inversión.
Pero eso es una cosa y otra lo que me está ocurriendo en más ocasiones de las aconsejadas.
Desde que tengo el Forerunner, es cierto que controlo más. Sé con precisión a qué ritmo voy y cuántos kilómetros llevo. Y, además, utilizo la cinta de ritmo cardiaco, que antes -aún teniéndola- no utilizaba.

Y ese control conlleva cosas malas y cosas buenas. Cosas malas: puede ser obsesivo el control de distancia, velocidad y ritmo cardiaco. Cosas buenas: precisamente ese control te ofrece un mejor conocimiento de qué tipo de corredor eres y cuales son tus progresos e involuciones.

Y ahí está el núcleo del problema. Ahí está el asunto que me traía hoy. Resulta que desde hace algunos días observo como, con mucha frecuencia -ya digo, más de la necesaria- la velocidad de crucero que señala el cacharro en muchos tramos, a pesar de indicar un buen ritmo cardiaco e ir sin sensación de cansancio-, con facilidad es de 4,20, 4,25 o 4,30 el mil. Vas tranquilo, recreándote en tus kilómetros, en tu respiración, fundiéndote con el entorno, y miras desprevenidamente el cacharro y observas que este marca 4,25 el mil. Piensas un poco y llegas a la conclusión que ese tramo, en absoluto, es de bajada sino llano, normal, y agitas un poco la muñeca un segundo antes de volver a mirar la pantalla, para observar que ahora está marcando el endiablado aparato: 4,23 el mil. Agobiado, confundido, aturdido, miras el ritmo cardiaco y lo encuentras en unas plácidas 157 pulsaciones, muy adecuadas para mis características y edad e incrédulo aún te vas al casillero de la distancia para comprobar que con 12 kilómetros a tus espaldas no es motivo que digamos para ir tan fresco. Vale. He de admitir que en competición es habitual marcar esos ritmos, pero ya se sabe: la emoción, la competición, el estímulo de otros corredores..Es distinto. Además, eso ocurre sólo el día que compites y sueles ir al límite, etc., etc..
Y claro, te inquietas, te preocupas. Y te preguntas: ¿Que estaré haciendo bien?
No sé. No estoy dispuesto a que esta sea la esencia de mis entrenamientos, hasta ahora tan placenteros y tranquilos. Estimulantes y oníricos.
Alarmante, ya digo.Algo tendré que hacer.