13 septiembre 2020

CUANDO LA MENTE PARLOTEA

 Ayer fue uno de esos días en los que lo fácil, lo cómodo, quizá, lo aconsejable hubiera salido no salir a correr. Los que llevamos años haciéndolo sabemos, justo desde el momento en el que nos calzamos las zapatillas, que el cuerpo en ocasiones prefiere otra cosa. Tal vez un paseo, leer un buen libro, mirar el cielo o el paisaje en lontananza, todo sería válido para un cuerpo que no desea correr y que transmite ese deseo a la mente, que perezosa secunda su veredicto.

Pero son muchas ya las trampas sufridas por el cuerpo y por la mente en este ser corredor como para sucumbir. 

En estos momentos, siempre recurro al resto del día. ¿Qué quiero decir con el resto del día? Muy fácil: un resto del día quejándome por las esquinas por no haber vencido esa pereza o esa falta de predisposición, esa falta fe voluntad que, al final, es de lo que se trata. Por tanto, hago oídos sordos al parloteo de la mente, que no es más que la portavoz de lo que le transmite el cuerpo, y voy vistiéndome con la ropa técnica adecuada y calzándome las zapatillas con la profesionalidad del que aun sabiendo que no lo es actúa como tal. El parloteo no cesará durante el primer kilómetro, es posible que tampoco durante el segundo, pero guardando silencio y aquiescencia la zona más vulnerable, ese talón dañado que refleja su daño al tendón de Aquiles, quién va a escuchar a quien no llevar razón y solo parlotea.

En el kilómetro tres o tal vez antes, el parloteo se detiene y ya parece que la mente ha comprendido que lo que quería el cuerpo no era otra cosa que engañarla, hacerle ver que había una agonía orgánica que es posible que ni existiera.

Pero sí existía. Lo comprobé a lo largo de los once kilómetros en los que no me fue posible bajar de cinco minutos y medio el mil; o mejor dicho, no es que no me fuera posible sino que en estos casos siempre conecto el piloto automático, que solo es posible poseerlo (advierto) cuando ya se llevan muchos kilómetros en las piernas, porque que jamás viene de serie. 

Y de esa forma completé un entrenamiento que siempre resulta delicioso por una vega no demasiado calurosa pero con una luz clarísima. Solo cuando dejé que la fuente de fresquísima agua en algún lugar del camino bañara toda mi cabeza, comprendí que siempre hay que salir a correr a pesar de todo. Siempre que no exista una lesión física paralizante que no lo permita. 

Y en esta ocasión ninguna lesión lo impedía.

4 comentarios:

  1. Tocayo, me quedo con las últimas de tus palabras de esta publicación, "siempre hay que salir a correr a pesar de todo". Yo no soy aficionado al deporte, salvo caminar que sí, siempre que estoy trabajando me desplazo a pie desde la parada de autobús de mi pueblo a mi puesto de trabajo. Y alguna vez que otra que hago bici estática. Y como acompañamiento a la bici estática, algunas flexiones seguro que no muy bien ejecutadas, y dos o tres posturas de yoga, que recuerdo de cuando yo lo practicaba hace ya muchos años. Seguro que también mal ejecutadas. Pero a pesar de ello, de alguna forma, me reconforta hacerlas. Pero, aunque yo no sea muy aficionado al deporte, esa máxima se podía aplicar a otros muchos contextos, en los que nos escudamos en excusas sin sentido, para no hacer algo que debemos de llevar a ejecución. "El querer", esa fuerza de voluntad tan importante, te ha llevado correr en esta ocasión. Aunque tu cuerpo no te lo pedía, y no estaba muy por la labor, saliste a correr. Mientras empapabas tu cabeza en esa fuente del camino comprendiste que hiciste bien. Tocayo, "la voluntad, mueve montañas". El dicho dice la "fe", pero he querido sustituirlo por "voluntad".

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Has hecho bien, tocayo, en sustituir voluntad por fe, porque en esto de correr lo importante es la voluntad, a la que hay que añadir la motivación, pero nade es ésta sin aquélla. Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Estimado amigo, tu lo subraya con "trampas" que nos da el cuerpo, y es así y el peor enemigo del corredor es la pereza. Aunque todo empieza a cambiar cuando nos calzamos las zapatillas. Aunque admito que incluso me he dado la vuelta camino del coger el coche alguna vez que otra. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tú lo sabes muy bien amigo, Paco. Una vez me di la vuelta cuando me disponía a hacer series en una pista y caía una lluvia tremenda. Además, hacía frío y era noche cerrada. Sin embargo, cuando subía al coche, comenzó a escampar. Te será familiar la anécdota, porque lo cuento en Corriendo entre líneas. Un fuerte abrazo.

      Eliminar

Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...